Las megafiltraciones desnudan y exponen el lado oscuro de grandes actores del poder mundial. Los secretos de la diplomacia de la primera potencia mundial, en el caso del llamado “Cablegate” de WikiLeaks. El espionaje masivo de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Gran Bretaña a través de teléfonos e internet, en el caso de las revelaciones del ex espía Edward Snowden. La utilización de los poderosos y sus empresas de paraísos fiscales para ocultar movimientos financieros, en el caso de los Panamá Papers que acaban de aparecer.
Pero eso no es todo. Las megafiltraciones también interpelan y exhiben las limitaciones y complicidades de los grandes medios de comunicación y las de una profesión, la del periodista, que hoy se encuentra en crisis o reformulación debido a los procesos de avance tecnológico y concentración empresarial que la atraviesan. El avance tecnológico hace que hoy prácticamente todos seamos periodistas en cuanto al uso y manejo de un medio de comunicación, ya sea una página web, un blog o una cuenta de red social. Las nuevas tecnologías también hacen posibles las megafiltraciones y dinamitan la relación tradicional entre fuente y transmisor, o sea, entre filtrador y periodista.
Parafraseando a McLuhan, el medio es la megafiltración. Por otra parte en los últimos años los medios tradicionales han sufrido una profunda transformación. Pasaron de ser empresas familiares relativamente autosuficientes y sin grandes vinculaciones económicas, a un modelo de megaempresas mediáticas privadas, estatales o mixtas, que manejan decenas o centenares de medios en múltiples mercados y plataformas, y que además forman parte o están vinculados con grandes grupos económicos que controlan distintos mercados infocomunicacionales (cable, celular, cine, televisión, transmisiones y marketing deportivo, etc.). Esos vínculos producen conflictos de intereses que dificultan la tarea de equilibrio periodístico a los empleados del grupo. En consecuencia cada vez más informaciones son silenciadas porque los grandes medios tienen más para ocultar que para mostrar.
A esto hay que sumar que los anunciantes de estos medios también se han reducido y concentrado debido a la competencia de internet, mientras que los costos de producción periodística se han reducido notablemente debido a la tecnología. Este cruce hace que la relación de fuerzas entre anunciantes y medios tradicionales se ha alterado fuertemente en favor de los anunciantes, generando aún más conflictos de interés y razones para no contar en los medios tradicionales, hoy temerosos de perder a sus principales espónsores, quienes a su vez se sienten cada vez más poderosos porque invierten más dinero en los medios que sus propios dueños.
Sin embargo, a falta de un modelo noticioso alternativo de alcance masivo, los megafiltradores todavía dependen de los grandes medios para difundir pero sobre todo para hacer accesible la montaña de datos y darle espesor narrativo a lo que intentan denunciar. Claro que todo ejercicio de edición conlleva una dosis de censura. Por eso los filtradores pagan un precio al pactar con los grandes medios, que es nada menos que la pérdida de control de esos datos por los que ellos violaron leyes, arriesgaron sus vidas y en algunos casos hipotecaron su futuro, como hicieron Snowden, Chelsea Manning y Julian Assange, entre otros.
A su vez los grandes medios, la gran mayoría con su influencia, su circulación y sus ganancias en caída libre porque las noticias son gratis en internet, también necesitan a los grandes filtradores para mantenerse vigentes. Entonces aceptan publicar aunque las megafiltraciones los expongan a límites éticos rayanos con el robo, el fraude, o hasta la traición a la Patria. Así surge esta alianza incómoda entre grandes medios y megafiltradores, este pacto mefistofélico, como lo describió Martín Becerra. El pacto funciona pero más o menos: a veces mejor, a veces peor.
Veamos cómo se dieron las cosas acá en Argentina. En el caso del “Cablegate”, los grandes diarios de uno y otro lado de la grieta se hicieron un festín con cables estadounidenses que hablan de sus respectivos enemigos políticos. Pero esos medios en su totalidad se negaron a publicar los cables referidos al grupo Clarín, al diario La Nación y a reconocidos periodistas como Jorge Lanata y Joaquín Morales Solá. Sin embargo, después de darle la exclusividad a Página/12 y luego a La Nación, a los pocos meses WikiLeaks hizo públicos todos los cables que había entregado a esos diarios y así, a través de libros, blogs y demás formatos alternativos, se pudo conocer toda la información de la megafiltración que los grandes medios habían ignorado o directamente intentado
ocultar.
