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Una mirada a la mentalidad económica

¿Tenemos una “mentalidad económica”? ¿De dónde proviene y cómo se construye? El Centro de Economía y Cultura de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica Argentina (UCA) se encuentra estudiando la evolución y situación actual de esa “mentalidad” global, que puede definirse como la actitud predominante en las poblaciones ante la economía. Esta es una primera aproximación a su trabajo, adonde se revisa cómo vemos -desde distintos puntos de vista- los sistemas económicos en los que nos toca vivir.

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Todas las personas tienen alguna idea, muchas veces borrosa, sobre cómo funciona mejor el sistema económico. En un extremo están quienes piensan que el mercado debe operar de manera descentralizada y que la libre acción de los agentes productivos maximiza la generación de bienes y servicios y promueve el crecimiento. En su opinión los individuos son motivados por los beneficios que esperan de sus actividades y por ende tratan de producir objetos demandados por la sociedad. El marco competitivo garantiza un continuo aumento de la productividad y que los precios no se alejen de los costos. 

Para los que tienen esta concepción el papel del gobierno es brindar un marco institucional o legal mínimo que fomente la competencia y el intercambio, asegurando así que los factores de la producción sean utilizados con eficiencia. En esta visión no hay mucho lugar para la acción estatal, sea mediante la activación de empresas públicas, o por una regulación excesiva. Un corolario de este tipo de mentalidad es la estabilidad de la moneda es fundamental y su valor no debe ser alterado.  

Finalmente, esta ideología incluye muchas veces una defensa de la libertad de comercio internacional, de modo de aprovechar las ventajas comparativas y aumentar la riqueza a nivel global. Esta perspectiva no es necesariamente incompatible con la aceptación de ciertos mecanismos de redistribución del ingreso, aunque se presta atención a que no generen ineficiencia o incentivos a comportamientos oportunistas. Se puede denominar esta mentalidad general como de economía social de mercado, libre mercado o bajo el más ambiguo término de capitalista.

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Otra posición ideológica es la de aquellos que piensan que la riqueza y bienes deben ser producidos junto a una acción activa del gobierno. El Estado debe tutelar, regular y controlar la actividad económica y proteger a los individuos. Aunque no se niega que la iniciativa privada exista, se define a su ámbito como reducido. En muchas actividades se considera siempre preferible a la empresa estatal, que toma en cuenta las necesidades y costos sociales. En el confín de esta visión están los que abogan por un sistema comunista puro, donde no hay lugar para la gestión privada y todas las firmas son públicas, incluso las agrícolas y las de servicios. 

En ese paradigma se espera que los individuos se rijan en su comportamiento altruistamente y sin tomar en consideración beneficios particulares: este es el nuevo hombre que esperaba generar el socialismo. Los que poseen esta mentalidad tienen del estado una visión paternalista: este debe existir para cuidar y asegurar mediante su actuación efectiva el bienestar de los miembros de la sociedad. Se puede denominar esta mentalidad como interventora o socialista.

La mayor parte de los individuos tienen en su cabeza alguna mezcla de los dos arquetipos descritos. En cada país coexisten personas defensoras del libre mercado a ultranza, con otras que poseen una mentalidad muy estatista. En el medio de estos extremos se dan innumerables combinaciones: conservadores, socialistas y liberales moderados, comunistas reformistas, socialdemócratas, etc.  Un abanico ideológico se hace presente inclusive entre miembros de un mismo partido político, las iglesias, los clubes, los sindicatos o en las asociaciones empresariales. 

Al mismo tiempo, en esas instituciones se da con frecuencia una ideología dominante, que se distingue cuando se la contrasta con organizaciones con componentes sociales distintos.  Por ejemplo, es de esperar que la mentalidad económica de una cámara de empresarios dedicados al comercio exterior sea más favorable al capitalismo que aquella presentada por los integrantes de un gremio docente. O que la mentalidad de un club de emprendedores tecnológicos sea más proclive al libre mercado que aquella correspondiente a un departamento de sociología de una universidad pública. 

