DOMINGO
El escándalo que golpeó a François Hollande

Un affaire presidencial

En Gracias por este momento, Valérie Trierweiler cuenta cómo se enteró de que su compañero de vida, el presidente François Hollande, que visitó nuestro país esta semana, vivía un romance con la joven actriz Julie Gayet. “El hombre al que amaba anunció nuestra ruptura a través de un escueto comunicado que él mismo dictó a la agencia de noticias AFP, como si se tratara de un asunto de Estado”, dice Trierweiler.

En Gracias por este momento, Valérie Trierweiler cuenta cómo se enteró de que su compañero de vida, el presidente François Hollande, que visitó nuestro país esta semana, vivía un romance con la joven
| Cedoc

El primer mensaje me llega el miércoles por la mañana. Una amiga periodista me avisa: “Closer saldrá el viernes con François Hollande y Julie Gayet en portada”. Le respondo lacónicamente, casi sin inmutarme. Hace meses que el rumor me envenena la vida. Va, viene, y yo no acabo de creerlo. Le menciono el mensaje a François, sin más comentarios. El me responde enseguida:
—¿Quién te ha dicho eso?
—No importa, lo que importa es saber si tienes algo de lo que arrepentirte.
—Nada.
Y yo me quedo tranquila.
A lo largo del día, el rumor no hace más que crecer. François y yo hablamos por la tarde y cenamos juntos sin sacar el tema. Ese rumor ya había sido causa de varias discusiones entre nosotros y es inútil insistir. A la mañana siguiente recibo un nuevo mensaje de otra periodista amiga mía: “Hola, Val. El rumor Gayet vuelve, va a ser portada de Closer mañana, pero ya debes de estar al corriente”. De nuevo, transmito el mensaje a François. Esta vez no recibo respuesta alguna. Está de viaje cerca de París, en Creil, por un asunto del Ejército.
Le pido a uno de mis viejos compañeros periodistas, que conserva contactos con el mundo de la prensa rosa, que esté al tanto. Mientras, en el Palacio del Elíseo, las llamadas telefónicas procedentes de las redacciones se disparan. Todos los consejeros de comunicación de Presidencia se ven asediados por las preguntas de los periodistas sobre esta hipotética noticia.
Paso la mañana hablando con mis allegados. Está previsto que me una al equipo de la guardería del Elíseo en un almuerzo preparado por el cocinero de los niños, un ritual que habíamos iniciado el año anterior. Una docena de mujeres cuidan de los hijos del personal y de los consejeros de Presidencia.

Un mes antes, habíamos celebrado juntos la Navidad con los padres de la guardería. François y yo repartimos los regalos; él se marchó deprisa y, como siempre, yo me quedé un rato más a hablar con todo el mundo, feliz en ese remanso de paz. Me apetece mucho asistir a ese almuerzo, pero me siento agobiada, como si presintiera un peligro inminente. La directora de la guardería nos espera en la puerta, al otro lado de la calle del Elíseo. (...)
El teléfono vibra. Mi amigo periodista anda “a la caza de información” y me confirma que Closer saldrá con la foto de François abandonando la casa de la actriz Julie Gayet en portada. Me explota el corazón (...)
Llega la hora de despedirse de la directora de la guardería. Una calle, apenas tengo que cruzar una calle, la que separa la guardería del Palacio de nuestro apartamento privado. Es el camino más peligroso que he recorrido en mi vida. Aunque ningún vehículo puede circular por allí sin autorización, me siento como si estuviera cruzando una autopista con los ojos cerrados. Subo rápidamente por la escalera que lleva a nuestro apartamento. François ya está en el dormitorio, cuyos ventanales dan a los árboles centenarios del parque. Nos sentamos en la cama, cada uno en el lado en el que suele dormir. Solo puedo decir una palabra:
—¿Y?
—Es verdad –responde.
—¿El qué es verdad? ¿Que te acuestas con esa chica?
—Sí –admite, mientras se tiende sobre la cama apoyándose en el antebrazo.
Estamos muy cerca el uno del otro sobre esa cama tan grande. No puedo mirarlo a los ojos, me rehúye la mirada. Las preguntas salen a borbotones:
—¿Desde cuándo? ¿Cómo ha podido pasar? ¿Por qué?
—Un mes –dice.

