Las personas están cada vez más imbuidas en sus mundos estrechos, en su metro cuadrado, en lo que conocemos popularmente como “zona de confort”. La paradoja de la era de la web 2.0 y las redes sociales en la que vivimos es esa: cada vez estamos más conectados, pero cada vez vivimos más aisladamente. La comunicación que nos posibilita nuestro tiempo contrasta notablemente con la fragmentación social en la que vivimos. Lejos está la idea de una sociedad entendida como una comunidad, en donde el otro, el vecino, nos preocupa.
Sin embargo, no soy de los que ven el mundo desde el pesimismo. En nuestras manos está el poder de transformar nuestra sociedad. El escepticismo que sobrevuela no debe llevarnos al conformismo ni a una actitud autocomplaciente con relación a que las cosas solo pueden hacerse así, ni disminuir las ansias de darles significado a nuestras vidas. A las personas nos importan los valores, las metas, el cumplir objetivos. En ese sentido, la tecnología –y la comunicación– nos ofrece un poder, pero no es una app ni un bit, sino las personas las que podemos cambiar el mundo.
El individualismo, que tanto el mercado como muchos líderes políticos han alimentado en las sociedades por décadas, derivó en la hegemonía de una sociedad de consumo, en que hoy nuestros anhelos se limiten a comprar productos, a tener cosas materiales, antes que a involucrarnos con proyectos colectivos. Esto que hoy es la vida de muchas personas no siempre fue así. De hecho, muchos trabajamos diariamente por revertir esa forma de ver y de ser en el mundo. Muchos nos acercamos a los demás buscando alternativas y aportes para mejorarles la vida. Sabemos que en la mayoría de los casos nuestras acciones no van a significarles una transformación radical en su vida, o por lo menos no inmediatamente. En mi caso, ese “algo” que puedo acercarles a los demás comprometidamente es el deporte.
Como decía la alpinista, escritora y científica Arlene Blum, “las mayores recompensas solo provienen de los mayores compromisos”. Esto lo sabe bien quien, tras haber organizado diversas expediciones solo para mujeres, logró visibilizar la discriminación que sufrían –y que lamentablemente aún persiste en muchos casos– en el deporte y en la sociedad en general. Ese tipo de liderazgos es el que necesitamos para transformar la realidad. Pero no existe liderazgo si no podemos comunicar nuestra visión y sin que esta resulte atractiva para los demás, pudiendo entusiasmarlos y movilizarlos en torno a objetivos y metas compartidas.
No se trata solo de transmitir qué hacer, sino de marcar un norte en el cual todos puedan colaborar, mejorar el proceso, aportar su estilo, su experiencia, sus propias vivencias. Pero sobre todo no existe liderazgo si no soñamos, si no pensamos en el futuro, si no transmitimos esperanza, si no logramos transmitir emociones para que los demás se movilicen con el objetivo de cambiar la realidad. El legado de quienes pensamos y trabajamos en equipo es el futuro.
Hablar de liderazgo no es sinónimo de sentarse a esperar que una persona iluminada con una mentalidad preclara tome las riendas de un gobierno, de un ministerio, un grupo, una federación, un club o una empresa. No existe líder sin seguidores. Si lo pensamos bien, todo el tiempo estamos erigiendo líderes. Suscribimos a muchas visiones, adherimos a muchos que están en lugares importantes y nos entusiasman muchas de las propuestas de líderes en distintos ámbitos de la sociedad. Pero es importante que reflexionemos sobre el poder que todos tenemos para consagrar a alguien como líder.
El excesivo individualismo, la competencia desalmada cuyo único fin es someter a los demás, no nos ha conducido a un presente generoso. El mundo de las empresas está discutiendo esta situación, proponiendo interesantes conceptos como el de Responsabilidad Social Empresaria o el capitalismo con “rostro humano”. El deporte también tiene que ser un aliado para que la sociedad tome conciencia sobre la importancia de lo colectivo y adquiera nuevas herramientas en el trabajo colaborativo, la formación de equipos y la propuesta de objetivos comunes.
En esta sociedad individualista, que rige su estima social por el éxito o el fracaso, las personas subestiman la importancia que tienen los procesos de trabajo. Miramos a los exitosos como seres aislados que pudieron destacarse muchas veces aplastando a los demás, o tomando atajos. Pero el deporte nos enseña que los resultados se trabajan con el tiempo, y sobre todo se logran en equipo.
No hay una sola forma de afrontar la tarea del liderazgo. Cada uno tiene que encontrar, junto con su equipo, la propia. En mi experiencia, adhiero a lo que Kouzes y Posner remarcan como cinco pilares básicos del liderazgo:
1. Afrontar desafíos.
2. Definir y transmitir una visión de futuro.
3. Trabajar en equipo.
4. Servir de modelo.
5. Alentar para seguir.
Afrontar desafíos nos remite a una idea que hemos abordado reiteradamente en este libro: hacer algo diferente de lo que se ha hecho hasta acá para cambiar la realidad. Pero no podemos esperar que todo surja, solo, por generación espontánea y de manera antojadiza por obra y gracia de una mente brillante o un genio creativo. Un buen líder tiene que ser capaz de reconocer y alentar aquellas buenas ideas que surgen alrededor de él, acompañarlas y darles el marco de contención necesario para que fructifiquen. Ideas que, como nos pasa a todos, pueden no resultar inmediatamente, pero con el tiempo, con esfuerzo y dedicación, pueden ser exitosas. Como un deportista, un líder aprende tanto de fracasos como de éxitos.
*Autor de Jugar en equipo, editorial Octubre (fragmento).