De la misma manera los países  presentan “promedios” ideológicos que los diferencian entre sí. Las naciones no sólo se distinguen por su geografía, clima, composición racial, religión o idioma, sino también  por una mentalidad económica preponderante. Es decir se verifica un valor medio de creencias de la población  respecto cómo funciona y debe funcionar la economía, valor que es heterogéneo a lo largo y ancho del globo. 

La mentalidad económica promedio o dominante instalada en una población no es inocua y tiene efectos directos sobre el desarrollo económico. Así lo han interpretado académicos de la talla de Douglass North,  Alexander Gerschenkron,  Michael Porter o Deirdre McCloskey. Ellos encuentran, con distintos matices, que el paradigma que la población tenga sobre la economía de mercado, el rol de los empresarios, la competencia y el comercio internacional tendrá consecuencias directas sobre los armazones institucionales que regulan el comportamiento de las personas (1).  

Gerschenkron  (1962) dedicó muchas páginas de su obra clásica a la cuestión de la hostilidad pública hacia emprendedores y al capitalismo presente en diferentes sociedades. Consideraba  había una necesidad perentoria de mayor investigación sobre esta temática, especialmente en relación a la persistencia cultural o lo que llamó “coeficiente de posibilidad de cambio” de una sociedad (2). 

Para Michael Porter, de no existir que un paradigma compartido en favor de  mercados libres podía ocupar ese espacio una visión contraria, la que sería favorable a la aparición del proteccionismo y situaciones de rentas no competitivas. Una perspectiva similar es la de McCloskey, quien señala la importancia de ideas articuladas aceptadas socialmente sobre el funcionamiento de la economía, como la noción de que la actividad económica es favorable a los actores participantes y no de suma cero (3).

Gradualmente la mentalidad dominante en las sociedades se ha ido cristalizando bajo la forma de normas, reglamentaciones, leyes y diversas formas de intervención y presencia estatal. Esto ocurre particularmente en los sistemas democráticos donde los partidos y líderes políticos tienden a expresar en sus plataformas y acciones las ideas prevalentes en sus electores. En este proceso seguramente existen otros factores relevantes, como la acción de los grupos de presión, sean estos empresarios protegidos por aranceles, sindicatos amparados por restricciones a la movilidad laboral y funcionarios públicos cuyos puestos están asegurados. 

Debe señalarse sin embargo,  que la incidencia de estos de estos grupos se facilita si accionan en un medio de cultura que aprecia  la intervención gubernamental. Los distintos marcos institucionales existentes en las diversas naciones han sido y son  mensurados por diversas métricas publicadas periódicamente. En lo económico destacan el Índice de Libertad Económica Mundial  elaborado por el Instituto Fraser  y el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage (4). 

Las características que se utilizan como insumos de estos registros cuantitativos incluyen indicadores de libertad empresarial, de desarrollo de capitales  y de trabajo, la estabilidad monetaria, de impedimentos al comercio internacional  y el respeto por los derechos de propiedad. Muchos de los países que suelen destacar en estas métricas pertenecen a la Anglósfera y a Europa del Norte. Entre los últimos puestos suelen estar países africanos acompañados por Venezuela, Cuba y Corea del Norte. 

En general la calidad institucional medida a través de estos rankings se correlaciona con el ingreso per cápita y el desarrollo (5). La razón de esta vinculación es bastante obvia: marcos institucionales adecuados favorecen la acumulación de capital y el uso eficiente de los factores de la producción.

Para conectar estos marcos institucionales con las culturas dominantes en los diversos países se hace necesario cuantificar de alguna manera las ideologías económicas. Una propuesta en ese sentido ha sido el Índice Mundial de Pensamiento Pro-mercado, luego denominado Índice Global de Mentalidad Económica (6). 

El indicador se elaboró tomando como insumo algunas de las preguntas que componen el World Values Survey (7), un proyecto mundial en curso desde 1980 que intenta mediante encuestas periódicas (en general cada cuatro años) mensurar la evolución de valores y creencias de la población. Para elaborar el índice sobre la opinión económica se tomaron las respuestas dadas por los encuestados a preguntas sobre la valoración de la iniciativa privada, la competencia, la necesidad de la redistribución del ingreso y el concepto de que el individuo es el principal responsable de su devenir económico. 