Mantengo la calma. No me pongo furiosa, no grito. No rompo ni un solo plato, pese a lo que dirán los rumores, que me atribuirán millones de euros en desperfectos imaginarios. No soy consciente del terremoto que se acerca. ¿No podría decir que sólo fue a su casa a cenar?, le sugiero. Imposible, sabe que la fotografía se la hicieron a la mañana siguiente de una noche que pasó en la Rue du Cirque, en un piso que la actriz pidió prestado. ¿Y hacer como Clinton? Pedir perdón públicamente, comprometerse a no verla más. Podemos volver a empezar, no estoy dispuesta a perderlo. Sus mentiras suben a la superficie, la verdad se impone poco a poco. Admite que la relación dura desde hace más tiempo. De un mes pasamos a tres, luego a seis, luego a nueve, hasta llegar, por fin, a un año.
—No lo conseguiremos, nunca podrás perdonarme –me dice.
Y luego se va; vuelve a su despacho donde tiene una cita. Yo soy incapaz de recibir a la visita que me espera y le pido a Patrice Biancone que lo haga él en mi lugar. Permanezco enclaustrada en mi habitación toda la tarde. Intento imaginar lo que sucederá, pegada a mi teléfono móvil, fisgando en Twitter en busca de avances de la exclusiva. Intento averiguar algo más sobre el contenido del reportaje. Intercambio mensajes de texto con mis amigos más próximos, advierto a mis hijos y a mi madre de lo que está a punto de publicarse. No quiero que se enteren de este escándalo por la prensa. Tienen que prepararse.
Estamos a 4 de julio de 2014. Veintinueve. Ayer conté veintinueve mensajes de texto. A lo largo de todo su viernes de presidente de la República, pese a tener programado cada minuto de su tiempo, François Hollande me ha enviado veintinueve mensajes de texto. Me arrepiento de haberle contestado y de haber reactivado así la máquina infernal. Damos vueltas en círculo, como todos los días. Siempre me dice lo mismo, que quiere recuperarme, que debemos volver a empezar. Yo también le contesto lo mismo, que me ha hundido y no ha hecho nada por levantarme. François sigue jurándome que no ha vuelto a ver a Julie Gayet desde enero ni ha tenido el menor contacto con ella. ¿Qué le dice a ella? ¿Qué le escribe? ¿Qué le decía de mí durante su relación clandestina? ¿Que ya no me amaba? ¿Que era imposible vivir conmigo? ¿Que nuestra relación era platónica? En materia de cobardía, todos los hombres infieles se parecen y los poderosos se confunden. (...)

