Hace 150 años, en octubre de 1868, Domingo Faustino Sarmiento se convirtió en presidente de la Argentina. En aquel momento, nuestro país era un desierto, un lugar a ser poblado y desarrollado. Varios personajes se dedicaron a pensar un proyecto para esta nación que se estaba construyendo y, sin dudas, Sarmiento se destacó en esta tarea.
La elección en la que se lo consagró como presidente fue en abril de 1868. Sarmiento no pertenecía a ningún partido político y se presentó como un candidato independiente. No hizo campaña electoral, ni siquiera estuvo en la Argentina el día en que se votó. Sin embargo, no exageramos al decir que Sarmiento se preparó toda su vida para ocupar el cargo.
Artes y oficios. Político, escritor, docente, periodista, militar. Sus oficios y sus artes se entrelazaban, siguiendo los usos y costumbres de los hombres públicos del siglo XIX. Sus exilios lo marcaron. Los tres en Chile; durante el primero ejerció como profesor, en el segundo se concentró en su carrera de periodista, al tiempo que comenzó a estudiar a pedido del gobierno chileno los sistemas educativos. A partir de esta misión emprendió un largo viaje, que lo llevó a recorrer primero Europa y después los Estados Unidos.
Europa era para Sarmiento, como para otros intelectuales de la región, un modelo a seguir. Sin embargo, recién tuvo la oportunidad de conocerla durante la época de las revoluciones de 1848. Lo que encontró allí fue una sociedad arcaica, con tensiones latentes y contrastes fuertes. Por primera vez vio ante sus ojos una desigualdad radical, en la que la máxima riqueza convivía con la miseria. En lugar de encontrar el futuro, se chocó con lo que él caracterizó como el pasado.
Aquel viaje lo destinó luego a América del Norte, en donde rápidamente lo sedujo la dosis combinada de igualdad y libertad. Sus ideas sobre la república y la democracia se vieron reformuladas a partir del análisis de las experiencias cotidianas en los niveles locales.
Estados Unidos. ¿Qué fue lo que vio Sarmiento en Estados Unidos? En principio, un país nuevo, joven, comparable con la Argentina que estaba surgiendo. Luego descubrió la figura del farmer. Era el poblador del campo pero, a diferencia del gaucho que simbolizaba la barbarie, el farmer representaba el progreso. Dueño de un pedazo de tierra que se ocupaba de trabajar, ponía el excedente de su producción en el mercado y lo comercializaba con otros productores. Enviaba a sus hijos a la escuela, en donde les enseñaban a leer y escribir. Dentro de este modelo, la alfabetización era fundamental porque daba la posibilidad de leer los diarios, informarse y también, a través de los avisos clasificados, buscar trabajo o cualquier cosa que fuera necesaria. Ahí había un modelo: propiedad de la tierra que se trabaja, mercado y educación. Y todo ello se desplegaba en el nivel municipal. Los hombres participaban allí de los asuntos públicos porque estos eran sus asuntos. La fórmula política tenía que ver con la colaboración y el gesto colectivo; esas eran las claves para el surgimiento de una sociedad nueva, en la que lograban convivir virtuosamente altos grados de libertad con una realidad tendiente a la igualdad.
Al poco tiempo del regreso de su viaje, la coyuntura política estaba por cambiar. La batalla de Caseros puso fin a décadas de dominio rosista y, por un corto período, Sarmiento pensó que tenía un papel que cumplir en el nuevo escenario que se abría. Sin embargo, como nos mostrarán las Cartas Quillotanas y las Ciento y Una –la compilación epistolar de Alberdi y de Sarmiento–, el sanjuanino no tardaría en retirarle su apoyo a Urquiza y definirlo como un nuevo tirano. Allí retornó al exilio, también en Chile, en donde seguiría trabajando, entre otras tareas, como periodista. En sus escritos se construía a sí mismo al mismo tiempo que imaginaba al país por venir.