Después vino la filtración de Snowden. La información fue difundida por el periódico inglés The Guardian, que tiene la particularidad de funcionar como una fundación sin fines de lucro solventada por la herencia de un millonario con el único fin de mantener al diario independiente de financiamiento externo. Sin embargo, la mayoría de los documentos de Snowden nunca se dieron a conocer. Primero, porque el gobierno británico allanó el diario y ordenó a su director quemar los discos duros con los datos en presencia de las autoridades. Segundo, porque el periodista que contactó a Snowden con The Guardian y escribió los principales artículos sobre el tema, Glenn Greenwald, fue comprado por un sitio de internet dedicado a la investigación periodística llamado The Intercept, cuyo dueño es el fundador de eBay. Este señor, Pierre Omidyar, al parecer está más interesado en tener una herramienta periodística para defenderse de las interferencias en su negocio de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que en la difusión completa de la información que posee. Entonces, por ejemplo, no se ha publicado una línea de lo que dicen los documentos pillados por Snowden sobre la guerra de Irak. También se sabe que la información extraída por el ex espía incluye datos sobre espionaje inglés a blancos argentinos vinculados con las islas Malvinas y no es casualidad que Cristina Kirchner es la única jefa de Estado que se sabe que se reunió con Snowden en Rusia. Pero toda esa información, que sólo poseen Snowden y dos o tres periodistas, todavía no vio la luz y es difícil que eso suceda mientras el ex espía filtrador negocia su regreso a Estados Unidos.
Finalmente llegaron Panamá Papers de la mano del diario alemán Süddeutsche Zeitung y del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. El consorcio, a su vez, los repartió entre cien medios de todo el mundo. Incluyendo el diario La Nación y Canal Trece del Grupo Clarín en Argentina. Según explicó La Nación, en los documentos que le fueron entregados hay unos 540 nombres de argentinos vinculados a empresas ubicadas en paraísos fiscales. Sin embargo, las revelaciones se han limitado a unos pocos casos. Por un lado están los argentinos con trascendencia internacional que no pueden ser ocultados por los medios locales porque sus historias serían publicadas por otros miembros del consorcio, como es el caso del presidente Mauricio Macri y de la estrella del fútbol Lionel Messi. Por otro lado aparece el típico funcionario público, en este caso Néstor Grindetti, un ejemplo de que el Estado bobo siempre es un blanco fácil para este tipo de investigación periodística. Finalmente aparecen los socios y allegados a los empresarios Cristóbal López y Lázaro Báez, que hace rato vienen siendo investigados por La Nación y Clarín como cómplices necesarios de la llamada ruta del dinero K. De los otros 500 y pico, ni noticias. Y sin embargo intuimos, casi sabemos, que esa lista incluye a gran parte del empresariado argentino.
Sabemos, por ejemplo, que hace poco más de una década la revista El Guardián del banquero Raúl Moneta publicó con lujo de detalles cómo la familia Saguier habría comprado el diario La Nación a sus primos los Mitre utilizando dinero canalizado a través de sociedades offshore en el paraíso fiscal de islas Caimán. Los fondos para la compra provendrían de la tía de los Saguier, Ernestina Herrera de Noble, a su vez accionista principal del Grupo Clarín. El Guardián dio el nombre de esas sociedades. Pero esa información no figura entre las revelaciones argentinas de los Panamá Papers y sin acceso a los documentos es difícil saber si aparecen o no en la información filtrada. Pero no deja de llamar la atención que de las decenas de personalidades denunciadas en todo el mundo a partir de los Panamá Papers casi no figuran empresarios de medios y de los pocos que sí figuran, ninguno es miembro del consorcio informativo. También es llamativo que teniendo más de 540 nombres vinculados con paraísos fiscales, Clarín y La Nación sólo publican unos pocos casos. Y tampoco se puede apreciar que los medios de la competencia hagan mucho esfuerzo por obtener esa lista, no vaya a ser que ellos también o sus allegados o avisadores figuren en la nómina. El problema para los grandes medios es que ya son más de 400 periodistas en todo el mundo que han trabajado con la información filtrada y eso hace probable que tarde o temprano los datos silenciados lleguen a manos de medios alternativos que no tienen conflictos de interés con los dueños de las empresas offshore. Cuando eso suceda, si es que sucede, los miembros del consorcio quedarán expuestos por todo lo que no contaron porque no lo podían contar.
Es que los paraísos fiscales no son simplemente cuevas de evasión impositiva al servicio de los ricos y famosos, como da a entender la narrativa periodística que hoy surge de los Panamá Papers. Son, sobre todo, instrumentos financieros de las grandes corporaciones. Forman parte del sistema capitalista globalizado que impone sus normas por encima de la voluntad de los gobiernos y actores sociales que lo cuestionan. Dentro de este sistema los llamados medios de comunicación tradicionales ya no son medios en tanto mediadores entre distintos factores de poder. Han mutado de medios a extremos, extremos de grandes corporaciones, narradores de relatos hegemónicos o que pretenden serlo, antes que descubridores de verdades incómodas. La megafiltraciones, en sus distintas variaciones, a medida que se hacen más frecuentes, muestran los límites del periodismo tal como lo conocemos y vacían de contenido la pretensión de equilibrio e independencia de los grandes medios, incluso de aquellos que alguna vez pudieron serlo.
*Autor de Argenleaks y Politileaks.Texto extraído de su blog http://santiagoodonnell.blogspot.com.ar