Hubo una fiesta que fue el rédito conseguido con la compra y venta de activos del Estado argentino como fueron, entre otros, Entel, Segba, Aerolíneas Argentinas, YPF, Somisa, emisoras televisivas, trenes y rutas provinciales.

El derrame de esto fue por ejemplo, para otros muchos, tener a Miami como destino cercano; los primeros viajes a Europa de unos, y a destinos exóticos de otros; o hacer que en el Mundial 1998, en París hubiera más hinchada argentina que europea. Otros, no tuvieron tanta suerte. Pero la representación gráfica del concepto “fiesta menemista” se dio precisamente en ámbitos de celebración y con los medios de prensa como testigos. Desde entonces, esas postales no se repitieron, y ni siquiera lo harán en este presente donde el espíritu menemista reapareció, al parecer, para reeditar el desguace del Estado a gran escala, y de manera más veloz.
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En aquel entonces, en marzo de 1992, hubo una fiesta en particular que marcó el patrón más perfecto del concepto de “fiesta menemista”. Esa noche estuvieron el presidente y varios sus funcionarios, empresarios de peso, embajadores, modelos, figuras del espectáculo, y alguna “gente de apellido”. Todo eso se dio en el casamiento de Sandra Macri, la única hija mujer de Franco Macri y su ya entonces ex esposa Alicia Blanco Villegas. Los otros hijos del matrimonio, Mauricio, Gianfranco y Mariano Macri, completaban ese armado familiar. El novio: Hugo Valladares, de quien la hija de Franco esperaba el primero de sus dos únicos hijos –Rodrigo–, quien nacería en junio de ese 1992.

La previa a esta boda, fue uno de esos veranos de Punta del Este que ya no existen, es decir, una temporada 1991/1992 que había comenzado un 20 de diciembre y culminado bien entrado febrero. Aquel sábado 7 de marzo –diez días antes del atentado a la embajada de Israel– , en el bronceado de unos y en la frescura de otros, esa fiesta replicó ese clima festivo esteño aunque se desarrolló en Los Polvorines, provincia de Buenos Aires.
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Allí está –todavía– Los Abrojos o “la quinta de Franco Macri”; faltarían décadas para convertirse en, por ejemplo, el campo de fútbol para funcionarios judiciales que son amigos de Mauricio Macri y parte del lawfare argentino. Esa noche de marzo de 1992, hubo más de quinientos invitados y el show de una hora del Puma Rodríguez, cuya cachet –según destacó la revista Noticias– fue de 60 mil dólares. Por entonces, el cantante venezolano estaba en el apogeo de su vínculo con el público argentino.

Si el casamiento fue para los Macri un momento de reunión familiar, para Franco Macri representó en imágenes, la magnitud de su poder como empresario. Por un lado estaban, por ejemplo, Graciela Borges, Gino Bogani –quien había vestido a Sandra Macri–, Juana Molina, quien en ese momento era famosa por su programa televisivo Juana y sus hermanas que lo producía Fernando Marín, mano derecha de Franco Macri; también Alejandro Gravier y Valeria Mazza, quien aún no era la modelo que fue años después; Daniela Cardone, Pancho Dotto, Marina Wollman, Vicky Fariña, Adelina D’Alessio de Viola, Daniel Scioli y Karina Rabolini, entre otros.
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Pero lo importante estaba en la mesa principal que ocuparon Franco Macri, su pareja Evangelina Bomparola –de estricto bajo perfil hasta su divorcio del empresario–, el presidente Carlos Menem, María Julia Alsogaray, Maya Swarovski, Fernando Marín y su mujer, y Tonino Macri con la suya. Y en otra muy próxima estaba, por ejemplo, Terence Todman, el embajador norteamericano que fue clave en las “relaciones carnales” –como las llamó el canciller Guido Di Tella– que Menem estableció con Estados Unidos.

Si el smoking de alpaca, la camisa impecable, la cabellera dominada y el Rolex de oro, definieron el estilo de Carlos Menem esa noche, fue la transformación de María Julia Alsogaray la más llamativa. Por entonces, la funcionaria más mediática del equipo menemista ya tenía en su historial personal haber hecho la famosa portada de la revista Noticias (1990) , se había separado de su único marido Francisco de Erize, y en la boda de Sandra Macri había eliminado –al menos por esa noche– todo ADN estético Alsogaray. Es decir, lo soso, lo obvio y lo aburrido de “mujer de clase alta porteña” devino en una María Julia con ganas de explotar su bronceado, su colorido vestido de Gino Bogani, su cabello suelto, y las flores hawaianas que se dejó puestas después de bailar en la pista. Sí, también en esa época se hablaba de una relación más que personal con Carlos Menem. Pero fue pasajera; más extensa fue la que tendría luego con Miguel Angel Vicco, uno de los dos secretarios privados del entonces presidente.

Toda esta combinación heterogénea de personajes reunidos en un mismo espacio y en un clima de celebración describe en imágenes qué fue la “fiesta menemista”. Un concepto que a partir de noviembre de ese 1992, la revista Caras maximizaría –y retrataría– con el lanzamiento de su número debut: Zulemita como “primera dama”, en la primera gran gira europea de Carlos Menem. Como toda fiesta, la menemista también tuvo un fin y nunca más se repetirá. Hace tiempo que la ostentación de aquellos años noventa volvió a ser sinónimo de mala educación y de falta de clase; no es solo una pose decorosa por la crisis económica. Pero esa es otra historia.
(Fotos publicadas en revista Noticias, marzo 1992)