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El ataque de Hamas

“En el mundo hay monstruos, y nosotros los vimos”

Exactamente medio año después de la masacre del 7 de octubre en Israel, una odontóloga forense uruguaya, que forma parte del equipo que se encarga de identificar a las víctimas de la tragedia, describe lo que fue, en sus palabras, la peor “brutalidad inhumana” que alguna vez haya visto.

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El ataque de Hamas. | cedoc

Milka Chesler trabaja desde 2010 en la unidad de identificación forense del Instituto de Medicina Legal de la Policía Israelí. Es odontóloga, nacida en Montevideo, Uruguay, y vive en Israel desde que viajó al país para realizar una especialidad en cirugía maxilofacial. Después de terminar sus estudios, formó su familia y continuó con su carrera en Israel.

Chesler forma parte de un equipo de odontólogos voluntarios que son convocados para identificar cuerpos en tragedias de gran magnitud en las que la identificación tradicional no es posible por el estado del cadáver. Uno de estos desastres fue la masacre del 7 de octubre del año pasado. La odontóloga uruguaya fue convocada para trabajar en la difícil tarea de ponerles nombre y apellido a las víctimas, que van desde bebés de 3 meses hasta abuelos de 90 años.

La odontología forense se basa en el principio de que la dentadura de cada persona es única y resistente. “Los dientes constituyen la principal evidencia con que cuenta el odontólogo forense para lograr una identificación plena. Como indicios son invaluables, porque el diente es la estructura del cuerpo con mayor dureza y en situaciones extremas, como explosiones, incendios y accidentes aéreos, pueden constituir el único material para identificar a la víctima”, explica un artículo del Colegio Libre de Estudios Universitarios de México. “El dogma central en el análisis de las mordeduras está basado en dos suposiciones. En primer lugar, en que la dentadura humana es única; y en segundo lugar, en que existen suficientes características diferenciadoras entre ellas que posibilitan la identificación”, enseña el trabajo. 

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Milka Chesler revela qué encontró con su equipo, cómo fue (y es, porque sigue en curso) el trabajo de identificación de los cuerpos del 7 de octubre y describe las peores escenas que alguna vez haya visto.  

—¿Cómo es tu trabajo, Milka?

—Tenemos una tarea difícil: la identificación a través de la dentadura. En general, se realiza cuando no hay otros medios científicos para identificar a la víctima. En casos más sencillos se puede hacer el trabajo con ADN o huellas dactilares. Nuestra unidad entra en acción cuando la víctima está en un estado tal que no puede ser identificada de otra manera.

—¿Cómo actuaron el 7 de octubre?

—Cuando hicieron la masacre que hicieron, tuvimos que organizarnos muy rápido y empezar una tarea que comenzó ese mismo día y que sigue hasta hoy. Todavía no se han terminado de identificar cadáveres en condiciones difíciles de describir. 

—¿Qué encontraron? ¿Hay algo que puedas describir?

—Los cadáveres que tuvimos que identificar estaban mutilados, habían sido violados, y la identificación fue difícil porque, si bien nosotros estamos acostumbrados a trabajar con víctimas de incendios y con quemaduras, lo que vimos acá fue algo que nunca habíamos visto antes. Hay personas que fueron incineradas, fueron sentadas y atadas con alambres, y eso aumenta las temperaturas a niveles tales que el cuerpo queda calcinado en un grado en el que la identificación es mucho más complicada. A diferencia de todo el trabajo que estamos acostumbrados a hacer, lo que encontramos del 7 de octubre fue algo que para nosotros, y creo que para el mundo contemporáneo, se trata de brutalidades inhumanas. 

—¿Tu equipo suele trabajar en catástrofes de esta magnitud?

—En la rutina, nosotros nos encargamos de la identificación en casos de catástrofes naturales como terremotos, también incendios, inundaciones o accidentes de tránsito. La unidad ha ido a ayudar en terremotos a muchas partes del mundo. El grupo, que en esta ocasión contó con arqueólogos para encontrar los restos, trabajó en algunas de las peores tragedias naturales de las últimas décadas; como en Haití, tras el terremoto de 2010, y en Tailandia, que se recuperaba del tsunami de 2004. Israel es un país con grandes conocimientos en medicina forense. Una de las razones que explican la experiencia en esta área, además de la alta tecnología que desarrolla el país, es la importancia que le da el judaísmo al entierro. De hecho, la realización de autopsias es un tema que los sabios hebreos ponen en discusión desde hace siglos, con diferentes interpretaciones desde la Torá, la Halajá y las escrituras. 

Pionera en todo lo relacionado a esta rama de investigación, justo un mes antes de la masacre del 7 de octubre, en septiembre de 2023, la Morgue Judicial Argentina envió a Tel Aviv una delegación para asistir a una capacitación en tecnología aplicada para la realización de autopsias. 

—¿Cómo se maneja Israel, al ser el Estado judío, con este tipo de casos?