Con esos insumos se estimó un ranking de países según su aprobación de lo que se puede denominar el “modelo” promercado. Los autores que elaboraron el índice reunieron a los países en conglomerados utilizando criterios geográficos y culturales comunes a los utilizados en muchos estudios globales. El conglomerado que aparece más favorable a la economía de mercado es la Anglósfera, constituida por países como Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia, Canadá y Nueva Zelanda. Estas naciones presentan una ideología favorable al mercado y cuentan con instituciones que fomentan la libertad económica y generan altos niveles de ingreso per cápita. 

En segundo lugar por su ideología capitalista se encuentran estados de Europa del Norte, donde también el ingreso es elevado y la calidad institucional económica excelente. En la última edición del índice se resalta el cambio de mentalidad de los ex países comunistas europeos. La razón es que las generaciones más jóvenes de esas naciones valoran en elevado grado los beneficios de la economía de mercado. América Latina presenta una perspectiva pro-mercado intermedia, lo mismo que su desarrollo institucional. El resultante ha sido un ingreso por habitante medio a nivel mundial. Las regiones más anticapitalistas del mundo son África, Medio Oriente y Asia Central.

Observando este panorama  parece constatarse una relación directa entre mentalidad, instituciones y desenvolvimiento económico. Pero este no siempre es lo que ocurre: pueden generarse situaciones en que la mentalidad popular no ha podido expresarse libremente. En esos casos una minoría ha podido imponer sus instituciones de preferencia por la fuerza y sin consentimiento popular. 

Tal parecen ser los casos de China y Chile. En ambas naciones parece existir un contraste entre la mentalidad popular y las instituciones o marcos dentro de las cuales sus agentes económicos han operado. China sería el caso de una población que presenta un moderado o medio apoyo al sistema de mercado. Pero esta nación ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX la imposición de un muy duro y rígido sistema comunista. Esta situación comenzó a variar hacia 1978 cuando los integrantes de la jerarquía fueron abandonando muchos postulados marxistas, cambiando paulatinamente sus instituciones. Así, liberaron más y más su economía, permitiendo el funcionamiento de incentivos a la producción y a la eficiencia. Gracias a ello su crecimiento ha sido espectacular, transformándose hoy en día en una potencia mundial similar a los Estados Unidos. En última instancia los gobernantes han ido aceptando la mentalidad de la población. 

Chile parece ser el caso opuesto. Allí el apoyo al sistema de mercado es bajísimo. Ello no debe sorprender mucho ya que en 1970 la población eligió como presidente al marxista Salvador Allende, quien intentó aplicar un modelo socialista, lo que incluía nacionalizaciones, control público de la banca y la reforma agraria. El marco institucional en Chile no variaría por un cambio en la ideología de los votantes sino por imposición de un gobierno militar. En 1973 el régimen golpista del General Augusto Pinochet encomendó a un grupo de economistas pro mercado, denominados allí “Chicago Boys”, el diseño e implementación de una política económica que incluyó desregulación, privatizaciones y el logro de la estabilidad monetaria. 

Con el tiempo esta política resultó muy exitosa y Chile ingresó a un notable sendero de crecimiento y reducción del nivel de pobreza, superando recientemente al ingreso per cápita (y la esperanza de vida, junto con una menor mortalidad infantil) de su tradicionalmente más próspero vecino Argentina. Pero el nuevo estadio de desarrollo no parece haber afectado estructuralmente la ideología económica de sus habitantes. La mentalidad popular que fue el sustrato de la elección como presidente de Allende sigue en gran medida vigente. El reciente estallido social no es más que una manifestación popular de una ideología reprimida que ha encontrado en las calles un modo de expresarse (8).

Cabe preguntarse cuáles son los factores que determinan o condicionan la ideología económica de cada individuo. Uno de los factores es la decisión racional cuando, luego de analizar la información pertinente, la persona asume una interpretación determinada. Pero este tipo de llegada a una mentalidad específica es minoritaria: las ideas económicas de cada persona parecen tener una fuerte conexión con el medio social en que se desenvuelven: si la cultura dominante es de tipo socialista es más probable que un sujeto  la asimile que  la rechace. Newland y Czegledi han estudiado los factores que afectan la ideología individual y el mejor predictor es el conglomerado de países de pertenencia. 

