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¿De qué hablamos cuando hablamos del derecho a la educación?

Guillermo Ramón Ruiz, a través de su obra recientemente editada por EUDEBA, propone una revisión de las políticas educativas para repensar los nuevos desafíos vinculados con garantizar el acceso a la educación.

Libro EUDEBA:
| EUDEBA

El derecho a la educación atraviesa el debate público. Con momentos más álgidos y otros de menor intensidad, en las últimas décadas –por no decir siglo y medio- la educación viene siendo un tema que suscita todo tipo de miradas, muchas de ellas, incluso las que provienen de la academia o de la política, resultan conceptualmente imprecisas.

En ese escenario, el doctor en Educación, docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador del CONICET, Guillermo Ramón Ruiz, presenta “El derecho a la educación: definiciones, normativas y políticas públicas revisadas” (Eudeba, 2020), libro que llega para arrojar luz sobre la definición y la puesta en contexto de un concepto fundamental para el desarrollo humano.

- En los siglos XIX y XX el desafío de la educación tenía que ver, entre otros, con el acceso de millones de personas que no tenían una educación formal. ¿Cuál consideras que es el desafío más evidente de la educación del siglo XXI?

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Es cierto, hasta el siglo XX la amplia mayoría de la población del mundo era analfabeta, pero gracias a las acciones de los Estados, al desarrollo de instrumentos internacionales de derechos humanos y a la centralidad que tuvo la educación escolar en la agenda pública, en el siglo pasado la alfabetización masiva y la escolarización obligatoria fueron desafíos que se afrontaron con eficacia y se lograron con creces muchos objetivos de desarrollo humano.

Ello no impide desconocer las desigualdades educativas que experimenta la población en función de sus niveles de ingreso, de sus orígenes sociales, de su capital cultural, entre otros factores. Precisamente, y en segundo lugar, podríamos decir que allí radican muchos de los desafíos que debe atender la educación formal en el presente, entre los cuales podríamos mencionar: la conformación de una educación para la diversidad, sobre la base de un modelo intercultural que permita que estudiantes y docentes dialoguen en torno a los contenidos, en donde se desarrollen estrategias de enseñanza, así como dispositivos didácticos que favorezcan aprendizajes proclives al desarrollo humano en un sentido pleno y crítico del lugar en el cual se vive, de los problemas sociales y ambientales que se padecen y de las soluciones posibles que ellos requieren.

Los desafíos actuales son distintos ya que las formas de aprender, que se evidencian en las jóvenes generaciones de estudiantes, son diferentes a las que caracterizaban y acontecían en la escuela del siglo pasado. El saber escolar, como todo lo que se desarrolla en las instituciones educativas de cualquiera de los niveles (inicial, primario, secundario y superior), se ha visto modificado no solamente por la alta o baja cantidad de computadoras en las instituciones y en las aulas, sino además por la presencia de teléfonos celulares y de estudiantes acostumbrados a una conexión permanente.

- Con esta impronta del siglo XX, la educación quedó asociada a dos elementos: masividad y presencialidad. Pero el COVID-19 puso en cuestionamiento ambos formatos. Hoy, los estudiantes que pueden continuar con el vínculo educativo lo hacen desde sus hogares. ¿Considerás que hay que repensar algo del modelo presencial-masivo? ¿Estamos ante la oportunidad de combinar modelos (virtual-individual y presencial-masivo)?

La crisis exacerbó desigualdades preexistentes, ha sido muy diferencial el impacto del cierre escolar según los diferentes sectores de la sociedad, y ello ha ocurrido en todos los países, aunque en los pobres ha sido más grave. Las consecuencias de las pérdidas de aprendizaje durante el año 2020 se extenderán más allá de esta generación de estudiantes, y a la vez ello afectará sobre todo a las niñas y a las adolescentes.

Cabe aquí remarcar que la población escolar, a su vez, será mucho más heterogénea en función de sus experiencias educativas durante el período de pandemia, las cuales han sido muy divergentes. Precisamente, la decisión de virtualizar las clases, tanto por su carácter masivo y compulsivo como por la forma de comunicación y trabajo con los estudiantes, encontró diversos problemas técnicos y generó desafíos para rediseñar las estrategias docentes. Ahora, ¿si hay que repensar el modelo presencial-masivo? Pues sí. Como resultado de esta pandemia, se ha hecho evidente que no es posible mantener una escolarización homogénea, que se debe favorecer mayor diversidad de trayectorias de formación para estudiantes diversos. Hay que hacer un esfuerzo muy importante en el desarrollo de capacidades, y no solo de comprensión de conceptos, sino aquellas que les permitan un mayor involucramiento. Sin embargo, esto es una tarea muy delicada, que no puede ser homogénea para todos los niveles ni sectores. Implica a la vez nuevos tipos de colaboraciones entre docentes y el personal de conducción para poder abordar estos cambios no solo en este presente incierto, sino también para vislumbrar a qué tipo de escuela se retornará.

