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una propuesta para alberto fernandez

Más trabajo, tecnología y saber: los objetivos de una revolución educativa

La enseñanza, hoy, no consigue uno de los efectos buscados, que es generar mejores condiciones de vida en la población. A partir de ese diagnóstico, proponen una estrategia que trasciende las aulas.

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Inequidad. Desde una escuela en un barrio popular a la Universidad de Oxford, la educación se encuentra cotidianamente con entornos sociales sumamente disímiles. | cedoc / shutterstock

La situación económica y social de la República Argentina demanda la puesta en marcha de una Revolución de la Educación y del Trabajo que origine la creación de las condiciones para la incorporación del conjunto de la sociedad –y no solo de una minoría privilegiada– a la nueva era del conocimiento que caracteriza esta etapa de la humanidad.

Este replanteo estratégico excede el análisis de la ineludible transformación del sistema educativo formal. Es necesario promover el desarrollo de un “cuarto nivel educativo”, de especialidades no formales, que responda a estas nuevas necesidades. Ese cuarto nivel estará destinado a la enorme porción de la población económicamente activa, que ya ha pasado la etapa de su educación formal y tiene una apremiante demanda de instrumentos y conocimientos para su integración al sistema productivo y a la sociedad.

En la Argentina del siglo XXI, la tarea de impulsar un cambio cualitativo en los niveles de calificación profesional de nuestra fuerza de trabajo adquiere una dimensión social tan trascendente como la que tuvo la legislación laboral que distinguió a la revolución encarnada por el peronismo entre los años 1945 y 1955.

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Esta tarea exige la participación activa del Estado y de todas las organizaciones de la sociedad, en particular del sindicalismo argentino, que por su experiencia y capacidad organizativa ha demostrado que cuenta con las condiciones y las aptitudes para convertirse en un actor principal en este esfuerzo de autoeducación permanente de la sociedad. Proponemos lineamientos para el desarrollo, sin dilaciones, de la aquí planteada Revolución de la Educación y del Trabajo.

Estado de situación. En su encíclica social “Centesimus Annus”, publicada en 1991, el papa Juan PabIo II, reveló una visión premonitoria sobre la nueva problemática del mundo del trabajo: “Si en otros tiempos el factor decisivo de la producción fue la tierra y luego lo fue el capital, entendido como conjunto masivo de maquinarias y de bienes instrumentales, hoy día, el factor decisivo es el hombre mismo, es decir su capacidad de conocimiento, que se pone de manifiesto mediante el saber científico y su capacidad de organización solidaria, así como la de influir y satisfacer las necesidades de los demás… de hecho, hoy muchos hombres… no consiguen entrar en la red de conocimientos y de intercomunicaciones que les permitirían ver apreciadas y utilizadas sus cualidades”. Por ese motivo, agrega que “el desarrollo económico se realiza, por así decirlo, “por encima de su alcance”.

 Aquel diagnóstico es hoy más vigente que nunca. En las nuevas condiciones surgidas de la revolución tecnológica y del proceso de globalización del sistema productivo mundial, resulta cada vez más evidente que la concentración económica, las crecientes desigualdades en la distribución del ingreso, la calidad del empleo, las posibilidades de incorporación al mundo del trabajo y hasta la línea divisoria entre la inclusión y la exclusión social están cada vez más determinadas por el acceso que tienen los países, las regiones, los grupos sociales y los individuos a los conocimientos necesarios para afrontar esos desafíos.

Estas enormes transformaciones no son socialmente neutras. Generan altos costos y fuertes exigencias de adaptación. Implican, por lo tanto, la existencia de ganadores y perdedores. Imponen, de esta manera, la absoluta necesidad de replantear en nuevos términos la cuestión social como una prioridad absoluta para el pensamiento y la acción política.

En esta difícil fase histórica de transición, hay al menos dos generaciones que se encuentran obligadas a aprender rápidamente nuevos códigos para adecuarse a las nuevas realidades. Para esas generaciones, recobra validez la famosa definición de Margaret Mead: “Cuando creía haber aprendido todas las respuestas, me cambiaron todas las preguntas”. De allí que resulte indispensable diseñar e implementar una estrategia que ayude a realizar esa vastísima empresa de reconversión individual y comunitaria, que contribuya a enfrentar estos desafíos, no solo en lo que conllevan de acechanzas sino también de oportunidades.

La respuesta estratégica a este formidable desafío es la puesta en marcha de una verdadera Revolución de la Educación y del Trabajo, que promueva la rápida creación de las condiciones necesarias para la incorporación activa del conjunto de la sociedad argentina, y no de una minoría privilegiada, a esta nueva era del conocimiento que emerge hoy aceleradamente a escala planetaria.

