ELOBSERVADOR
del prejuicio al desarrollo

China debe ser una política de Estado en la agenda económica

En un contexto comercial global complejo, el gigante económico oriental es el gran desafío para las exportaciones locales. Implica conectarse con una cultura con códigos diferentes.

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Contrastes. Una imagen de Guiyang: el pabellón Jiaxiu, junto al río Naming. Pasado y presente de la economía del futuro que no cesa de crecer en mercados. | shutterstock

Jorge Malena recuerda la remota tarde en que su barra se compró la primera Coca-Cola, él cordobés, todos los otros chinos. Eso pasó cuando era adolescente y vivía en Beijing, en la época de la Reforma y la Apertura. Hoy, como director del Programa Ejecutivo en China Contemporánea de la UCA, es uno de los argentinos que tienen un conocimiento acabado del resurgimiento de la vieja nueva potencia mundial. En sus conferencias repite que no habla “ni como sinófobo ni como sinófilo: no defendiendo los intereses de China, sino de Argentina. Hablo como sinólogo”.

A nivel global crece la conciencia de que el siglo XXI es el siglo de China. Se puede tener interés en la cultura china o estudiar algún aspecto de ese país puede ser parte del desarrollo profesional, pero saber y comprender a China es indispensable para defender nuestros intereses, tal como lo han percibido Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos hace muchas décadas.

Academia. En Argentina han crecido ámbitos de estudio e intercambio, especialmente en el campo académico. Hay espacios dedicados a China en las universidades de La Plata, Buenos Aires, Lanús, San Martín, del Salvador, Tres de Febrero, UADE, y se afirmó el Centro Latinoamericano de Estudios Políticos y Económicos de China, mientras surgieron los observatorios de Inversiones Chinas en la Argentina, Mundo Sur, otro en la Cámara de Exportadores de la República Argentina y el Observatorio Sino-Argentino. La revista DangDai viene contribuyendo desde el campo de la comunicación.

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Esta base incipiente rápidamente debería nutrir los ámbitos del próximo gobierno en los que se decida la relación con China.

Asimetrías. El modo en que venimos relacionándonos con China pone en alto contraste la estrategia con que un país decide su política hacia otro país determinado. En la relación con China es evidente que nuestras políticas, planes, conductas y actitudes han sido un resultado dinámico de la pugna entre diferentes sectores de la economía (sectores internos y externos con determinación en los asuntos de Argentina), entre distintos posicionamientos ideológicos, diferentes sectores políticos y una variedad de factores culturales.

En esas pugnas es donde aparecen factores visibles, como la tendencia a basar el comercio exterior en la táctica del saldo exportable (inclinación al cortoplacismo absoluto de aprovechar la ocasión) y la primarización de la economía. También aparecen las vocaciones por pertenecer a Occidente o, al contrario, por abrirse a nuevas experiencias.

La relación que propone Argentina a China ha sido sobre todo el resultado crudo de pugnas, mientras lo más conveniente sería encarar firmemente una política hacia China como cuestión de Estado.

Nos hemos asombrado cada vez que un político, un periodista o un académico ha dicho que “estábamos aislados del mundo” refiriéndose al período entre 2004 y 2015 –cuando Argentina tuvo una fuerte relación con China–, porque de ello se deriva inmediatamente el absurdo de que China, uno de los países que más gravita en el mundo, no está en el mundo.

De la misma manera nos ha llamado la atención que en el transcurso del ascenso de China los argentinos de una generación (desde Franco Macri hasta José Beckinstein, Félix Peña, Ernesto Fernández Taboada y Carlos Spadone, entre otros) parecieron haber comprendido la necesidad de trazar una estrategia de negocios con China mucho mejor que las generaciones siguientes.

Prejuicios. Hay hacia China recelos particulares, que no se tienen hacia otros países, o se tienen y se soslayan. En el cuerpo diplomático la preferencia por China como destino no se condice con la dimensión del país asiático, y la intensidad de la acción del embajador Diego Guelar en los últimos años ha contrastado con el tono distante de la actitud hacia China. Es una rusticidad flagrante creer que la relación con China es algo “exterior”, como si Argentina viviera en una burbuja y en algún momento se pusiera en contacto con otros países.

China crece de un modo vertiginoso. Se diría que está arremetiendo en el orden global, y su relación con Argentina no pertenece solo al futuro. Ya hace una década que le vendemos el producto que más produce el agro, que es nuestro sector más productivo. Lo que nos está impidiendo aprovechar el ritmo del avance chino son contradicciones internas nuestras, las falencias de nuestra economía, la diferencia de escala y la ausencia de vías y procedimientos para ciertos intercambios.

Si consideramos un error entender la relación con China como algo exterior, también es falta de agudeza creer que la relación con China no es con todo el orden global. Activa y pasivamente China está siendo el mayor factor de transformación de la forma del mundo, desde la guerra comercial que le declara Estados Unidos hasta la comunidad que plantea su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (BRI, Belt and Road Initiative).

Así las cosas, lo que urge en un nuevo gobierno argentino ya no es decidir cómo relacionarnos con China, sino cómo pensar nuestra economía, política, cultura, ciencia, seguridad en función de la relación con China y con un mundo en cuya configuración China es altamente determinante.

*Editor de la revista DangDai, miembro de la Chinese Culture Translation Studies Support y coautor del libro Todo lo que necesitás saber sobre China.