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He pagado por su pasado, por esa vida política compartida, que con tanta frecuencia pudrió nuestro presente y obstaculizó nuestro futuro. Al mismo tiempo, y ésa es la “paradoja Hollande”, este hombre que no quiere compartir los focos, que quiere estar solo en el escenario, se enamoró de una mujer que tenía un trabajo, un pasado, tres hijos, un carácter independiente y libre. Habría podido encontrar a un ser más complaciente. Eligió la pasión.
Así funcionan los hombres políticos, esos seres orgullosos y fuertes, que lo quieren todo y lo contrario de todo, pues su ambición no conoce límites. Tampoco me llamo a engaño: en determinadas circunstancias, llevarle la delantera le ha convenido. Como cuando la votación de la ley que autoriza el matrimonio homosexual, lo que en Francia se ha llamado el “matrimonio para todos”. François no dio marcha atrás, pese a las multitudinarias manifestaciones. Cumplió esa promesa, aunque en el fondo no estaba convencido, pues incluso llegó a hablar de “la libertad de conciencia de los alcaldes”. Al descubrir
esa fórmula, le envié un mensaje de inmediato para advertirle que la frase no sería aceptada. Y en efecto, ante los clamores de protesta, la retiró. En esta lucha he ido en primera línea, con su consentimiento y tal vez incluso en su lugar. Sin duda porque considera el matrimonio una puerta que se cierra, François no ha entendido nunca, salvo de manera teórica, el alcance de esa reforma emblemática de la izquierda, que sin duda quedará como su único hito en la historia de Francia. Se trata de una bonita burla del destino.
No dudo ni por un momento de que el “matrimonio para todos” será la última gran reforma de la izquierda. Estoy segura de que no llevará hasta el final su compromiso de conceder el voto a los inmigrantes en las elecciones locales, anunciado y prometido tantas veces. Falta de convicciones, demasiados obstáculos, el caballo se encabritará.…
En sus mensajes de texto me propone matrimonio. Es la tercera vez. La primera en 2010, pero yo acababa de salir de mi divorcio y no estaba preparada. La segunda tras su elección, en septiembre de 2012. Habíamos planeado una boda íntima justo antes de Navidad, en Tulle. Se retractó un mes antes, con palabras de una crueldad inaudita. Julie Gayet había irrumpido ya en su vida, pero yo lo ignoraba. Ahora ya es demasiado tarde.

El matrimonio no constituye una reparación. Por supuesto, estar casada con él me habría hecho la vida más fácil. No habría sido tan ilegítima a los ojos de los demás ni quizá en mi propio inconsciente: ese vínculo oficial sin duda me habría tranquilizado, no habría perdido la confianza en mí misma. De todos modos, no eran dos alianzas lo que yo necesitaba, sino que fuéramos aliados. Este verano fui con mi hijo menor a la Comédie Française a ver la obra de Víctor Hugo Lucrecia Borgia. Esa noche escuché con el corazón en un puño las palabras que Lucrecia lanza a su marido, don Alfonso: “Habéis permitido que el pueblo se mofara de mí, habéis permitido que me insultara… Quien desposa protege”. La tragedia es eterna.
Al lado de François Hollande he experimentado profundas aflicciones y dichas infinitas, he conocido a seres inolvidables y vivido momentos intensos. La persona que se supone que soy, la que las circunstancias y la maquinaria mediática han construido, ya no tiene razón de ser.
Este libro es un mensaje en una botella arrojada al mar que contiene mi pasado. He cometido errores, en ocasiones me he perdido, he podido herir, pero no interpreto ningún papel y siempre he sido sincera. Todo cuanto he escrito en este libro es cierto. He sufrido demasiado a causa de las mentiras como para mentir yo a mi vez.

Escribir me ha ayudado a descartar lo que brotaba de mi cólera o de mi decepción. ¿Cuánto tiempo necesitaré para superar el duelo de este amor? El presidente resumió nuestra historia en dieciocho palabras gélidas, que él mismo dictó a la agencia France Presse. Estas páginas constituyen la réplica. La última en el terremoto que ha devastado mi vida. El punto final de nuestra historia. Sólo las leerán quienes desean comprender. Los demás pasarán de largo, y está bien que así sea.
Ha llegado el momento de concluir este relato, escrito con mis lágrimas, mis insomnios y mis recuerdos, algunos de los cuales me escuecen todavía. Gracias por este momento, gracias por este amor desaforado, gracias por este viaje al Elíseo. Gracias también por el abismo al que me has precipitado. Me has enseñado muchas cosas sobre ti, sobre los demás y sobre mí misma. A partir de ahora puedo ser, ir y actuar, sin temer la mirada de los otros, sin mendigar la tuya.
 Tengo ganas de vivir, de escribir otras páginas del extraño libro, del singular viaje que supone la vida de una mujer. Lo haré sin ti. No he sido ni desposada ni protegida. Al menos, ojalá haya sido amada tanto como yo he amado.