Tras una época en la que estaba en todas las agendas, el cambio climático parece generar poco interés social. La crisis económica, que reordenó las prioridades, las fuerzas negacionistas, que hacen creer que el asunto no tiene demasiada importancia, y las crecientes necesidades de energía han ayudado a que no se le esté prestando demasiada atención.
—¿Cuánto tiempo nos queda?
—Necesitamos controlar ya las emisiones de dióxido de carbono en un 8% o 10% para estar dentro de los parámetros que impedirían que el planeta se calentara dos grados. El momento es ahora. O, en otras palabras, no tenemos tiempo.
—La lucha contra el cambio climático ha desaparecido de la agenda de la derecha, que tiende a negar su existencia, y de la agenda de la izquierda, que entiende que, en estos momentos de crisis, hay asuntos como la desigualdad que deben estar en primera línea. ¿El cambio climático se está convirtiendo en invisible?
—Ha habido un cambio dramático, sobre todo en el sur de Europa, donde antes de que estallara la crisis económica se estaban empezando a realizar transformaciones energéticas muy positivas. Pero luego llegó la recesión y creó esta imagen de que las medidas para combatir el cambio climático eran un lujo que sólo nos podíamos permitir durante un boom económico, algo que es muy peligroso. En Estados Unidos, sin embargo, el tema está en la agenda, incluso más ahora que en 2009, y en otros países, como China, hay muchos debates acerca de la contaminación del aire. Ya que la próxima cumbre sobre el tema será en París el año próximo, contaremos con una muy buena ocasión para que esa habilidad de Europa para ignorar el cambio climático llegue a su fin.
—Con “Una verdad incómoda”, la película en la que participaba Al Gore, el cambio climático se puso de moda entre las elites, también las económicas. ¿Aquello convirtió el calentamiento global en una especie de activismo para gente poderosa?
—Hizo mucho daño, en el sentido que fue presentado como algo de moda. Las estrellas de Hollywood y los millonarios marcaban el camino, de modo que se mandó el mensaje de que era un asunto para gente con mucho dinero, y cuando la crisis económica, llegó, la gente se olvidó del tema. Pero hay mucha responsabilidad compartida en esto, porque el movimiento verde mainstream también falló a la hora de liderar y generar políticas justas para todos. El programa de energía renovable generó costos muy elevados para la clase trabajadora, pero ellos no insistieron en que los ricos y los que más contaminan deberían pagar más, y eso les hizo tener mala reputación. Fue un intento de negar las acciones que señalaban la necesidad de justicia económica. En el libro trato de unir ambas cosas, las medidas contra el cambio climático y la justicia social. Eso implica, por ejemplo, que se generen políticas que creen trabajos bien pagados, y que la gente que pierda sus empleos, porque está trabajando en industrias sucias, puedan formarse para trabajar en energías limpias; o que podamos tener un transporte público mucho más barato; o que las comunidades locales puedan controlar la producción de su energía, de forma que sea más barata y que los beneficios se destinen a pagar los gastos de la comunidad.
—Pero lo que se hizo no fue eso, sino algo muy distinto, como culpabilizar a la gente común, señalando que el cambio climático existía porque nosotros dejábamos las luces encendidas, teníamos un coche y consumíamos energía a lo loco. No es extraño que la mayoría de las personas se apartaran de ese discurso.
—Sí, hacía a todo el mundo igualmente responsable, al que no apagaba la luz y a una empresa como Ericsson. El cambio real consistiría en esa voluntad de exponer que las compañías de combustibles fósiles tienen un modelo de negocio malo para todos, que disponen de cinco veces más carbón del que pueden quemar y que están intentando frenar las acciones que están luchando contra el cambio climático. Por ejemplo, no quieren que la gente ponga paneles solares en el techo porque son una competencia para ellos. Por ejemplo, en España, han intentado bloquear la energía solar. Este discurso de que todos somos responsables está terminado. Lo que hay que señalar y combatir son los fuertes intereses fuertes del poder y del dinero en esta situación.
—Señala como gran posibilidad del cambio la creación de mayorías sociales, similares a las que surgieron en la época de Roosevelt, que orientaran a la sociedad en un nuevo sentido. Sin embargo, en nuestro tiempo, esto tiene una gran dificultad.
—Tenemos una crisis múltiple, que es laboral, energética y climática. El problema es que todos estos asuntos aparecen separados y terminan compitiendo entre ellos por atraer la atención de la gente. En este contexto, siempre que confronten el cambio climático con cualquier otra crisis van a salir perdiendo. El reto es encontrar la síntesis que haga que los actores políticos conecten todos estos puntos. Por ejemplo, la crisis laboral se puede abordar desde la transición de los combustibles fósiles a las energías nuevas. Acabo de llegar de Alemania, un país que prescribe austeridad al resto de Europa, pero que ha invertido en la transición energética de forma decidida, lo que le ha permitido crear 400 mil puestos de trabajo en energías renovables, revertir la privatización de las redes eléctricas en cientos de ciudades y potenciar en muchos pueblos un vibrante movimiento energético local. De modo que hay instrumentos poderosos de negociación que hacen patente que existe un conflicto directo entre la lógica de la austeridad y la crisis del cambio climático.
—Que existan grandes masas sociales concientizadas quizá sea un camino para alcanzar nuevas metas. Pero lo que hemos visto hasta ahora es que los gestores políticos han atendido una demanda ciudadana, han dictado leyes y normas, han celebrado cumbres internacionales y se han fijado objetivos claros en ese terreno, pero tras todo ese camino, nada ha cambiado. El cambio climático es el mejor ejemplo de esta utilización retórica de los temas que se sitúan en la agenda. El problema quizá no sea el cambio climático, sino el capitalismo. Algo así sugiere en Esto lo cambia todo.
—Este es un momento de crisis para la economía en muchos sentidos, y para estabilizar un modelo muy inestable están sacrificando cada vez más cosas. Por ejemplo, en España han sacrificado a una generación entera de jóvenes que no encuentra trabajo. Con el cambio climático ocurre igual, que han preferido la estabilidad del sistema económico antes que la estabilidad del mismo planeta. Pero esto nos está llevando a una crisis profunda y el resultado es un sistema que va a generar cada vez más shocks. La única esperanza es que distintas fuerzas se unan y consigan generar una visión social nueva, utilizando la urgencia que nos brinda el cambio climático como fecha límite para alcanzar ese cambio. No digo que sea fácil, ni que sea probable, pero sí que es posible.
—Con este último libro, se la ha acusado de radical.
—Vivimos en un tiempo en el que cualquiera que emite una crítica al capitalismo es considerado como un radical peligroso.
(Publicado en “Islam hoy”)