Por ejemplo, la probabilidad de ser pro-capitalista es mucho más alta en la Anglósfera y mucho más baja en Asia Central o Africa. En Argentina es más frecuente la mentalidad favorable a la intervención del gobierno, mientras que en Nueva Zelanda la defensa de la competencia y libertad económica es dominante. Es interesante observar que incluso los profesores universitarios siguen este patrón: sociedades donde la libertad económica es menos apreciada tienden a generar docentes con la misma ideología (9). En este sentido la mentalidad parece tener puntos en común con los idiomas maternos adquiridos: un individuo puede aprender un nuevo idioma, pero el dominio completo este idioma sólo posible para una minoría.  

Por otra parte la cultura económica parece presentar una cierta persistencia en las sociedades: mentalidades favorables a la intervención gubernamental tienen cierta continuidad  histórica y en algún grado se comunican entre las generaciones. Esta persistencia se ha notado incluso en los inmigrantes: aquellos grupos étnicos en Estados Unidos que provienen de países más favorables al mercado tienden a poseer una ideología similar, como ocurre con los japoneses, nor europeos o afroamericanos. Algo similar le ocurre a los que provienen de culturas más interventoras, como aquellos originados en Europa del Este (10). A nivel de países que exportaron sus poblaciones hacia otros territorios en los siglos pasados se nota un fenómeno similar: los norteamericanos, australianos o canadienses tienen una visión favorable  al mercado similar a los británicos. Los latinoamericanos presentan una cosmovisión económica más  parecida a la de los españoles.

¿Cuál es el origen de esta diversidad ideológica nacional? Según Max Weber el canal de transmisión de ideas más favorables al capitalismo ha sido el protestantismo, en contraposición la religión católica u otras orientales. Esta interpretación ha sido muy debatida y criticada. En el contexto de este análisis su principal defecto es no poder explicar la actitud pro-mercado de países de la Sinósfera. También Deirdre McCloskey (2016) ha intentado una explicación de los orígenes del pensamiento pro mercado de algunas naciones. Según McCloskey un cambio radical en las mentalidades ocurrió en Europa desde 1600. Comenzando en Holanda y continuando en Gran Bretaña se comenzó a reconocer y apreciar la actividad empresarial, lo que fomentó la iniciativa y creatividad individual. 

¿Porque ocurrió esto en el norte de Europa? Por un conjunto de factores que incluyeron la Reforma Protestante, revoluciones políticas y la difusión de la lectura. Esta explicación es atractiva pero adolece del mismo problema que la ofrecida por Weber: no ofrece una razón de la mentalidad de la Sinósfera.

La hipótesis que se presenta aquí es que la mentalidad pro-mercado se ha ido construyendo y sedimentando en cada región en un largo proceso histórico  en buena medida determinado por su estructura agraria. A este respecto se encuentra útil la proposición de Friedrich Hayek (11) de que en cualquier sociedad los individuos que son actores económicos autónomos, sean empresarios, agricultores o comerciantes, tienen un conocimiento intuitivo del funcionamiento del mercado, dentro del cual operan cotidianamente. Ellos entienden bien la función de la competencia, los derechos de propiedad y las ganancias de la mutua colaboración. 

Finalmente, ellos conectan directamente la remuneración con la productividad. La proposición de  Hayek es altamente compatible con la visión sociológica de Berger y Luckman (12), para los cuales la mentalidad es una consecuencia de la manera de interactuar entre individuos. La ideología es en gran medida una consecuencia de la acción humana, la que es luego incorporada en la legislación y demás normas sociales. Es decir en sociedades con una alta proporción de emprendedores o empresarios se iría constituyendo un paradigma económico más favorable a la economía de mercado. Esta situación, a su vez,  sería determinante en el establecimiento de los diversos marcos institucionales que se fueron gestando a lo largo del siglo XIX y XX.

Para analizar el impacto una determinada estructura ocupacional sobre el paradigma capitalista se debe intentar estimar  en cada sociedad de la proporción de individuos que en el pasado  gestionaban unidades económicas de todo tamaño con cierta libertad. En sus actividades estos agentes contrataban factores de la producción y obtenían financiamiento de modo de poder generar eficientemente y con rentabilidad bienes y servicios para ser vendidos. Dado que en la historia de la humanidad -hasta tiempos relativamente recientes- ha sido dominante la actividad y empleo rural, es en la estructura de este sector donde debe buscarse el caldo de cultivo de las diversas mentalidades existentes. 

