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Italia, Argentina y los dos destierros de Adelaida

Una novela escrita por el argentino-italiano Adrián Bravi narra la intensa historia de Adelaida Gigli, que vivió sus últimos años en la ciudad donde nació, la misma de Leopardi y de la familia Messi.

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Adelaida Gigli. | cedoc

Adrián Bravi nació en Buenos Aires, en una casa junto al río Luján, en San Fernando, aunque en realidad es un porteño-italiano, o quizás un ítalo-porteño. Casi sin darse cuenta, logró algo que es el deseo, a menudo también la meta, de muchos escritores de Italia, el país donde vive desde hace años: ser uno de los finalistas del Premio Strega. Su último libro (Adelaida, publicado por la editorial Nutrimenti) figura este año, entre las doce mejores obras del más prestigioso y mediático premio del país, de las cuales surgirán cinco finalistas. Uno de estos escritores será, a su vez, el ganador del Strega 2024.

Bravi fue por muchos años amigo de la protagonista del libro, la argentina Adelaida Gigli, además de su vecino en Recanati, pequeña ciudad de Las Marcas (centro de Italia) donde sigue viviendo, y que es a su vez sinónimo de literatura: allí nació Giacomo Leopardi, uno de los más importantes poetas de Italia.

El libro abarca las diferentes etapas de la vida de la mujer. Adelaida vivió entre Buenos Aires y Recanati, el lugar donde nació en 1927 y murió en 2010. Su padre es el reconocido pintor Lorenzo, primo a su vez de Beniamino Gigli, un tenor muy famoso durante la primera mitad del siglo pasado.

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Historia. Durante el fascismo sus padres desembarcaron en la Argentina tras huir de Italia junto a la niña, que en ese momento tenía cuatro años. Pasa el tiempo y Adelaida comienza a participar activamente en la vida política y literaria de Buenos Aires. Se casa con el escritor y periodista David Viñas, ambos forman parte del grupo fundador de Contorno, una revista clave en el efervescente mundo cultural argentino de esos años. Llega el golpe del 1976. Los dos hijos de la pareja –Mini y Lorenzo– habían entrado en Montoneros: ambos están desaparecidos, Mini desde el 1976, Lorenzo desde 1980.

Adelaida se escapa primero a Brasil y luego a Italia. Cruza el Atlántico siguiendo un recorrido opuesto al que había hecho décadas antes junto a sus padres: ellos huyeron de Mussolini, ella de los militares. A los 61 años comienza una nueva vida en Recanati, que de ciudad natal se trasformó así en su ciudad de exilio y refugio definitivo.

Adelaida tiene dos capítulos (“Lo inesperado” y “Despedida”), más una “Nota final”. Transcurre en diferentes planos a lo largo del eje Italia-Argentina-Italia: es una biografía histórica, en algunas partes más novelada que en otras, y con una mirada que llega a ser incluso, casi periodística. En algunos tramos del libro hay una descripción muy minuciosa de Buenos Aires y de sus calles, nombres incluidos. Lo mismo ocurre con las tantas referencias a una gran variedad de escritores, argentinos y no solo. En el relato tampoco falta una atenta reconstrucción de los hechos: Bravi contextualiza con rigor la época y el compromiso político tanto de Adelaida como de sus hijos.

La crítica italiana señaló en estos días la sobriedad del estilo y al mismo tiempo la garra con la que el autor va trazando paso a paso el perfil de la protagonista.

Bravi es bibliotecario en la Universidad de Macerata, desde donde conversó con PERFIL sobre diferentes temas: la vida de Adelaida, la importancia del Strega, el camino hacia la escritura, su pasado argentino y su presente italiano, los conflictos que generan en un narrador tener dos idiomas (el materno y el de adopción). Escribió varios libros, entre los cuales se destacan Sur 1982, L’idioma di Casilda Moreira, Il levitatore, Verde Eldorado, mientras que La gelosia delle lingue (El celo de las lenguas) será publicado muy pronto en la Argentina por la editorial cordobesa Eduvim.

 —¿Hablás mejor el castellano o el italiano?

—La verdad... ahora, quizás el italiano, vivo acá desde hace mucho. Mi familia viene de esta zona de Italia: una de mis abuelas era de Recanati. Cuando llegué a Italia por primera vez no tenía la intención de quedarme. Vine a conocer a mis familiares, que hicieron de todo para que no me fuese, me ayudaron a encontrar un trabajo sin dejar los estudios. Poco a poco me fui quedando.

 —¿De chico hablabas italiano?

 —Pese a los orígenes de mis padres en casa no se hablaba italiano, lo aprendí después. Ellos nacieron en Italia, pero siendo muy chicos se trasladaron a la Argentina junto a la familia. En casa se hablaba castellano: el único italiano que lograba ‘orejear’ era el de mi abuela materna, aunque en realidad, el suyo era más bien un dialecto de la región del Molise que ella hablaba de manera muy marcada, como un cocoliche. Empecé a leer mucho a los 17-18 años, cuando descubrí que había más realidad en las páginas de un libro que fuera de ellas.

—Empezaste a escribir en la Argentina o en Italia?

