Lo que parecía que iba a ser una noche larga y tensa se convirtió en un rápido golpe de Cambiemos a las aspiraciones de los principales referentes peronistas de diferentes puntos del país, en especial en la geografía bonaerense.
Macri recibe así un respaldo que le da aire para encarar desde el Gobierno reformas que desea y alas para despegar hacia su reelección en dos años, por más que parezca ciencia ficción.
El Presidente se podrá colgar varias medallas, entre ellas las de conseguir triunfos contundentes en los cinco principales distritos electorales de la Argentina. Ello no sucedía en una elección de medio término desde hace 32 años, con Alfonsín.
Con estos resultados, Cambiemos muestra que fue exitosa su estrategia electoral de polarizar, aunque desde la convulsión social haya tenido sus costos emocionales. Caso Maldonado incluido.
La victoria clara sobre Cristina es la máxima expresión de ese éxito estratégico. Y al mismo tiempo abre un interrogante. Es probable que buena parte de la irrupción de 2015 y la consolidación de 2017 de Cambiemos haya sido a caballo del “no vuelven más” contra el kirchnerismo.
Con la derrota de su jefa espiritual, el planeta K entra a temblar y acaso Macri deba buscar otro sentido a la misión que le dio el electorado, si es que efectivamente el fantasma Cristina se diluye (o termina atrapado entre rejas, ojo).
Ella va a intentar resistir, obviamente. Amén de su mesianismo, la ex presidenta se montará en que habrá conseguido más votos que cualquier peronista, lo que la habilitaría para ser la mejor opción como líder opositora. Las debacles de Massa, Randazzo, del peronismo cordobés y hasta del “renovador” Urtubey le pueden dar aire a semejante intención.