El sector primario incluía a unidades familiares que arrendaban tierra o laboraban bajo algún esquema de aparcería. A estos se agregaban agricultores de tamaño medio y los propietarios de extensiones mayores. En el sector secundario, la categoría cubría a empresarios proto industriales y de la construcción, industriales y artesanos independientes. Finalmente, al interior del sector servicios se encontraban  los  transportistas, propietarios de tabernas y posadas y comerciantes. 

Hace dos siglos la mano de obra ocupada en tareas rurales representaba más del 80% de la ocupación global. Excepciones serían las de Gran Bretaña y Holanda, donde la urbanización se acercaba al 50%. Allí tenían importancia numérica los artesanos, tenderos y comerciantes. No sin razón se atribuye a Napoleón hacia esos años la denominación de Inglaterra como una “nación de tenderos”.

Los grupos de países que poseían un gran número de agentes independientes hacia 1800 también tienen en la actualidad la mayor apreciación del capitalismo. La Sinósfera tenía una economía campesina, con innumerables granjas familiares independientes y autogestionadas que cultivaban principalmente arroz, utilizando técnicas intensivas en mano de obra. Con parcelas propias o arrendadas, estas unidades producían grano para autoconsumo y para el mercado, junto con productos artesanales elaborados durante las estaciones de baja demanda agrícola. La necesidad de sistemas de riego a pequeña escala administrados conjuntamente promovió en ellos hábitos de colaboración y confianza (13). 

Parece que en estas sociedades, especialmente en China, los agentes económicos podrían realizar sus actividades en un marco institucional favorable sin impuestos demasiado gravosos. Una situación similar se verificaba en el norte de Europa: existían gran cantidad de pequeñas granjas independientes esparcidas desde Suecia hasta Flandes. Estas unidades rurales eran más grandes que en la Sinósfera, y con un patrón de producción más diversificado e intensivo en capital. En esa parte del mundo también se desarrolló una proto industria sofisticada, con sus gestores comerciales que encaminaban sus negocios no sólo hacia los consumidores locales sino también a otros más distantes. 

Gran Bretaña y Holanda, por su parte, habían tenido una estructura agraria con un gran número de pequeños agricultores que poseían o alquilaban tierras mucho antes de 1800. Aunque este grupo se estaba reduciendo gradualmente en Gran Bretaña debido a los cerramientos y al aumento del tamaño de las granjas, aún permanecían relevantes en el siglo XVIII. A ellos se sumaba el importante número de agentes económicos activos en el sector de servicios (14). 

En el territorio de lo que sería después Estados Unidos, las unidades rurales familiares eran las más frecuentes: la característica dominante era que una gran parte de los agricultores poseían la tierra que trabajaban, lo que sin duda desarrolló en ellos un gran sentimiento de apoyo a la propiedad privada. Según Allan Kulikoff, estos agricultores adoptaron una cultura individualista, lo que para ellos representaba la  libertad para hacer contratos vinculantes y usar sus propiedades como quisieran. Esta mentalidad se extendió a los comerciantes rurales y los fabricantes urbanos. Así, Kulicoff concluyó en su libro sobre la historia de la América rural: “El capitalismo... comenzó en el campo” (15).

En la mayor parte del resto del mundo la proporción de agentes económicos activos fue menor, y es allí donde la apreciación del capitalismo también es más débil en la actualidad. En esas regiones parte de la población jugaba un papel más pasivo, ya que la toma de decisiones en sus lugares de trabajo y la determinación de las recompensas eran definidos, en diferentes grados, por la intervención de un agente externo y no directamente a través de operaciones en el mercado. 

Acostumbrados a una vida regulada externamente, para ellos los beneficios de un sistema económico descentralizado y de la iniciativa privada no serían inmediatamente palpables. Era más natural sentir que el mejoramiento se originaba a partir de un alguien externo y distante de su control directo, ya fuera del propietario de la tierra, el propietario de esclavos, el jefe tribal, el señor feudal, un empresario, de la comuna rural o el gobierno. Por lo tanto, este grupo legaría a las generaciones futuras una perspectiva más favorable regulación e interferencia estatal, y una mayor apreciación de los gobiernos basados en líderes políticos fuertes.  