—Al cuerpo, una vez que es identificado, se lo trata de acuerdo a la ley judía y se hace todo teniendo mucho cuidado y mucho respeto. En otros países, o en otras religiones, la identificación puede llegar a ser más fácil porque en la religión judía está toda la cuestión del kavod a met (honor al muerto), entonces no se permite hacer muchos procedimientos con la víctima, como cortar.

—¿Hay algo en particular que te haya llamado la atención de este trabajo?

—Como se sabe, el ataque fue a los asentamientos del sur del país, en los kibutzim. Entraron y masacraron a la gente que estaba un sábado a la mañana descansando en sus casas. Paralelamente, estaba la fiesta por la paz, el festival Nova, de chicos jóvenes, que estaban bailando. Violaron y masacraron a todos los que estaban allí. La mayoría de los cadáveres de los chicos de la fiesta estaban irreconocibles. Jóvenes, lindos, que se habían vestido bien para ir a la fiesta. Chicos y chicas hermosos. Era difícil ver los cuerpos en ese estado. Que si lo que los mató fue una bala en el pecho, también habían sido mutilados y violados. También recibimos restos humanos en condiciones difíciles de describir. Pero algo especial que puedo contar, aparte de la tragedia, que yo misma vi desde la base militar en la que estábamos trabajando, es que llegaban todos los días donaciones. Es algo muy lindo de ver en el pueblo judío; desde los primeros días, hasta hoy, lo que pasa nos mueve a todos. No hubo persona que no se pusiera a ayudar de alguna manera. Desde organizar en Tel Aviv centros enormes de donaciones, porque toda la población del sur y del norte tuvo que ser desalojada, hasta prestar viviendas, dar medicamentos, ropa o comida. Todo el mundo ayudando, habla mucho de quién es la gente de este país. 

Llegaban comida calentita y tortas, con mensajes lindos y flores. Dibujos de niños, cartitas de las mamás que cocinaban. Es algo que tiene mucho valor y te hace entender por qué hacés lo que hacés.

—¿Cómo fueron esos primeros días?

—No dábamos abasto. Estábamos trabajando 24 horas por día; no solo nosotros, por supuesto, sino también el ejército, la policía, todos los laboratorios de identificación. Y fue difícil. No solo por el estado de las víctimas, sino también por la cantidad de personas que iban llegando. Cien, más otros 150, otro camión con niños, otro camión con familias, otro camión con 180. Y era imposible estar al día con lo que estaba pasando. Fue muy duro.

—¿Te afectó emocionalmente?

—En la unidad siempre estamos expuestos a casos difíciles y trato de no involucrarme emocionalmente mientras estoy haciendo el trabajo; lo tenés que hacer automáticamente, porque no hay otra manera. Sabemos lo que tenemos que hacer, lo hacemos y desconectamos la parte emocional para poder hacerlo. Cuando se trata de casos públicos, que incluso podés ver en la televisión a la víctima, se hace más difícil. El 7 de octubre fue una cosa diferente a todo lo demás. Aparte del shock en el que todos estábamos por lo que estaba pasando, era muy difícil desconectar la parte emocional porque sentías que, de alguna manera, te afectaba personalmente. Los chicos que estaban bailando en esa fiesta eran los hijos de todos, podían ser mis hijos, eran los hijos de mi prima, de mis amigas. Lo mismo con los kibutzim del sur; había amigos cercanos, una amiga de mi mamá.

—¿Cómo continúa hoy el trabajo de identificación?

—Nosotros seguimos trabajando y todavía tenemos restos humanos que no hemos podido identificar. Continuamos con mucho optimismo, trabajando para que cada quien tenga un nombre y un apellido. 

Todavía hay aproximadamente 130 rehenes en la Franja de Gaza. Niños, bebés, madres, adultos, jóvenes, hombres, mujeres, y seis meses después no sabemos quiénes están con vida y quiénes no. Israel está haciendo todo lo posible por devolverlos, todavía sin éxito. Hoy, una parte grande del mundo está en contra de Israel y muchos de ellos sin entender, entre muchas cosas, que Israel no está en la Franja de Gaza desde 2005. Pasaron años desde entonces y a pesar de la cantidad de dinero tan grande que recibe Gaza, la población sigue viviendo en la pobreza. Esto se trata de las fuerzas del bien y las del mal. El mundo tiene que entender quién es quién, y tiene que entender cuál es la situación que en este momento está viviendo Israel: jóvenes, niños y adultos están siendo, en este mismo momento, violados y maltratados. Es una situación que ningún país soportaría y es algo que hay que resolver lo antes posible. El mundo tiene que entender que lo que está pasando acá no podemos permitir que se extienda y llegue a ocurrir en otras partes del planeta.

Hay que entender que, a los que dicen que no quieren la existencia del Estado de Israel, que dicen que quieren matar a todo el pueblo judío y a todos los ciudadanos israelíes, llegó el momento de creerles. Lo que está pasando acá es una monstruosidad. Creo que les mentimos a nuestros niños cuando les decimos que en el mundo no hay monstruos. Sí los hay, y los vimos.