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El blues del pijama

El decadente futuro del trabajo remoto

En el planeta de dentro de algunos años, el centro comercial será Amazon, la sala de cine Netflix y la oficina Zoom. Alguien con suerte tendrá un empleo, pero trabaja desde casa, hace las compras con la tablet y se conecta con “amigos” a través del celular, mientras engorda y ve cómo se erosiona su cuerpo y la soledad consume sus emociones.

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Trabajo remoto. | cedoc

Hace algunas décadas, cuando había que ser valiente para imaginar el futuro, los investigadores, los científicos y los escritores proponían escenarios inquietantes, llenos de aventura y de dilemas morales y tecnológicos. Eran los tiempos en que Philip K. Dick nos hacía preguntar, por ejemplo: “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” (¿”Do Androids Dream of Electric Sheep?”, la novela de 1968 que luego se convertiría en el filme Blade Runner, de Ridley Scott). 

Ahora, un repaso por las revistas de tecnología de última generación o de futurología muestra que las principales preocupaciones son: ¿vamos a poder cultivar lechuga en Marte? o ¿desaparecerán finalmente las oficinas y trabajaremos remoto desde casa en pijama y pantuflas toda la vida?

Soledad. “Hay un futuro en el que usted nunca dejará su casa y, una vez que el problema del covid esté definitivamente resuelto, lo más peligroso para la vida de los humanos en los que nos transformaremos en pocos años, será ‘la soledad’’’, pronosticó el CEO de Airbnb, Brian Chesky. 

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¿No era que el futuro estaba lleno de replicantes, aliens asesinos, policías que queman libros y máquinas de placer? Parece ser, en cambio, que el capitalismo moderno nos está llevando –al menos en el horizonte más cercano– a algo que tiene un poco de 1984 (un Gran Hermano, pero “bueno”) y mucho del “mundo feliz” de la novela de 1932 de Aldous Huxley.

Hablando a mediados de octubre durante una convención, Chesky pintó un mundo desalentador y mortífero... por lo aburrido. El jefe de Airbnb alertó que, en el planeta de dentro de algunos años, “el centro comercial es Amazon, la sala de cine es Netflix y la oficina es Zoom”.

Un reporte presentado en mayo de este año por la American Psychological Association apuntó que la soledad ya nos venía acechando desde hace tiempo y que el coronavirus solamente hizo que las cosas se pongan peor. 

“La pandemia parece haber aumentado la soledad”, escribió la autora principal del estudio, Mareike Ernst, una doctora en psicología de la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz, en Alemania. Ernst precisó, de todas maneras, que dados los efectos “de tamaño pequeño” que se registraron durante el estudio, “las advertencias grandilocuentes sobre una ‘pandemia de soledad’ pueden ser exageradas”.

Pero luego reconoció que “la soledad constituye un riesgo de mortalidad prematura y de salud mental y física” que “debe ser vigilado de cerca”. Los autores del estudio incluso estimaron que “la soledad debe ser una prioridad en los proyectos de investigación a gran escala” destinados a examinar el impacto de la pandemia en los distintos terrenos de la salud humana.

Pijamas y salud mental. Dado que muchos indicios señalan que hay más posibilidades de que nos muramos trabajando en calzoncillos o en camisón frente a la computadora de casa que engullidos por Predator o fulminados por una peste venusiana, quizás sea una buena idea empezar a revisar en qué mundo nos estamos metiendo. 

En este universo inminente, los problemas de salud mental podrían surgir no por estrés sino por todo lo contrario, al menos si se tienen en cuenta las pistas que deja un reciente artículo en la revista estadounidense Fortune. La autora, la joven columnista Jane Thier, confesó que, “orgullosamente, me despierto a las 8:59, un minuto antes de empezar mi trabajo remoto. No hay ninguna parte de una rutina matutina feliz y bañada por el sol que me pueda convencer de dejar de lado 40 minutos adicionales de mi cabeza en la almohada”, describió Thier. “Puede sonar poco profesional –reconoció–, pero si no estás preparado para ser una persona madrugadora, no hay nada que ganar tratando de luchar contra la naturaleza” del dormilón.

Es decir, no es casualidad que ya se esté hablando del “síndrome del pijama” cuando los expertos se ocupan del tema del trabajo remoto. Para peor, el concepto tiene un precedente preocupante, el “blue pyjama syndrome”, los niveles altos de depresión que aquejan a los pacientes que pasan demasiado tiempo sin sacarse la ropa de internación en el hospital.

Entrevistado por la revista Gestión, de Lima, el jefe de Seguridad y Salud en el Trabajo de la filial peruana de Manpower, Michell Sánchez, dijo que esta nueva situación resulta en “un aumento de la sensación de soledad, lo que no se daba en condiciones normales, cuando se compartía el trabajo” en la oficina.

Sánchez señaló también la angustia, la fatiga física y mental, la sensación de abandono personal que pueden provocar trabajar en pijama, un camino que puede llevar a una desmotivación laboral.

“Las personas en el trabajo remoto sienten que están sobrecargadas de trabajo, porque está asociado a cumplir con las metas y con los jefes que no los están viendo”.

Hablando con PERFIL, la licenciada Noelia Benedetto, especialista en Salud Mental Interdisciplinaria, destacó que, “si los vínculos en el trabajo son relevantes para la vida de uno, teletrabajar resulta una pérdida, porque para muchas personas el espacio de trabajo es un lugar de socialización”. 

