El kirchnerismo emerge como el espacio más intransigente frente a Macri y el “peronismo renovador”, como en 1985 y 2000, se intenta “mimetizar” con el gobierno que lo desplazó y suele tener posiciones político-ideológicas más cercanas al oficialismo. Las tuvo Cafiero con Alfonsín, Ruckauf, De la Sota y Reutemann con De la Rúa y la tuvieron Massa, Pichetto y la mayoría de los gobernadores con Macri. Sin embargo, como indicamos arriba, CFK y el kirchnerismo, sobre todo, restauran la dimensión ideológica, ausente en las otras experiencias del peronismo en la oposición. El principal activo del kirchnerismo fue lograr desenganchar al peronismo de la experiencia neoliberal de la etapa menemista, pero que tiene su inicio en el gobierno de Isabel y el lopezrreguismo de los setenta. Ahí radica, en nuestro concepto, el principal punto distintivo de la experiencia kirchnerista: esta restauración ideológica resulta ser más afin a la tradición histórica popular-democrática del movimiento parido por Perón en la década del cuarenta.
En línea con la experiencia precedente, aquí tampoco hay desorientación. Sí una estrategia contemplativa, similar a la segunda oposición. Desde allí que no se retroalimenten como sucedió con la primera oposición. Una vez que el gobierno de Mauricio Macri comenzó a dar cuenta de su deterioro, allá por mayo de 2018, el peronismo en su conjunto enarboló la bandera del “hay 2019”. El pasado, una vez más, encendía las posibilidades de ese presente macrista en declive, y el horizonte de futuro aparecía más prometedor que la posderrota electoral 2017.
Apenas el gobierno de Cambiemos comenzó a perder su brillo inicial, el peronismo, que olfatea como nadie el humor popular, comenzó a moverse sigilosamente, uniéndose en la fragmentación genética, como siempre que se bate como oposición. Cuando se cree que buena parte del peronismo se resigna a ejer-cer plenamente su rol de oposición amigable con el gobierno, y en consecuencia se habla del fin del peronismo (en los ochenta, a principios de siglo, en 2016-2017 y hoy también), el movimiento octogenario vuelve a resurgir. Y esos silencios que forman parte del menú habitual de los primeros años de los gobiernos no peronistas, silencios licenciosos o tácticos, devenidos una forma estructural de ejercer la oposición, se mueven inmediatamente hacia posiciones antagónicas con la misma facilidad con que fueron hacia una más conservadora y amigable.
Pero debemos problematizar esta cuestión interrogándonos acerca de si estas tácticas partidarias no forman parte de una estrategia unitaria que descansa justamente en “nunca mostrar las verdaderas cartas”. Las tres oposiciones peronistas antagonizaron con liderazgos muy fortalecidos electoralmente en distintos momentos en los cuales nunca se le realizó una oposición total, y en la mayor parte de sus administraciones se les otorgó votos parlamentarios, agendas programáticas casi sin obstáculos y acuerdos puntuales en la superestructura (la “calle” es otro cantar, ya que el peronismo en sus distintas fracciones nunca la abandonó en ninguno de los tres momentos). Solo cuando esos liderazgos comenzaron a descender en la opinión pública y a perder recursos de poder, el peronismo los enfrentó en forma plena y directa. Nunca antes.
