E l 5 de mayo aún resonaban los ecos de la exitosa inauguración del telégrafo a Rosario, ocurrida el día anterior, cuando ya se preparaba un nuevo acontecimiento. A las dos de la tarde tendría lugar la apertura de sesiones del Congreso, cuyo edificio, recordamos, estaba situado a pocos metros de la Casa de Gobierno. La expectativa era enorme: desde temprano, el gentío se arrimó a la Plaza 25 de Mayo. La mayoría con intenciones de ser testigos presenciales del discurso de Sarmiento. Solo unos pocos lo lograron. El espacio para el público en las galerías del recinto se llenó casi un par de horas antes del acto. El revuelo en el centro no dejaba dudas de que se trataba de un día atípico. Salieron a relucir trajes y vestidos de gran distinción. ¿Y la banda de música? Por supuesto, no faltaba. Se ubicó frente a la entrada del Congreso y entretuvo a los curiosos mientras un piquete de soldados imponía respeto y serenidad, además de mantener la calle despejada para posibilitar el interminable desfile de coquetos carruajes sus edecanes y los ministros, se dirigió al Congreso con gesto grave, sin dar cabida a ninguna expresión informal, al son de la banda que ejecutaba el Himno. Saludó a los comisionados y se encaminó con paso firme al estrado. Aguardó sentado que el bullicio cesara. Esta vez no les gritó: “¡Cállense!”. Una vez que se logró el silencio absoluto, se puso de pie y comenzó la lectura de un discurso varias veces interrumpido por aplausos.
El mensaje, de unas cinco mil palabras, abarcó varios puntos destacados: el fin de la guerra del Paraguay, el telégrafo, la inmigración, la importancia del censo y el anuncio de que por fin, se había regularizado la paga de las tropas. Celebró que se hubieran sofocado los intentos desestabilizadores y citó el Preámbulo de la Constitución como una de las bases en que debía sostenerse la institucionalidad. También se refirió a los “bandidos y salvajes de las Pampas” que causaban saqueos y muerte. El ministro de la Guerra anunció: “Os presentaré el plano de una nueva línea de frontera con las reformas, que en la distribución y acantonamiento del ejército ha de adoptarse. Han llegado ya las armas de precisión que pedí a los Estados Unidos y que espantarán por sus estragos al salvaje del desierto”.
Las “armas de precisión” eran los fusiles de retrocarga Remington, empleados por francotiradores en los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión, donde tuvieron una eficacia determinante. Porque el tirador cargaba el fusil por la parte de atrás (retrocarga) en vez de colocar la pólvora por la parte delantera del caño. La precisión se conseguía mediante una mira que le permitía apuntar a un blanco específico. Y, por último, la munición (cartuchos) ya venía siendo usada desde 1840, pero en nuestro territorio era poco habitual. Por lo tanto, contar con un moderno fusil Remington, que el mandatario conoció en los EE.UU., ofrecía notables ventajas.
Sarmiento anunció que estaba en la imprenta el nuevo Código Civil, y dejó una frase para el molde: “Educarse es simplemente ser hombre libre”.
Los aplausos finales fueron elocuentes. El sanjuanino aprobó ese primer examen dialéctico ante el calificado cónclave de legisladores. Sobre el contenido del mismo se habló durante días. La novedad: el mensaje fue telegrafiado a Rosario, casi en forma simultánea y de ahí retransmitido a Villa Nueva (población vecina a Villa María), desde donde esa misma tarde partió un chasqui con la transcripción a Córdoba. Allí se imprimió en el mismo horario que en Buenos Aires. Nuestros compatriotas de aquellos días fueron testigos, entre absortos y maravillados, de la magia del hilo telegráfico. Otra copia fechada en Rosario se despachó a Santa Fe desde donde se distribuyó por el Litoral.
En pocos días, como nunca antes, la palabra del presidente de la Nación era conocida en todas las provincias. Al respecto, debe permitírsenos comentar, atravesando el tiempo, que un telegrama de unas cinco mil palabras, enviado por un diplomático estadounidense desde Rusia en los albores de la Guerra Fría, es considerado el más extenso de la historia. No podemos competir por el galardón, simplemente porque a diferencia de los prolijos formularios de 1946, no se han preservado documentos originales del telegrama despachado el histórico 5 de mayo de 1869.
Fragmento de “Sarmiento.
El presidente que cambió la Argentina”, de Editorial Sudamericana.