¿Por qué toda esta situación  generaría una mentalidad anti-mercado y no lo contrario? Los estudios psicológicos han indicado la existencia de lo que se ha llamado “opresión internalizada”.  La noción básica es que cuando un individuo está continuamente condicionado por un actor externo (en su caso, el gobierno, pero también jefes, terratenientes feudales o autoridades de la aldea) se genera un proceso de aceptación pasiva. Eventualmente, los individuos tienden a ver esta situación como normal y la incorporan a su ideología.

La esclavitud fue el régimen laboral más alienante, limitando al extremo la iniciativa y libertad de acción individual, la que siempre debía tener como referencia restrictiva a su dueño. Este tipo de relación laboral era dominante en muchas islas del caribe y sumamente importante en Cuba, Brasil  la África Subsahariana. Otro grupo muy numeroso de campesinos enajenados en distintos grados los aportaba el marco feudal, todavía vigente en Europa del Este, en regiones africanas y en algunas asiáticas durante el siglo XIX. En otros casos no sería el terrateniente el único opresor, sino también las comunas agrarias o los Estados. Las comunas, fueran rusas, indias  o de indígenas hispanoamericanos tendían a impedir la migración  ya que eran responsables del monto total de impuestos, y de la contribución de trabajo forzado. Por otra parte en muchos casos administraban la tierra de uso común. En todo el mediterráneo, en el Imperio Otomano, Egipto o España, los campesinos también sufrían de fuertes exacciones impositivas, escaso respeto por parte de los gobernantes de los derechos de propiedad y la carga de obligaciones militares y de trabajos públicos. 

Finalmente, el trabajo asalariado, categoría laboral también pasiva, estaba presente en todo el mundo en unidades rurales, como haciendas, ranchos, cortijos o plantaciones. Su fuerte presencia en América Latina implicó  que una gran parte de la población activa estaba compuesta por peones rurales. En Chile a fines del siglo  XVIII estos representaban la mayor parte de los trabajadores del campo. En el sur de España, la proporción de jornaleros rurales era grande. En otras áreas, como en América Central y del Sur, era frecuente un sistema de peonaje de la deuda, que podría hacer que algunos trabajadores funcionaran en condiciones de fuerte dependencia.

La mentalidad económica vigente en un momento histórico tiene persistencia en el tiempo, pero no es fija. Un factor que ha ido variando  la  ideología liberal instalada en el siglo XIX  ha sido el aumento de los proletarios. El desarrollo de la gran empresa y del sector público en el último siglo ha implicado que cada vez más personas han dejado de ser trabajadores independientes, pasando a  ser contratados por terceros. Ello ha tenido consecuencias sobre la ideología. Según Hayek: “La libertad ha sido seriamente amenazada por la tendencia de incremento de  los empleados -que son mayoritarios- y que imponen sobre el resto sus estándares y visión de la vida”. Para Hayek era natural esperar que la mano de obra dependiente “desee tener algún tipo de poder tutelatorio superior que direccione las actividades que ellos no comprenden”. 

Es decir se generaría un proceso de crecimiento empobrecedor: el desenvolvimiento económico conllevaría a un aumento de la mano de obra empleada, y ese aumento iría fomentando  una ideología más favorable al socialismo, intervencionismo y al proteccionismo. De hecho esto es lo que ocurrió en el siglo XX: todo el periodo de Entreguerras representó un aumento de la valoración del Estado en la economía a través del comunismo, fascismo, las ideas keynesianas y aquellas que propugnaban la necesidad de planificación macroeconómica. 

En muchos países el lapso estuvo signado por la estatización de  innumerables empresas privadas, una tendencia que continuó una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. La evolución de la libertad económica desde 1850 descripta en el estudio de Leandro Prados de la Escosura se correlaciona bien con este panorama: las instituciones mejoraron desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX, para empeorar durante el periodo de Entreguerras.  