Y para culminar este apartado, como sabemos, el conflicto en el interior del peronismo lo ordenó un tuit de CFK en el que postulaba a Alberto Fernández como candidato a presidente y a ella como vice. Esa jugada magistral de la expresidenta concretó en pocas semanas la unificación de los distintos actores peronistas en apoyo a la flamante fórmula. Una vez más CFK exhibió su talento en la conducción política, y habilitó la construcción de una “alternativa ganadora” ante un tercer gobierno neoliberal que entraba en el tobogán del fracaso. El estiletazo final lo dio la constitución del Frente de Todos, la herramienta electoral que derrotó a Macri en octubre de 2019 convirtiéndolo en el primer presidente sudamericano que intentó extender su mandato y falló en el intento. Pero asimismo, a la vez que se trató de una jugada que le puso punto final al gobierno de Macri, también constituyó una salida a la crisis que se profundizaba. Es decir, la centralidad del liderazgo de CFK le permitió superar una crisis de gobierno desde el campo opositor, suspendiendo una vez más la aleatoriedad. Este punto revela que se trata de una novedad que es necesario volver a resaltar: la existencia de una conducción estratégica que logra vertebrar la unidad del peronismo y la salida de la crisis es un elemento ausente en las dos experiencias peronistas opositoras.
Para finalizar, una vez más, como en el pasado, los “candidatos naturales” vuelven a naufragar, mientras los “tapados” son los que se llevan el premio mayor. En pleno macrismo y en medio de una megacrisis de deuda e ingresos familiares y habiendo duplicado el desempleo y la pobreza, el candidato surgido del tuit de Cristina Kirchner no estaba ni en los planes del simpático sabueso Dylan, y tampoco era “evidente” para nadie, propios o extraños. Así parece ser la dinámica política argentina. Hay que prestar atención a esos acontecimientos impredecibles, repletos de contenido y que orientan los pasos del futuro más cercano.
Cuarta estación: derrota de 2023. La derrota del peronismo en las elecciones de noviembre de 2023 inaugura el primer gobierno liberal-libertario de la historia, y el cuarto neoliberalismo desde la recuperación de la democracia. El peronismo se encuentra, en términos institucionales, en el peor momento de su historia: la menor cantidad de gobernadores desde el retorno a la democracia en 1983 y sin su clásica mayoría en el Senado. En Diputados, a pesar de ser la primera minoría, se encuentra muy lejos del quórum.
Esta última etapa sobresale por los conflictos en el interior del espacio más importante en el peronismo, que es el kirchnerismo. El apresuramiento del gobernador Axel Kicillof en convertirse en “candidato natural”, tres años antes de las elecciones, parece desafiar una lógica de hierro que marca que ningún presidente argentino lo fue con tantos años de anterioridad. Como observamos más arriba, los candidatos que emergieron como los “naturales” a llevarse el premio mayor sucumbieron en forma estrepitosa, o no llegaron literalmente a ser opción de cambio: Cafiero en 1989, Fernández Meijide en 1999, Reutemann en 2003, De Narváez en 2011, Massa en 2015, Macri en 2019 y Rodríguez Larreta en 2023.
Por lo tanto, asignarle racionalidad cartesiana al porvenir no parece ser la estrategia más adecuada, al menos para la Argentina de los “dos años anteriores”. En el caso del gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien en su discurso de lanzamiento de cara al año 2027 (!), señaló: “Tratamos de hacer un poquitito más alegres cada día a los bonaerenses. ¿Por qué no podríamos hacer lo mismo, cuando estemos listos y organizados, para casi 50 mi-llones de argentinos? Sabemos cómo hacerlo”. Sin embargo, el método en que se fundamenta ese “optimismo cartesiano” no tiene evidencia que lo valide, y parece saberloi.
Si nos recostamos sobre la mirada filosófica de esta razón cartesiana, perdón esta corta, pero necesaria, digresión filosófica, Althusser propuso la expresión “materialismo aleatorio” o “materialismo del encuentro” para de-signar a la filosofía del marxismo, con el fin de poner de manifiesto la primacía del azar sobre la necesidad como tesis fundamental de todo materialismo filosófico. Althusser afirmaba que se observaba en la historia de la filosofía una tradición de filósofos que denomina del “materialismo del encuentro”, tradición “re-primida” por la ideología dominante.
