El presente del planeta es crítico y si bien hay múltiples evidencias del rol que los seres humanos jugamos en su agravamiento, no siempre está claro que los sistemas de producción y consumo de alimentos son una parte fundamental del problema.
Según datos de las Naciones Unidas los sistemas alimentarios actuales representan hasta el 80% de la pérdida de biodiversidad, el 80% de la deforestación y el 70% de toda el agua dulce que se utiliza. A su vez, el 29% de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la cadena de suministro que lleva los alimentos de la granja a la mesa y el 35% de todos los alimentos producidos se desperdicia.
Nunca hubo tanta disponibilidad de alimento en el mundo pero millones pasan hambre
Esto implica que la manera en la que producimos los alimentos amenaza la estabilidad climática y la resistencia del ecosistema y es uno de los elementos que más contribuye a la degradación ambiental.
Las investigaciones científicas al respecto indican que si seguimos sin cambios sustanciales en la alimentación planetaria, para el 2050 las emisiones de gases de efecto invernadero que produce el sector alimenticio crecerán en un 38%. Entonces la alimentación tiene un rol clave cuando hablamos de combatir el cambio climático.
¿Somos lo que comemos?
Durante los últimos años múltiples actores pusieron en cuestionamiento a la globalización y los modos de producción que la sostienen, ubicando en el centro del debate la necesidad de miradas más amplias que incluyan el reconocimiento de su impacto negativo en términos ambientales, como así también económicos, sociales y alimentarios.
“Las elecciones de los consumidores terminan determinando la demanda de alimentos a mediano y largo plazo y, por lo tanto, cómo se usan y deterioran los recursos naturales”, dice Roberto Fernández, docente de la Facultad de Agronomía de la UBA.
En esta línea, Climate Save Argentina da a conocer los resultados de un estudio cuantitativo realizado a nivel nacional con el apoyo de la consultora Gentedemente con el objetivo de indagar sobre la visión de la población acerca del modelo predominante de producción, sus hábitos de consumo y compra, vinculados con la alimentación.
¿Cuáles fueron los principales resultados?
En primer lugar, la mitad de los encuestados nunca oyó hablar de soberanía alimentaria, es decir, del derecho de los pueblos a definir sus propias políticas agropecuarias y de producción de alimentos. Asimismo, los argentinos tienen opiniones contradictorias sobre si la manera en la que hoy producimos alimentos es o no la mejor manera de hacerlo y acerca del impacto de la ganadería a nivel ambiental.
En términos ambientales la soberanía alimentaria sostiene el no uso de organismos genéticamente modificados, ya que son dañinos para la salud del ambiente y de las personas que trabajan con ellos y consumen esas cosechas. No obstante, la población encuestada tampoco percibe claramente el impacto negativo de la ganadería, dado que para 4 de cada 10 personas la ganadería tiene menos impacto negativo en el medio ambiente de lo que se estima.
Por otro lado y ante un listado de alternativas precodificadas, el 45% de la muestra cree que la soberanía alimentaria se vincula con formas de producción que no atenten contra el ambiente, pero la mayoría asocia el término con ventajas alimentarias. En este sentido, el 53% piensa en el acceso a alimentos de calidad a precios razonables, el 42% menciona el derecho a conocer el origen de lo que se consume y el 58% declara que prefieren comprar alimentos producidos cerca de donde vive.
La alimentación en el centro del debate climático
A pesar de enfrentar un contexto de crisis climática y ecológica para muchos es difícil cuestionar los sistemas de producción y consumo de alimentos. Pero la alimentación sostenible tiene un enorme potencial transformador.
La Comisión EAT-Lancet reunió a 37 científicos líderes de 16 países en diversas disciplinas y definió la “Dieta de salud planetaria”. Ésta brinda salud individual, colectiva y ambiental y establece pautas de alimentación basada en plantas, dado que los alimentos de origen animal - en especial la carne roja- tienen huellas ambientales relativamente altas por porción en comparación con otros grupos de alimentos (representan aproximadamente el 75% de las emisiones alimentarias frente al 25% del consumo de alimentos de origen vegetal).
¿Por qué una alimentación basada en plantas?
Porque propone dietas sostenibles, con bajo impacto ambiental que contribuyen a la seguridad alimentaria y nutricional y a la vida sana de las generaciones presentes y futuras. A su vez, las dietas sostenibles protegen la biodiversidad y los ecosistemas, son culturalmente aceptables, económicamente justas, accesibles, asequibles, nutricionalmente adecuadas, inocuas y saludables, y permiten la optimización de los recursos naturales y humanos.
Desde 2019 Climate Save Argentina trabaja en la construcción de seguridad y soberanía alimentarias y propone un Acuerdo Basado en Plantas que promueve una alimentación sostenible, sana y libre de crueldad.
Según la encuesta, mientras que 1 de cada 10 encuestados ya se encuentra llevando adelante una alimentación basada en plantas, el 34% dice que estarían dispuestos a hacerlo y 30% podría o no hacerlo. Un cuarto de los encuestados, en cambio, no la adoptaría.
No obstante, el cambio en la alimentación se vincula más al cuidado de la salud (59%) que al del ambiente (29%) o el de los animales no humanos (26%). Esto podría estar relacionado con el hecho de que sólo un 33% considera que sus elecciones personales de consumo impactan sobre lo que pasa en el medioambiente.
En este sentido y dado el contexto actual resulta imprescindible transformar los modelos de producción y consumo y plantear una alimentación sostenible no sólo por los claros beneficios éticos y ambientales, sino que es además algo que cada persona puede poner en práctica de manera sencilla (desdibujando la idea de que sólo con “grandes acciones y grandes actores” podremos combatir el cambio climático).
Otro mundo más justo y saludable es posible.
* Violeta Bendersky es licenciada en Sociología de la UBA, investigadora independiente y docente universitaria. Coordinadora del grupo de investigación de Climate Save Argentina.