La tendencia se desandaría en parte después de la década del 70. Para entonces los beneficios del paternalismo gubernamental serían crecientemente cuestionados. En Gran Bretaña, Chile y los Estados Unidos comenzó una ola privatizadora y de desregulación que sería imitada por una gran cantidad de países del globo, incluyendo los que habían abandonado  los sistemas comunistas.

Pero a finales del Milenio el apoyo popular al libre Mercado comenzó a disminuir. Muchos políticos y líderes percibieron el cambio de opinión y ajustaron sus discursos poniendo más énfasis en la necesidad de mayor intervención estatal. Este tránsito cultural es registrado por cambios en el Índice Mundial de Pensamiento Pro-mercado, cuyos valores muestran una caída desde la década de 1990. Las magnitudes del indicador se redujeron de manera especial para Argentina, Sudáfrica, Finlandia, Rusia, Canadá, Hungría y la India. También se reduciría de manera paralela la libertad económica según el Índice Fraser, que bajaría a nivel global entre 2000 y 2015, especialmente en sus rubros de tamaño del gobierno, sistema legal, seguridad de los derechos de propiedad y libertad de comercio (16).  

Todo lo indicado aquí no significa que las naciones están absolutamente condicionadas en su mentalidad por su experiencia agraria pasada o por su grado de proletarización. Hay muchos otros factores que pueden contribuir a la generación de una visión de la economía, como la aparición de movimientos religiosos o políticos persuasivos con ideologías fuertes, o una cierta distribución de la tierra inicial cuya desigualdad genera movimientos reactivos o revolucionarios o una fuerte inmigración externa. Pese a ello existen en el mundo conglomerados de países con ideologías relativamente similares que encarnan actitudes y valoraciones heredadas de sus antepasados. Las sociedades no son tablas rasas sobre las que se puede escribir libremente libretos ideológicos, al menos en sistemas democráticos que respeten a voluntad y creencias de la población.

Cada nación posee una serie de elementos y características que explican su prosperidad. Entre ellas está la geografía que incluye los recursos naturales, proximidad a ciertos mercados y el clima. La tecnología, autogenerada o importada también ayuda a explicar el desarrollo del potencial productivo, a lo que se suma la magnitud del capital humano. Asimismo, debe mencionarse la acumulación de capital y el uso de las ventajas comparativas y las economías de escala. 

Muy relevante, como se ha descripto, es el entramado institucional y legal que permite operar eficientemente todos los elementos antes descriptos. En este trabajo se ha agregado un factor adicional, que es la ideología económica prevalente en la sociedad. Sin una correcta interpretación por parte de la población de las causas de la prosperidad, todos los otros recursos se desenvuelven con fragilidad dado que las políticas adoptadas podrán eventualmente atentar contra el crecimiento económico.

 

*Decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica Argentina (https://uca.edu.ar/es/facultad-de-ciencias-economicas/departamento-de-investigacion-y-publicaciones)

Referencias:

