“El que apuesta al dólar, ….” La frase, como en un juego de adivinanzas la podríamos completar casi todos los adultos próximos a convertirnos en personas de riesgo para el COVID-19: “gana”.
La cita tiene casi 40 años y correspondió a Lorenzo Sigaut, entonces ministro de Economía, antes que el desdoblamiento cambiario se tornara impotente frente a la presión sobre el mercado de cambios y el dólar saltara nuevamente la cerca (para estas variables no hay tecnocracias ni dictaduras que valgan).
La preocupación oficial por el imperio del dólar sobreviene inevitablemente cuando su cotización escapa del control oficial. Casi nunca cuando el caldo de cultivo se va generando y su resultado se proyecta en el horizonte no tan lejano. Quizás por la pasión por el cortoplacismo y la resistencia a debatir cuestiones en que la épica no encuentra razón de ser, las herramientas a mano para sofocar el fuego son siempre las que apaciguan y no las que acaban con el foco de incendio.
Argentina adoptó la convertibilidad luego de vivir dos hiperinflaciones en menos de 18 meses (1989 y 1991) y un plan de canje obligatorio de depósitos en el medio. Cada vez que la situación llega al borde del abismo económico, la idea de una dolarización resurge nuevamente ¿Es la única salida para contrarrestar la presión constante sobre el peso y la inflación dura de matar?
A puro delivery de dólar blue, la brecha desafía el plan oficial
Cuando Martín Guzmán se refirió a “acabar con la lógica dolarizadora” estaba reconociendo dos lados de la misma moneda: causa y efecto. Su observación apunta más que a una foto de una realidad que incomoda porque quita soberanía a la toma de decisiones en materia de política económica, a la película que termina haciendo del dólar el patrón indiscutido de las transacciones locales en muchos segmentos de la economía.
¿Qué precisaría el Gobierno para lograr desmontar dicha “lógica” en forma sostenible, parafraseando al paradigma del actual ministro de Economía en su cruzada negociadora de la deuda externa?
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Una inflación de menos de un dígito anual. No es imposible, pero hacerlo implica un compromiso político y de los sectores productivos y un cambio en el modelo de financiamiento público en todos los niveles. Mientras la inflación siga en los altísimos niveles actuales (que nos colocan desde hace una década en el podio de los países con alta inflación permanente) será difícil ganarle al promedio del alza del nivel de precios.
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Alentar el mercado de capitales local: entendiendo que la canalización del ahorro local termina redundando en la financiación de la inversión privada y no sólo en el financiamiento del agujero negro fiscal. La inexistencia de un mercado de capitales desarrollado es una gran falencia de nuestra economía luego de la frustrada experiencia de las AFJPs, cuyos fondos fueron nacionalizados hace 12 años.
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Respaldo al cumplimiento de los compromisos de deuda. El Estado debería volver a replantearse si le interesa estar nuevamente en el mercado de deuda de mediano y largo plazo. Si lo ve conveniente, ninguna colocación será exitosa sin un firme propósito de respetar las condiciones de emisión. La seguridad jurídica baja sustancialmente el riesgo de cualquier financiamiento.
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Intención de recrear alternativas de inversión. Para los ahorristas, no sirve clausurar la vía legal de acumular capital en dólares si no existe otra competencia atractiva. En particular y aún con una tasa de inflación en baja que no amplíe la brecha de rendimientos, no hay que inventar la rueda. Alcanzaría con:
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Plazos fijos: sólo viable con tasa de interés positiva y con una inflación “civilizada” que no exija rendimientos
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Depósitos indexados: puede ser por un índice de precios general, o con el precio de algún producto de alto consumo. Claro que para que no sea una apuesta más, debería tener su propia demanda para colocar esos fondos.
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Depósitos linkeados al dólar “comercial”: para financiar exportaciones
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Bolsa: para ampliar las posibilidades de que el mercado de valores se constituya en una alternativa seria, debería ampliar su base de sustentación, transparentando y flexibilizando costos impositivos y de transacción, y fomentando la participación de capitales mayoristas.
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Alentar el mercado de capitales: entendiendo que es la forma que empresas privadas puedan acceder al financiamiento de largo plazo y que pueda haber un desarrollo de la colocación de ahorro institucional.
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Mercado de bonos: solamente será atractivo cuando el Estado pueda encontrar un riesgo compatible con la sustentabilidad de las condiciones del pago y el destino de dichos fondos sea para tapar agujeros fiscales excepcionales o financiar infraestructura, pero nunca para patear desequilibrios permanentes.
El General Juan Domingo Perón, tan citado en estos días, decía que el lema justicialista: "mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar" encajaría mejor en este noble propósito del actual ministro para que no pase a engrosar las frases utópicas de sus antecesores.
Sería ilusorio pretender obtener otros resultados apelando a los mismos vectores que contribuyeron a que la economía argentina sea un fracaso en el último medio siglo, su sistema financiero formal, el más chico de la región en proporción a su ingreso y la desviación de capitales (al colchón, a las cajas de seguridad y las cuentas off-shore) en el deporte nacional del ahorrista.
CP