Las discusiones sobre biopolítica en América Latina se han enfocado mayormente en regímenes capitalistas para enfatizar el modo en que lógicas como las neoliberales producen cuerpos sufrientes despojados de derechos mínimos. Las dicotomías ideológicas interpretativas (izquierda/derecha) han imposibilitado una crítica de igual magnitud para analizar los regímenes revolucionarios de la región. Los debates sobre las gestiones estatales con relación al Covid-19 confirman este fenómeno ya que la actual situación de países como Cuba, Nicaragua y Venezuela apenas si es abordada en los análisis regionales.
La pregunta general por la biopolítica está relacionada con la idea de qué vidas importan, o bien, a quiénes hay que dejar morir. Las posibles respuestas a estos interrogantes generalmente están concatenadas a diversos marcadores raciales, de género, nacionales e incluso ideológicos que distinguen entre las vidas que merecen ser vividas y las que no. Justamente en el área de los estudios culturales latinoamericanos, este último marcador, el ideológico, ha determinado la invisibilización de Cuba, Nicaragua y Venezuela en los análisis sobre la naturaleza y consecuencias de las políticas sanitarias frente a la pandemia. Buscando paliar este punto ciego me gustaría reflexionar sobre las diversas implicaciones biopolíticas que nos presentan estos tres países. Uno de los actuales teóricos de la biopolítica, Roberto Esposito, propuso a grandes rasgos que existen mecanismos inmunitarios y comunitarios. Mientras el primero determina un mecanismo de cierre, de autopreservación contra la amenaza externa de la propia disolución, la lógica comunitaria, por el contrario, implica un movimiento de apertura en el que en mayor o menor grado nos diluimos en los otros. Quizá el carácter defensivo de los mecanismos inmunitarios tan asociados, por ejemplo, a la xenofobia y demás fanatismos identitarios ha conllevado a lecturas simplistas que localizan las consecuencias biopolíticas negativas exclusivamente en los mecanismos inmunitarios al tiempo que se idealizan los comunitarios. Sin embargo, lo que atestiguamos con algunas respuestas al Covid-19 es que ambos mecanismos pueden ser igualmente funcionales a la lógica antidemocrática.
Venezuela y Nicaragua. El ejemplo clásico de los dispositivos inmunitarios de los regímenes dictatoriales es el de Venezuela. Allí el estado de excepción básicamente se ve reforzado en el avance de un Estado represivo en el que se persigue a periodistas y trabajadores del sector salud por informar sobre la pandemia, al tiempo que también se ataca el trabajo académico y científico, se sofoca toda manifestación de descontento político y social y se considera que los inmigrantes venezolanos que intentan retornar no son vidas humanas sino armas biológicas que “infectan” al país de acuerdo con el discurso oficial. Los venezolanos se han convertido así en lo que Giorgio Agamben, otro teórico de la biopolítica, denomina vidas desnudas, ya que sus cuerpos han sido despojados de los derechos de ciudadanía e incluso de su naturaleza humana al concebirse meramente como armas biológicas.
Sin embargo, otro ejemplo menos evidente de una biopolítica antidemocrática tiene que ver, paradójicamente, con la exacerbación de los mecanismos comunitarios. Un caso ilustrativo ha sido el manejo de la epidemia en Nicaragua. Allí no solo se invisibiliza la presencia del Covid-19, sino que, además, el régimen Ortega-Murillo estimula el contacto y la proximidad social a través de eventos deportivos, culturales y marchas masivas como la del eslogan “Amor en tiempos de coronavirus” que tuvo lugar el pasado 14 de marzo. Es decir que en realidad no se ha aplicado prácticamente ninguna medida de distanciamiento social. Ni las aulas presenciales ni el trabajo en oficinas públicas, por ejemplo, fueron interrumpidos. Rosario Murillo, de hecho, afirmó que las fronteras estaban blindadas contra la entrada de la epidemia por “protección divina”. Bajo esta lógica, incluso se le llegó a prohibir al personal médico que usara barbijos, guantes y demás insumos para sus labores mientras que se siguen realizando “sepelios exprés” durante las noches para ocultar las muertes.
Respuestas similares a las del régimen de Nicaragua, aunque no tan extremas dado que aún se trata de democracias, son las de Brasil, México y Estados Unidos. En todos esos casos, la biopolítica comunitaria se ha vuelto letal ya que lo que confrontamos es una política del “dejar morir” por omisión del Estado. Aquí las poblaciones son también reducidas a vidas desnudas sin derechos tan básicos como el de la salud y la vida.
Cuba. Por su parte, Cuba ha conjugado ambas políticas autoritarias, alternando los mecanismos comunitarios al modo de Nicaragua con los inmunitarios que observamos en el caso venezolano. Inicialmente el régimen pretendió ignorar la epidemia sin cerrar espacios de afluencia como las escuelas e, incluso, difundió una campaña de estímulo al turismo internacional bajo argumentos de que el calor de la isla impedía o dificultaba la propagación del virus. Para la segunda mitad de marzo, sin embargo, el gobierno tomó medidas de aislamiento que, al igual que en Venezuela, han agudizado prácticas represivas frecuentes con anterioridad a esta crisis. Por ejemplo, varios periodistas independientes y personal médico han sido sancionados y/o encarcelados por divulgar información sanitaria mientras que paralelamente se bloquean medios alternativos.
Así, los mecanismos inmunitarios y comunitarios en Cuba, Nicaragua y Venezuela sirven para reforzar la privación de derechos ciudadanos tan básicos como el de la salud y el de la libertad de información y de expresión bajo el contexto de la pandemia. El manejo de la crisis sanitaria, entonces, no ha implicado un cambio en la naturaleza autoritaria de estos regímenes sino más bien una oportunidad para apuntalar y agudizar aún más las prácticas estatales antidemocráticas. Esto explica que resulte tan difícil obtener información veraz sobre el número y el manejo de afectados y muertos por causa del coronavirus en estos tres países, así como el estado real de la infraestructura sanitaria para hacerle frente a la crisis.
Bipolaridad y ceguera. Traer a cuento la alarmante situación por la que están pasando las poblaciones cubana, nicaragüense y venezolana nos aporta una entrada a las discusiones biopolíticas por fuera de los marcos identitarios de izquierda/derecha que tanta importancia siguen teniendo en el área de las humanidades, tan dadas a las invisibilizaciones críticas sobre ciertos países. Continuar interpretando la crisis planetaria en términos bipolares es lo que ha conllevado a cierta ceguera interpretativa en un intelectual como Agamben, por ejemplo, quien equipara automáticamente el confinamiento con el fascismo, sin problematizar aquellos casos en los que la omisión del Estado redunda no solo en una falta de solidaridad hacia los sectores más vulnerables sino incluso en políticas de muerte; en tanatopolíticas. Entrever que presidentes como López Obrador en México, Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil comparten prácticas de poder coincidentes sobre los cuerpos de los respectivos ciudadanos en relación con el virus nos evita confinar la pandemia a la reiteración ideológica para complejizar críticamente las dinámicas de desigualdad que seguirán agudizándose en los próximos años a lo largo de América Latina.
* Doctora en Letras por la Universidad de Pittsburg.
Consejera académica de Cadal.