—Cuando llegué a Italia ya escribía, pero la verdad, se trataba de ese tipo de poesías feas que uno hace cuando es joven. Seguí estudiando y retomé la escritura de manera seria y sistemática después de graduarme en filosofía en la Universidad de Macerata.

—¿Y luego qué ocurrió?

—Después del nacimiento de mi hijo, en 2000, ‘cambié de lengua’, poco a poco pasé al italiano: mi primer libro en este idioma fue publicado en 2004. A partir de ahí comencé a tener un grupo de lectores interesados en lo que hacía. Seguí escribiendo en italiano, cosa que hago también ahora”.

—¿Cuáles son tus escritores preferidos? Y contanos lo del Premio Strega.

—De los italianos diría Italo Calvino, Ermanno Cavazzoni y Gianni Celati, de los argentinos Julio Cortázar y Rodolfo Wilcock, César Aira y María Moreno. El libro que escribí sobre Adelaida entró en un grupo de 82 obras elegidas y luego quedó en el pelotón de los doce libros considerados mejores. El 5 de junio será elegida la que en Italia se llama cinquina, o sea los cinco títulos finalistas, y el 4 de julio se dará a conocer el nombre del ganador. Ahora estamos en la fase final del premio, en estos días hubo una suerte de tour literario en diferentes ciudades de Italia, de norte a sur del país.

—Supongo que estarás feliz, entre los ganadores del Strega figuran escritores como Umberto Eco, Pier Paolo Pasolini, Alberto Moravia, Primo Levi, Dacia Maraini, Cesare Pavese… el nivel del premio es éste.

—La verdad que sí, estoy muy contento. También es cierto que me alcanza con haber entrado en el grupo de los doce, creo que se trata de un gran resultado.

—Va a haber una traducción al castellano?

—Sí, en la Argentina lo va a publicar Planeta y en España Minúscula.

—¿Lo vas a traducir vos?

—No. No va a haber una “autotraducción”, no sería capaz de traducirme a mí mismo. Creo que este es un punto importante: cuando un libro es concebido en un idioma, si lo traduce el autor es como volver a concebirlo en otra lengua. Hay que tener en cuenta que la lengua no es solo un instrumento, es también –por ejemplo–, una manera de ver el mundo. Además, mi castellano ya no está tan fresco. Adelaida va a ser traducido por un traductor, aunque obviamente yo voy a colaborar. Y de todos modos cuento con viajar a la Argentina apenas sea posible, cuanto antes.

—Lo que señalás sobre los idiomas es una problemática fundamental y fascinante. ¿Pensás en castellano o en italiano?

—Acá, en Italia, he pasado más de la mitad de mi vida, creo que el italiano se impuso ‘bastante’ sobre el castellano: en esta fase de mi vida, digamos cognitiva, la escritura y no solo –todo de hecho–, ocurre en italiano. Pienso que en una persona dos idiomas no logran “convivir” a un mismo nivel: siempre hay una que termina prevaleciendo sobre la otra.

—¿Cómo conociste a Adelaida?

—De a poco, al año, o dos, de haber llegado a Italia, me la presentó un amigo. Vivíamos muy cerca. De ella aprendí mucho sobre la Argentina, fue una protagonista en los años 50 y 60, en el período de la revista Contorno era la única mujer de la redacción. Compartimos no solo la coincidencia de vivir en Recanati, sino también el hecho que tanto ella como yo, somos de San Fernando. Hablábamos mucho y de muchos temas, nos pasábamos los libros, la acompañé durante el largo período que vivió en un hospicio a raíz del Alzheimer que padeció.

—¿Cómo fue que se te ocurrió escribir el libro?

—Adelaida fue mi “mentora”, siempre pensé que, antes o después, iba a escribir sobre su vida: sus años en la Argentina, el compromiso político y con el arte, el exilio. Y la sombra de sus dos hijos desaparecidos: no tuvo una tumba, ni siquiera una piedra, donde poder llorarlos. Creo que de alguna manera intentó cicatrizar el dolor a través de la soledad y el arte.

 

Strega, la brújula literaria de Italia

Desde su nacimiento hace ya mucho tiempo el Premio Strega es fundamental a la hora de comprender, año tras año, los gustos literarios de los italianos. Los libros premiados, a partir del 1947 hasta el día de hoy, cuentan la vida de Italia documentando el idioma, las tradiciones, los cambios que se van dando en la sociedad. Teniendo como base la lengua, se toman en cuenta aquellos libros que relatan las transformaciones del país sin olvidar al pasado y las tradiciones: en muchos casos, en muchos libros, entremezclando ambos frentes, los cambios con la Historia y el pasado.

La obra de Bravi tiene ese perfil, aunque con numerosas particularidades y con un telón del fondo centrado en el eje Italia-Argentina, y viceversa. El origen del nombre del galardón (Strega) es curioso: se debe a que en el lejano 1947, cuando fue instituido, contó con el apoyo de un empresario, Guido Alberti, que producía un licor muy conocido llamado precisamente Strega.

“Los libros presentados este año brindan un panorama fragmentado y contradictorio, pero exhaustivo, de la narrativa contemporánea en lengua italiana”, comentó la presidenta del Comité Directivo del concurso, Melania Mazzucco.