Su primera formulación fue el atomismo de Epicuro y Demócrito, continúa con Maquiavelo, Spinoza, Rousseau, Hobbes, Marx, Engels, Freud y Derrida, entre otros. Todos ellos, como el mismo Althusser en su momento, se caracterizaron por negar la existencia de un origen o causa última y de una finalidad preestablecida de la realidad. Puede decirse que el mundo es el hecho consumado en el cual, una vez consumado el hecho, se instaura el reino de la razón, del sentido, de la necesidad y del fin. Pero la propia consumación del hecho no es más que puro efecto de la contingencia, ya que depende del encuentro aleatorio de los átomos debido a la desviación del clinamen. Antes de la consumación del hecho, antes del mundo, no hay más que la no-consumación del hecho, el no-mundo, que no es más que la existencia irreal de los átomos (Althusser, Louis: La Corriente Subterránea Del Materialismo Del Encuentro - 1982). Y continúa: “¿En qué se convierte en estas circunstancias la filosofía? Ya no es el enunciado de la razón y del origen de las cosas, sino teoría de su contingencia y reconocimiento del hecho, del hecho de la contingencia, del hecho de la sumisión de la necesidad a la contingencia y del hecho de las formas que ‘da forma’ a los efectos del encuentro”). Volveremos sobre esto en la conclusión.
Regresando a la interna y a sus nombres y discusiones, la actual coyuntura política tiene nuevamente a CFK como una de las principales protagonistas. Ungida con el consenso de la mayor parte del peronismo, la expresidenta asumió la titularidad partidaria con el fin de ordenar al justicialismo de cara a esta nueva etapa. Ante la ambición anticipada de Kicillof, que anunció su candidatura presidencial en el primer año de gobierno libertario, y la de un “devaluado” Ricardo Quintela, que forzó hasta el final sus chances de conducir el partido, el peronismo se zambulle nuevamente en la disputa interna, como lo hizo en todas las etapas en que fue oposición. En el marco de la cuarta administración neoliberal, que a pesar del ajuste feroz conserva cierto consentimiento popular, sumado a un liderazgo, como el de Milei, que aún cuesta ser decodificado en todas sus aristas, el peronismo vuelve a discutir nombres (conducción) más que razones ideológicas.
Sin embargo esta disputa se hace sobre bases racionales cartesianas: evidencia, análisis, deducción y comprobación, los populares pasos del método de René Descartes a los que se aferran muchos dirigentes políticos (y no solo políticos). En ese marco, y para lo que queremos coloquialmente señalar acá, fue Dante Panzeri el que mejor definió el reino de la incertidumbre que domina también las perspectivas políticas y electorales, caracterizando entonces al fútbol como “dinámica de lo impensado”.
“El fútbol, para ser serio, tiene que ser juego”, de esta manera explicaba Panzeri, en 1967, el ocaso de lo lúdico y el establecimiento de la industria futbolística. Se trataba de una crítica a la modernidad desde dentro del campo. Por más orden que busquemos, por más “ciencia” que pretendamos invocar, el partido se decidirá por el arte de lo imprevisto, la dinámica de lo impensado. Pues bien, la asociación de fútbol y política no es nueva, pero en esta dimensión que transitamos acá, estimamos que sí lo es.
En general, pero particularmente tras las crisis recurrentes que vivimos en nuestro país –hoy nos encaminamos a otra superior–, habrá nuevos candidatos que serán “números puestos”, encuestas que los sostengan, asesores que dibujen una, dos, mil muecas de ocasión, pautas publicitarias y el tradicional coro de ortibas que exalten las virtudes del elegido. Nunca, sin embargo, habrá certeza alguna, la política en general, en la crisis y su reconducción en particular, también se rige por la dinámica de lo impensado de la que hablaba Panzeri en 1967.
El “acontecimiento”, lo “imprevisible”, lo “impensado”, vuelve a emerger en este contexto nacional, pero también geopolítico, complejo e impredecible. Este último tránsito del peronismo en la oposición tiene como nervio central lo novedoso.