1 Ver North, Douglass. (2005). Understanding the Process of Economic Change. New Jersey: Princeton University Press; Gerschenkron, Alexander. (1962). Backwardness in Historical Perspective, Harvard University Press; Porter, Michael. (2000). Attitudes, Values, Beliefs and the Microeconomics of Prosperity. In Harrison L. E. and S. P. Huntington (eds). Culture Matters: How Values Shape Human Progress. New York: Basic Books; McCloskey, D. N. (2016). Bourgeois Equality: How Ideas, Not Capital or Institutions, Enriched the Modern World. Chicago: University of Chicago Press.
2 Gerschenkron, Alexander. (1962). Backwardness in Historical Perspective, Harvard University Press, pp. 68-71.
3 McCloskey, D. N. (2016). Bourgeois Equality: How Ideas, Not Capital or Institutions, Enriched the Modern World. Chicago: University of Chicago Press., p. 503.
4 Los últimos informes de estas organizaciones pueden consultarse en
https://www.heritage.org/index/pdf/2020/book/2020_IndexofEconomicFreedom_Highlights.pdf;
https://www.fraserinstitute.org/studies/economic-freedom-of-the-world-2019-annual-report
5 Ver De Haan J., S.Lundström and J. E. Sturm (2006), Market-oriented institutions and policies and economic growth: A critical survey, Journal of Economic Surveys, 20(2), pp. 157-191.
6 Czegledi, Pal and Carlos Newland. (2018). How is the Pro-capitalist Mentality Globally Distributed 38 (2): 240-256; Czegledi, Pal and Carlos Newland; Czegledi, Pal and Carlos Newland (2018). Measuring Global Free Market Ideology 1990-2015. In Gwartney, J., R. Lawson, J. Hall and R. Murphy, eds. Economic Freedom of the World: 2018 Annual Report. Fraser Institute. Carlos Newland, Pál Czeglédi y Brad Lips- “The Economic Mentality of Nations” CATO JOURNAL Fall 2021.
7 http://www.worldvaluessurvey.org/WVSContents.jsp
8 Ver Carlos Newland y Emilio Ocampo “La crisis chilena de 2019 desde una perspectiva argentina”, en Benjamín Ugalde, Felipe Schwember, Valentina Verbal, eds. (2020) El octubre chileno: Reflexiones sobre democracia y libertad, Santiago, pp. 283 - 297.
9 Ver May, Ann Mari, Mary G. McGarvey and David Kucera (2018). Gender and European Economic Policy. A Survey of the Views of European Economists on Contemporary Economic Policy. KYKLOS. 71 (1): 162–183.
10 Ver Guiso, Luigi, Paola Sapienza, and Luigi Zingales. (2003). People’s Opium? Religion and Economic Atttudes. Journal of Monetary Economics. 50 (1): 225-282; Ekins, Emily. (2019) “What Americans Think About Poverty, Wealth, and Work”, https://www.cato.org/publications/survey-reports/what-americans-think-about-poverty-wealth-work
11 Ver Hayek, Frederich. (1960). The Constitution of Liberty. Chicago: The University of Chicago Press, capítulo 8, y Hayek, Frederich. (1976). Law, Legislation and Liberty. Volumen 2. The Mirage of Social Justice. Chicago: The University of Chicago Press, pp. 134-135.
12 Berger, P. L. and T. Luckmann. (1966). The Social Construction of Reality: A Treatise in the Sociology of Knowledge, Garden City: Anchor Books.
13 Sobre la Sinósfera ver: Aoki, Masahiko. (2013). Historical Sources of Institutional Trajectories in Economic Development: China, Japan and Korea Compared. Socio-Economic Review, 11: 2/1, 233–263; Pomeranz, Kenneth. (2000)¸ The Great Divergence. China, Europe and the Making of the Modern World Economy, Princeton University Press; Pomeranz, Kenneth. (2011). Development with Chinese Characteristics? Convergence and Divergence in Long Run and Comparative Perspective. European University Institute. Max Weber Program; Sugihara, K. (2004). The State and the Industrious Revolution in Tokugawa Japan. Working Papers of the Global Economic History Network (GEHN), 02-04, Department of Economic History, London School of Economics.
14 Sobre el caso Nord Europa y Gran Bretaña ver: De Vries, Jan., and A.M. van der Woude. (1997). The First Modern Economy. Success, Failure, and Perseverance of the Dutch Economy from 1500 to 1815. Cambridge: Cambridge University Press; Lindert, Peter and Jeffrey Williamson. (1982). Revising England’s Social Tables 1688–1812. Explorations in Economic History 19 (4): 385-408; Lundh, Christer. (2005). Criados agrícolas en la Suecia del XIX. El caso de Escania. Historia Agraria. 35: 93-114; Overton, Mark. (1996). Agricultural Revolution in England: The Transformation of the Agrarian Economy 1500-1850. Cambridge: Cambridge University Press; Slicher van Bath, H. (1963). The Agrarian History of Western Europe, A. D. 500–1850. New York: St. Martin’s Press.
15 Kulikoff, Allan. (1992). The Agrarian Origins of American Capitalism. Charlottesville: University Press of Virginia, p. 264.
16 Ver: Czegledi, Pal and Carlos Newland (2018). Measuring Global Free Market Ideology 1990-2015. In Gwartney, J., R. Lawson, J. Hall and R. Murphy, eds. Economic Freedom of the World: 2018 Annual Report. Fraser Institute.