Hay cosas que se podrían mantener virtuales, incluso luego de concluida esta etapa. Por ejemplo, hay determinada información que se puede transmitir de forma virtual y aprovechar la presencialidad para interactuar entre pares. Cabría concebir escenarios diversos. No obstante, aquí es central el rol del Estado para favorecer el ejercicio del derecho a la educación y resguardar el principio de igualdad, ya que se debe evitar que nuevas segregaciones se sumen a las ya existentes.

- ¿Cómo consideras que se fortalece y expande el derecho a la educación?

Desde un punto de visto académico, se fortalece en la medida en que la educación sea comprendida como uno de los derechos humanos fundamentales. Ello supone pensar, como lo hacemos en nuestro trabajo, que todas las personas tienen derecho a la educación debido a que las capacidades para interpretar el mundo y actuar en él resultan esenciales para la vida humana.

- Uno de los objetivos más evidentes de la educación era la construcción de ciudadanía vinculada con la identidad nacional. ¿Cómo incide hoy la diversidad de identidades (sexuales, culturales, locales) en ese proceso?

Ciertamente, la educación escolar surgió en el siglo XIX y se volvió obligatoria a la luz del propio desarrollo de los Estados nacionales modernos. Ese propósito, a pesar de los múltiples cambios que se dieron, se mantiene en los sistemas educativos nacionales: la enseñanza de la lengua, de la historia nacional y los actos para celebrar festividades nacionales dan cuenta de esa formación ciudadana. De hecho, en muchos países, el nuestro incluido, existen asignaturas en la educación obligatoria que llevan ese nombre o que incluyen la palabra ciudadanía en su denominación.

De todos modos, las identidades son múltiples e incluso no son estáticas, cambian, se modifican y se alteran sustantivamente en muchos casos. Es decir, es muy clara la dificultad que conlleva favorecer el ejercicio del derecho a la educación ante las diversidades culturales y sociales que presenta la población. En suma, la incidencia es notoria, acelerada en algunos aspectos de lo educativo, pero a la vez abre múltiples desafíos -para retomar tu consulta inicial- que nos ubican ante un necesario y continuo monitoreo que requiere el derecho a la educación en su ejercicio cotidiano.

 

- El monopolio de la educación sigue estando asociado con instituciones como la escuela, universidades e institutos locales. Sin embargo, cada vez más aparece una oferta mayor de educación en internet y en las plataformas de e-lerning. Evidentemente, en el fondo también son instituciones, pero ciertamente pueden ser externas al lugar donde está el estudiante. ¿Cómo impacta esto en la educación?

Ello es algo que analizamos en nuestra obra: en lo que atañe a los conflictos surgidos en relación con quién ha tenido históricamente el derecho a enseñar a las mayorías y quiénes lo han disputado. Ciertamente, desde hace casi doscientos años, cuando la obligatoriedad escolar se comenzó gradualmente a instrumentar, primero en Europa y luego en América (a diferentes ritmos), se constituyó lo que suele denominarse Estado Docente, el cual ha regulado la educación formal.

Ahora bien, la cada vez mayor oferta de proveedores privados de servicios educativos nos colocan ante la potencial promoción de una concepción comercial de la educación en relación con el consumo de software (en lugar de los contenidos curriculares). Son instituciones educativas, pero no son estatales. Algunas conforman redes internacionales con fines lucrativos, claramente explicitados en sus metas, y están por encima de las regulaciones que realizan los Estados. Podríamos agregar que aquí, para estos proveedores, la educación es concebida como un bien de mercado, como una mercancía, y no como un derecho.

En suma, podríamos decir que sí, que el control de la educación formal -como podría también ser caracterizado este proceso- ha comenzado a ser disputado por estos agentes y el panorama no es alentador. Ello afectará el ejercicio del derecho a la educación. Por lo que resulta imperativo diseñar políticas educativas bajo el principio de igualdad de oportunidades para garantizar el ejercicio del derecho a la educación y atender a las necesidades y posibilidades de los estudiantes en cada uno de los niveles educativos. Este es un planteo no sólo académico sino a la vez político, dado que el desarrollo humano es posible a partir del aprendizaje, en la interacción y el diálogo que brinda la institución escolar, en la presencialidad, por su carácter público, abierto a todas las personas, bajo el principio de igualdad real y de reconocimiento, es decir, con respeto a la diversidad cultural y social.