En la segunda mitad del siglo XIX, la extraordinaria visión educadora de Sarmiento, posibilitó un formidable proceso de alfabetización masiva que cambió a la Argentina y le permitió ocupar un lugar de privilegio en el contexto de la época a nivel latinoamericano y mundial. En este nuevo siglo, hace falta una visión de igual audacia y envergadura histórica para que los argentinos de todos los escalones sociales, de todas las regiones geográficas y de todas las edades puedan desarrollarse en las condiciones extremadamente competitivas de esta sociedad mundial.

Lineamientos. Irrumpe ahora con creciente intensidad la exigencia de promover el desarrollo de un “cuarto nivel educativo”, de características eminentemente no formales, para responder a estas nuevas necesidades. Porque, aquí y ahora, la Argentina se encuentra ante el hecho de que la mayoría de la población, que ya ha pasado la etapa de la educación formal, tiene una apremiante demanda educativa, de cuya satisfacción depende la calidad de su inserción en el sistema productivo y en la sociedad.

La vinculación entre el mundo de la educación y el mundo del trabajo, cruzados ambos por el vector tecnológico, es una necesidad imperiosa en todas partes del mundo. Es el único camino  para reducir las desigualdades sociales y garantizar una auténtica igualdad de oportunidades para todos.

En la Argentina del siglo XXI, la tarea de impulsar un cambio cualitativo en el campo de la calificación profesional de nuestra fuerza de trabajo, redefinida en estos términos como autoeducación permanente de la sociedad, adquiere una dimensión social tan trascendente y revolucionaria como la que tuvo la legislación laboral que distinguió a la revolución encarnada por el peronismo entre 1945 y 1955.

El Estado tiene aquí un papel central, que puede simplificarse en tres compromisos indelegables:

a) Concentrar su rol en la reorientación de esta nueva orientación del gasto social y educativo y de los múltiples programas públicos de recapacitación laboral y profesional.

b) Avanzar decididamente por el camino de la descentralización, a través de la creciente transferencia de responsabilidades y de recursos hacia las provincias y los municipios.

c) Promover en esta tarea, la cooperación y el esfuerzo comunitario, porque la acción del Estado no puede suplir en este terreno la iniciativa propia de la sociedad.

Propuestas. Para el desarrollo de esa tarea, desde el Foro del Peronismo del siglo XXI proponemos:

1. Aprovechar las ventajas comparativas de la Argentina a la hora de enfrentar los problemas sociales: el protagonismo de la sociedad civil, asumido a través del amplio tejido solidario que conforma la actividad de las miles y miles de organizaciones sociales, aquellas que Perón definiera como las “organizaciones libres del pueblo”.

2. Asignar un papel decisivo en la tarea a los sindicatos. Por su experiencia histórica y su capacidad organizativa, el sindicalismo argentino está en condiciones de convertirse en el principal actor social de este esfuerzo de autoeducación colectiva de la sociedad, en beneficio del país entero y en particular de sus propios afiliados y de los desocupados de cada rama de actividad productiva.

3. Los futuros convenios colectivos de trabajo determinarán fondos específicos y un sistema de incentivos adecuados para atender estos programas y para la capacitación permanente de los trabajadores para el mejoramiento de los índices de productividad de la economía y la elevación de los niveles salariales.

4. Promover la creación de una red interinstitucional de recolección de información sobre la incorporación de nuevas tecnologías a los sistemas productivos y de análisis y evaluación de sus posibles impactos en el empleo y en las modalidades de trabajo, con la activa participación de organizaciones empresarias, académicas y tecnológicas.

Con la aplicación de este programa, cuya implementación precisa una adecuada articulación con las instituciones educativas, todas la organizaciones sociales, y particularmente los sindicatos, lograrán recrear su representatividad social, fortaleciendo su vínculo con sus asociados –a partir de la satisfacción de una de sus necesidades más perentorias – y revalidando su imagen ante el conjunto de la sociedad.

El principal desafío histórico para la Argentina que viene, reside en incorporarnos como Nación a la sociedad del conocimiento. Hacerlo no es una tarea reservada para tecnólogos ni para tecnócratas. Requiere el concurso organizado de toda la sociedad. Ello exige una transformación profunda que abra el camino hacia el cambio social.

*Pascual Albanese, Carlos Campolongo, Tito Iñíguez, Marcelo López Arias, Jorge Raventos.

(Siguen las firmas).