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Retratos digitales

El emprendedor de los brazos abiertos

Elián Savodivker conectó la ciencia con los negocios, le aportó al ecosistema tech una mirada sociológica y hoy, en la universidad de Standford, número tres del mundo, enseña a latinos cómo escalar una startup, gracias a la cooperación de la ONG Latino Business Action Network (LBAN).

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logro. Un muchacho argentino de raíces judías que se atrevió a jugar en la liga más difícil de su actividad. | CEDOC

Elián Savodivker es el menor de cuatro hermanos, de una familia que fue y vino de Argentina a Estados Unidos detrás de los negocios –hasta que, a mediados de los 90 y con notable perspicacia–, decidieron quedarse allá definitivamente. 

Referente de los latinos innovadores que llegan al país del Norte buscando ganar el campeonato de sus sueños, es un buscavidas profesional, que formalizó su identidad emprendedora ni más ni menos que en Stanford, la universidad que creó Silicon Valley, esa región de California de donde proviene casi todo el software que usamos.

¿Qué distingue a Elián del resto de emprendedores, innovadores, locos de la programación y demás floridos personajes que desfilan en esta sección? 

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Que este muchacho argentino, judío de antepasados ucranianos decidió hacer algo verdaderamente valioso por los demás. Conectó la ciencia con los negocios, le aportó al ecosistema tech una mirada sociológica, y hoy, en la universidad número tres del mundo, enseña a latinos de todo el subcontinente cómo escalar una startup, gracias a la cooperación de la ONG Latino Business Action Network (LBAN).

Descubrió su pasión por emprender en la primaria. “Iba a la escuela y sentía que no me aportaba demasiado, porque quería estar vendiendo. Después, en la universidad de San José, en California, hice la licenciatura en negocios, pero también solía escaparme de la clase para atender mi empresa”.

Es un referente de los latinos innovadores que llegan a Estados Unidos para poder cumplir sus sueños 

Su padre, Leonardo Savodivker, aparece en la charla como un personaje salido de alguna novela de Dickens. “Mi viejo trabajó desde los diez años. No fue a la secundaria. Era un tipo alto –hace un ademán como señalando que era imponente–, pero entraba a cualquier lugar y todo el mundo quería hablar con él. ¡Le ofrecieron un puesto de vendedor de telas en Manhattan y no sabía hablar inglés… imaginate! –Se ríe con orgullo de su progenitor, capaz de vender cubitos en Alaska, seguramente.

Dado que Elián porta el gen emprendedor, y considerando que las startups permiten modelos de negocio dinámicos, vertiginosos y hechos para mentes inquietas, Elián se apartó de la tradición textil y cinematográfica de su familia –dos de sus hermanos viven y trabajan en Hollywood– y creó, en plena pandemia y sin dejar la ONG, su startup.

Nabü –la diéresis solo la incluyen como para jugar con el icono de la cara sonriente– es una plataforma digital y colaborativa que ofrece “regalos emocionales, experiencias… porque vimos qué pasa en los cumpleaños, en cada ocasión en la que se hace un regalo; y resulta que las experiencias generan recuerdos y permiten compartir, mientras que los juguetes o regalos más clásicos no se disfrutan tanto, sino que se descartan rápidamente.

Partimos de estudios que señalan que los padres de cuarenta años para abajo quieren cada vez menos regalos materiales”.

Muchos inversores prefieren a startups latinas porque demuestran ser más resilientes

El nombre de la empresa remite al Dios babilónico que decidía el destino de las personas –o, dicho de otro modo, sus experiencias. En la plataforma cada quien aporta dinero a lo que un niño puede desear, saliendo de lo material: un viaje, un paseo, un concierto, un curso. Algo que se pueda compartir, cuyo recuerdo sea imborrable y, si es posible, se disfrute con personas de distintas generaciones. 

Pero lo notable es que, tanto la ONG como su startup, tienen en común un aspecto humano vinculado con la tecnología. “Cuando enseñaba sobre emprendimiento en una secundaria, vi que, por el costo de los estudios, el porcentaje de latinos en el alumnado era muy bajo. Yo mismo no podría haber tomado los cursos que luego estaba dando. Hoy, con Nabü, buscamos que, si un chico quiere estudiar, se lo regalen sus familiares a precios especiales”.

La estadística de LBAN en Stanford es concluyente respecto del importante peso específico de las startups latinas en Silicon Valley. Tanto que, sobre todo en los dos últimos años, fueron ellas las que sostuvieron el ecosistema emprendedor de la Costa Oeste, y, sin embargo, los latinos encuentran escollos especiales para acceder a las diversas modalidades de financiamiento.

Por eso, a cada emprendedor recién llegado Elián le ofrece un lugar en una red de pares, además de tejer lazos con la universidad. Más aún, organiza presentaciones con inversores que prefieren a las startups latinas porque demuestran ser más resilientes que las empresas lideradas por estadounidenses. La forma en que Savodivker comprende el negocio de las tecnológicas es esclarecedora:

“Al final del día, un emprendedor de startup está buscando la solución a un problema, y muchas veces esas propuestas son tan disruptivas que las personas, aunque reconocen que tienen ese problema, prefieren no innovar (…), además, porque la forma en que se desarrolla el software es con el producto andando, entonces no es fácil para todo el mundo entender cómo se hace tecnología (…) vos vas a tu cliente y le decís ‘quiero cambiarte la forma en que hacés las cosas, tengo un prototipo, usalo, pero además, ayudame a terminar de construirlo’.”

La red de emprendedores latinos alrededor de LBAN le debe a Elián el equilibrio entre humanismo, innovación y rentabilidad. Son los encuentros interculturales que se dan entre inmigrantes que añoran sus ritos y costumbres los que abrigan nuevas ideas, y buenos negocios. 

Eso, y algo que parece venir en la sangre de quienes se atreven a jugar en la liga más difícil, convencidos de que sus ideas terminarán triunfando. 

Al repasar las veces que su familia intentó volver a Argentina (siempre como consecuencia de echar de menos a los afectos), pero terminó de nuevo en Ezeiza, Savodivker refiere a tres crisis económicas: el rodrigazo, en los 70; la hiperinflación, a finales de los 80, con Alfonsín; y la que vieron venir, que acabó con el gobierno de De la Rúa. 

Esos tristes ejemplos bastan para inferir que los latinos (quizá, en especial, los argentinos) tenemos el cuero más curtido que quienes no saben de grandes devaluaciones, renuncias catastróficas, crisis periódicas y demás calamidades propias de esta parte del globo. 

Así, no es casualidad que Elián pivotee, manso y sonriente, como buen anfitrión, entre quienes llegan para comerse el mundo buscando las oportunidades que sus países les niegan, y los locales, no siempre dispuestos a compartir su tierra. 

Al escucharlo, entiendo que sabe de negocios y de tecnología. Pero estoy seguro de que su pedagogía y benevolencia lo afirman como referente de esos osados que aterrizan en la tierra de las oportunidades con envidiable coraje.