La experiencia libertaria, la disputa intrakirchnerista, el ocaso de la derecha tradicional, son apenas algunas de las originalidades de este tiempo, de esta coyuntura única y pesada en lo político y lo social. ¿Podrá el peronismo una vez más retornar al gobierno en las elecciones de 2027? ¿Será la principal fuerza política electoral en las legislativas de 2025? ¿Hasta dónde avanzará la confrontación interna? Preguntas que solo el tiempo podrá disipar.
Conclusiones. Entonces, ¿qué podemos extraer de este veloz recorrido histórico por las distintas experiencias opositoras peronistas desde el retorno a la democracia en 1983? Algunos elementos en forma de punteo son los siguientes:
1. Luego de las derrotas electorales de 1983 y 1999, el peronismo se fragmenta en polos que escasamente tienen que ver con cuestiones ideológicas. Las divisiones internas se asientan sobre todo en “choques” de liderazgos o en el posicionamiento táctico frente al gobierno de turno. Decimos táctico, para dar cuenta de que se trata de acuerdos coyunturales, que más tarde, cuando la ocasión lo amerite, sean suspendidos definitivamente.
2. La derrota del año 2015 abrió una novedad: la emergencia de las disputas ideológicas que, lógicamente, se traducen en disputas sobre la conducción política. La experiencia kirchnerista fue un parteaguas. Los doce años de gobierno generaron una identidad político-ideológica nítida afín a la popular democrática del peronismo original. La restauración de la dimensión ideológica, en este sentido, es la novedad de este tercer momento opositor.
3. En general, una buena parte del justicia-lismo (a veces la mayoritaria), una vez en la oposición, suele ser crítica de las experiencias del gobierno anterior. Lo han sido de la del 70, la menemista y las kirchneristas. Y en todos los casos la palabra “renovación” apareció siempre en el vocablo preferido de los compañeros. Siempre hay que “renovarse” del pasado. Para el peronismo, el concepto renovación suele ser igual a la demanda de salida de la primera plana de los dirigentes que protagonizaron la etapa anterior. En esto el peronismo no es novedoso: ante las derrotas electorales suele pedirse “la cabeza” partidaria, acá y en Japón. Sin embargo, la tercera oposición peronista sobresale por la disputa ideológica. El peronismo no kirchnerista censura la obra de gobierno, los sustentos político-ideológicos y, sobre todo, la conducción.
4. En las cuatro experiencias reseñadas brevemente (una está en curso), el peronismo contó con importantes recursos institucionales: ma-yoría de provincias y el Senado. Los gobernadores siempre intentaron tener buena relación con la Rosada (Menem y Cafiero con Alfonsín, Ruckauf y Reutemann con De la Rúa, Urtubey y Schiaretti con Macri, Jalil y Jaldo con Milei, para mencionar algunos), mientras el presidente de turno “midiera” bien. Una vez que estos ingresan en la pirámide descendente se convierten en “mancha venenosa”. En cambio, el Senado suele acompañar al presidente casi hasta “el final”. En ese sentido, la Cámara alta oficia como dador de gobernabilidad, en su rol que lo ubica la mayoría de las veces como participante de un cogobierno. Si uno piensa en voz alta qué leyes les trabó el Senado opositor peronista a los gobiernos no justicialistas, aparecen después de pensar un buen rato “la ley Mucci”, “la reforma electoral” macrista y no muchas más. Sin embargo, y a diferencia de las tres anteriores, en esta el peronismo es en la que cuenta con menores recursos de poder legislativos y federales y el Senado se muestra mucho más confrontativo con el gobierno que en las experiencias precedentes.