Chivilcoy. El momento de presidir el país le llegaría en 1868. Unos días antes de asumir fue invitado a la ciudad de Chivilcoy. Sarmiento tenía su historia personal con aquel terruño agrícola. Durante su gobierno, Rosas había otorgado esas tierras en enfiteusis, es decir, en arrendamiento por tiempo indeterminado. Allí se produjo una división de las tierras en pequeñas parcelas y, al cabo de un tiempo, los arrendatarios se organizaron y exigieron la propiedad de la tierra que venían trabajando. Lo que resaltaba Sarmiento de esta experiencia es que lograran organizarse y obtener sus demandas sin la intermediación de un caudillo. Su opinión sobre el campo empezaba a cambiar: este podía no ser un lugar de barbarie, sino la cuna del progreso.
En el discurso que dio aquel día dijo: “Les prometo hacer 100 Chivilcoy en los seis años de mi gobierno y con tierra para cada padre de familia, con escuelas para sus hijos”.
¿Cómo era Chivilcoy? ¿Y qué significaba que su plan de gobierno fuera hacer cien lugares semejantes?
En principio, Chivilcoy era una región triguera, a diferencia de amplios territorios de la pampa destinados a la ganadería. La producción agrícola permitía la organización de los chacreros, aquellos farmers que había conocido en Estados Unidos. Que no era solo un modelo de explotación económica, sino una forma de organización social y política. Por un lado, la división de las parcelas hacía posible una gran igualdad social. A esto, se le agregaba la existencia de un mercado, de una comunidad –con su iglesia, su banco, su comisaría, su pulpería, sus asociaciones intermedias y sus escuelas.
Siguiendo la idea de Tocqueville de una ciudadanía que se construye a partir de la práctica cotidiana, Sarmiento concebía al municipio como la escuela de la democracia, el lugar en el que esta se aprendía y ejercitaba. La sociedad de mercado se unía a una población letrada, lo que tenía como consecuencia un crecimiento más equitativo. Las escuelas sumadas a las tierras para todos aseguraban cierta igualdad. Así, lo que se producía era una transformación simultánea de las esferas social, económica, cultural y política. Esto llevaba a que la agricultura no fuera, entonces, una forma de organización económica, sino una apuesta por construir una sociedad y una democracia virtuosa.
El proyecto de Sarmiento convivió con otros de la época, como el de Alberdi, a quien no le preocupaba la desigualdad socioeconómica y confiaba en un soberano ilustrado que guiara de forma autoritaria, al menos hasta que la república existente se transformara en la república deseada. Por otro lado, estaba el proyecto de Mitre, que creía en las grandes haciendas, en la ganadería, en un ciudadano ideal que ya existía y en una Argentina destinada al éxito. Gran parte de la segunda mitad del siglo XIX fue moldeada a partir del cruce de estas ideas y, en todos los casos nos enseñaron la importancia de que los gobernantes tengan un proyecto sobre qué sociedad y qué política desean construir.
*Doctora en Historia. Profesora UBA.
Yanquis impertinentes
Usted ve, mi querido amigo, que estos yanquis tienen el derecho de ser impertinentes. Cien habitantes por milla, cuatrocientos pesos de capital por persona, una escuela o colegio para cada doscientos habitantes, cinco pesos de renta anual para cada niño, y además los colegios. Esto para preparar el espíritu.
Para la materia o la producción tiene Boston una red de caminos de hierro, otra de canales, otra de ríos y una línea de costas: para el pensamiento tiene la cátedra del Evangelio y cuarenta y cinco diarios, periódicos y revistas; y para el buen orden de todos, la educación de todos sus funcionarios, los meetings frecuentes por objeto de utilidad y conveniencia pública y las sociedades religiosas, filantrópicas y otras que dan dirección e impulso a todo.
*Domingo Faustino Sarmiento. Viajes Europa-Africa-América, Eudeba, Serie Siglo y Medio, Volumen 30, Buenos Aires, 1961.