“Vivo en Villa Elisa. Un día me presentaron a Marina y me enamoré de ella. Esto ocurrió hace diez años, cuando ella tenía 80; hoy sigo escuchándola porque sus historias son infinitas, trágicas y a la vez apasionantes”, dice Rodolfo Luna Almeida, un platense diseñador gráfico que trabajó en importantes medios nacionales y autor de Marinka, una rusa niña vasca, su primera novela.
En los primeros meses de 1937 las tropas del general Franco avanzaban sobre la ciudad de Bilbao; el levantamiento armado contra el gobierno de la República ganaba terreno y España se desangraba. Es en ese momento cuando las autoridades del gobierno de Euskadi deciden que es necesario evacuar a los niños para salvaguardar sus vidas. Los constantes bombardeos de los aviones franquistas ocasionan numerosas muertes civiles; ya había sido destruida la ciudad de Guernica, bajo las bombas de la Legión Cóndor de Alemania y la aviación Legionaria de Italia.
¿Qué hacer con los niños, víctimas inocentes de la guerra? Llevarlos a otros países era la mejor solución. Algunos partieron hacia Francia, otros hacia la Unión Soviética; tenían entre cinco y 14 años de edad. A Marina le tocó este último país y una mañana soleada subió al barco que la trasladó a San Petersburgo, entonces Leningrado. Había cumplido diez años y perdía a su padre y sus seres queridos. No es fácil recrear el desgarramiento de una niña que se aleja de su familia y su entorno para ser recibida por extraños, a miles de kilómetros, sin tener certezas de cuándo volvería. La acompañaban casi 1.500 niños, 72 educadores, auxiliares y dos médicos que cuidaron su salud durante el trayecto. Pero en medio de esa multitud estaba sola. Porque no conocía a nadie, porque la llevaban a un país desconocido y lejano.
“Siempre me interesaron las guerras mundiales –dice Luna Almeida–. A City Bell llegaban algunos refugiados de la guerra europea. Alemanes, franceses, italianos, pero ellos no querían hablar; habían clausurado su memoria y no deseaban contar nada de sus trágicas experiencias. Con Marina fue todo lo contrario. Desde el día en que la conocí comenzó a hablar y narrar su vida, sus viajes, no olvidaba nada. Durante diez años escuché sus historias: ‘No sabes lo que es la guerra. Suena la alarma y a los tres pitidos comienzan a caer las bombas sobre tu cabeza, tienes que arrimarte a las paredes para intentar sobrevivir’”.
“Yo soy diseñador gráfico, pero decidí que ese material tan rico debía volcarlo al papel. Es una historia real que no debe ser olvidada…Y me dediqué a escribir. Comencé a hacerlo pensando en un relato. Trabajé durante dos meses intensos y finalmente salió esta novela. Tiene mucho registro argumental, como las cartas que llegaban de Rusia a España dirigidas a familiares que, en muchos de los casos, jamás volvieron a encontrarse”. La novela me pareció el género más preciso para acercarme a la carnadura humana, especialmente porque el personaje no quiere olvidar su vida. No se siente héroe, es una sobreviviente que tiene una posición vital. Pasó por dos guerras, por bombardeos en dos ciudades, en dos países, primero en España y luego, cuando los alemanes invadieron la Unión Soviética, volvió a revivir la angustia de las bombas”.
Marina, fue Marinka en Rusia, y allí vivió durante veinte años, estudió y trabajó duramente. Llegó a ser elegida la mejor tornera de la Unión Soviética. Recibió, como todos los niños, instrucción militar durante la invasión nazi y cavó trincheras para evitar el avance de los invasores. Los años pasaron y finalmente regresó a España; pero su padre había muerto, el país y ella habían cambiado, y debieron transcurrir dos décadas antes de reencontrarse con su hermano mayor, que desde Francia llegó a Buenos Aires, su destino final.
Marinka, la novela de Luna Almeida, recrea la historia de una muchachita que se transforma en una mujer vital a pesar de su existencia azarosa marcada por separaciones tempranas, ausencias dolorosas y guerras que dejaron millones de muertos.
“No sabes lo que es la guerra”, repite Marinka, una y otra vez, al autor del libro.