“Si las relaciones laborales me son indiferentes o displacenteras, genera una ganancia”, admite Benedetto, quien, sin embargo, pone otro elemento en la columna de las pérdidas: “el tiempo que me lleva llegar al trabajo representa un corte que puede ser beneficioso, algo que en el home office no sucede”. 

Se trata, subrayó, de una cuestión que está siendo objeto de intenso debate, una discusión que –por ejemplo– llevó a las autoridades en Japón y en Gran Bretaña a crear un “Ministerio de la Soledad” para enfrentar una nueva realidad que, en su costado más dramático, está provocando numerosos suicidios y serios problemas de salud mental.

Contactos. El teletrabajo, al fin y al cabo, es “un arma de doble filo”, advierte por su parte el psicólogo Diego Quindimil, autor del libro Mundo Post Covid: La psicología del trabajo tras la pandemia. Si no nos queda otra opción que trabajar desde casa, hay que tomar algunas previsiones, señala. 

Entrevistado por PERFIL, Quindimil se apoya, precisamente, en uno de los futurólogos más famosos, Alvin Toffler, para citarlo y proponer un “high tech-high touch”: si estamos “condenados” a vivir en un mundo de “high tech” (alta tecnología) lo mejor es desarrollar un “high touch” con nuestro entorno, un alto nivel de contacto personal. 

“Hay que encontrar mecanismos para construir vínculos”, incluso a través de la virtualidad, “para que el trabajo no genere situaciones de aislamiento, sufrimiento y soledad”, concluye Quindimil.    

Así que, dentro de algún tiempo, gran parte de la población del planeta podría estar tratando de equilibrar el particular cansancio de trabajar desde casa con las obligaciones personales y familiares y la lucha contra la sombra de una renovada enfermedad, la de sentirse solos, aburridos y angustiados. Y cruzando los dedos para que no se venga otra pandemia con cuarentenas. 

El peligro de un futuro de trabajadores “solos y solas” –no justamente el de los habitués de los bailes y reuniones sociales para divorciados y solterones de cierta edad– ya era señalado en el 2003 en un premonitorio estudio de la psicóloga organizacional Lynn Holdsworth, de la Universidad de Manchester. 

Bajo el título El impacto psicológico del teletrabajo: estrés, emociones y salud, el paper revelaba “un impacto emocional negativo del teletrabajo, particularmente en términos de emociones como la soledad, la irritabilidad, la preocupación y la culpa”. 

Los resultados de la investigación mostraban que “los teletrabajadores experimentan significativamente más síntomas de estrés de salud mental que los trabajadores de oficina y un poco más de síntomas de salud física”.

Porque no es solamente que vamos a sufrir de soledad, sino que vamos a estar aislados dentro de un cuerpo castigado por “dolores en la columna, cuello, cervicales o la zona lumbar”, según el primer listado que compartía el artículo de la revista Gestión. 

Además de la soledad, los primeros problemas que surgen son ergonómicos “por falta de acondicionamiento en el puesto de trabajo” en casa, comentaba Sánchez, el ejecutivo de Manpower. Quienes cumplen con las obligaciones de su empleo en ojotas “no tienen la silla, la mesa o la pantalla adecuada, o la ventilación no es la misma”, añadía Sánchez.

Círculo. Con el “Blues del pijama” se podría estar completando un círculo iniciado hace mucho tiempo por la industria de la publicidad que nos fue quitando poder de decisión a la hora de comprar (desde pasta para los dientes a políticos para la presidencia) y ampliado en las últimas décadas por las redes sociales. Una foto posible del protagonista de este síndrome es la de la persona lo suficientemente suertuda para tener un empleo, pero que trabaja desde casa, hace las compras con la tablet y se conecta con “amigos” a través del celular, mientras engorda y ve cómo se erosiona su cuerpo y la soledad consume sus emociones. 

“Estamos en medio de una ‘epidemia de soledad’, advierten, y muchos culpan a las redes sociales, sugiriendo que aísla a las personas incluso cuando promete conectarlas”, escribieron Luke Fernandez y Susan Matt en Bored, Lonely, Angry, Stupid: Changing Feelings about Technology, from the Telegraph to Twitter (“Aburridos, solos, enojados, estúpidos: sentimientos cambiantes alrededor de la tecnología, del telégrafo a Twitter”). 

“Los expertos en salud afirman que las personas solitarias tienen un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, cáncer y muerte prematura” y “algunos neurocientíficos ahora están trabajando en una ‘píldora para la soledad’”, azuzaban los autores del libro, del 2019. 

Para Fernandez y Matt, “esta alarma contrasta fuertemente con la forma en que las generaciones anteriores consideraban la soledad”, al menos en Estados Unidos, adonde los ciudadanos de los siglos XVIII y XIX “a menudo se sentían solos, pero estaban menos preocupados por ese sentimiento”.

Ellos, concluyen, “tenían expectativas más modestas sobre el número de amistades que debían tener y consideraban la soledad una parte ineludible de la condición humana”. Pero claro, tampoco era que venían de la pandemia de coronavirus o que tenían que trabajar, en pijama, desde casa.

*Excorresponsal en Washington y en Israel. 

Escribe sobre temas de Estados Unidos, Medio Oriente y tendencias.