5. Los primeros dos peronismos en la oposición no discuten cuestiones ideológicas o programáticas. Tampoco reflexionan públicamente mucho sobre el pasado. Al son de la “única verdad es la realidad”, el justicialismo suele asumirse oposición e intenta mediante diversas tácticas y estrategias continuar manteniendo cuotas de poder con el nuevo gobierno, y en el peor de los casos, convertirse en poder de veto cuando se trata de defender cuestiones importantes para el espacio partidario. Es bien pragmático, y a pesar de las desavenencias internas, suele en silencio cuidar la unidad (al menos la mayor parte de ella), como veremos en el siguiente punto.
6. Como dijimos más arriba, la experiencia del tercer peronismo en la oposición es única. No solo porque discute cuestiones ideológicas y restaura las divergencias en las que se sitúa como pregunta más importante qué es el pe-ronismo, sino porque también la conducción partidaria resiste los intentos “renovadores” y se unge como principal referencia política del espacio. En ese sentido, CFK logra lo que ninguno de sus antecesores pudo: conservar la conducción del espacio y convertirse en candidata (esta vez vicepresidenta) de un peronismo unido y potente.
7. La unidad del peronismo suele llegar siempre una vez que emerge un liderazgo indiscutido. Puede ser antes de la elección general (Menem 1988) o luego de ella (Kirchner 2005). Y hasta ese momento, los peronistas suelen jugar con sus figuras hasta el final. Sin embargo, la evidencia histórica revela que ese candidato unificador no llega pronto. Repa-semos. La primera oposición peronista resolvió sus disidencias en la interna de 1988 a favor del ganador de ella, que hasta ese momento contaba con la menor cantidad de adhesiones en el mundo justicialista. La segunda oposición lo hizo recién luego de sortear una primera grieta en la caída de De la Rúa (los cinco presidentes fueron la evidencia de que el peronismo continuaba desunido), la elección de 2003 con tres candidatos peleando por la Rosada, y la última entre el kirchnerismo gobernante y su exaliado Duhalde. La única que a la fecha sale de esta lógica es CFK, que a la salida del gobierno logró mantener su liderazgo en el peronismo (nunca exento de críticas y disputas) y lo mantiene a la fecha a pesar de las últimas dos derrotas electorales.
8. Los presidentes justicialistas que suceden a los gobiernos no peronistas hasta hoy provi-nieron de las provincias “periféricas” (Menem y Kirchner) o fueron elegidos a “dedo” (o por un tuit, Alberto Fernández). Los candidatos “naturales” o “cantados” (o los triunfantes en las legislativas de medio término) nunca fueron. No fue Cafiero, no fue Ruckauf, no fue Reutemann, no fue De la Sota, no fue Massa, no fue Rodríguez Saá. Es como si el peronismo seleccionara a sus candidatos a último momento (nadie esperaba que fuera Menem un año antes, ni Kirchner cinco meses atrás, ni Alberto dos semanas antes) llevándose puestos siempre a los más instalados o a los “candidatos evidentes”.
9. En ese marco, la resolución de estas disputas vuelve a ser dominada por la aleatoriedad, eso muestra la evidencia desde 1983. Repasemos: tanto en 1988, como en 2001, Menem y Kirchner fueron pura aleatoriedad y brillante construcción de coyuntura, pero su liderazgo aún no existía. A pesar de las diferencias ideológicas existentes, el modo de construcción fue similar, también lo fue el éxito en la estabilidad de sus gobiernos. Es cierto, uno para aplicar un neoliberalismo feroz con extranjerización del aparato productivo y exclusión social, y el otro para iniciar un proceso de transformación económico-social en línea con la tradición histórica del mejor peronismo.
Para cerrar y ubicarnos en la actual coyuntura, el único activo potencialmente decisivo que dispone la oposición peronista para enfrentar el actual escenario de crisis social –y la que viene que será mayor– es poseer un liderazgo histórico capaz de asignar racionalidad a su reconducción.
Aquí la figura de CFK se revela como central, al igual que en 2019, cuando en plena crisis social y económica de manera exitosa construyó una alternativa electoral al macrismo y recondujo la salida de la crisis existente tras el macriato a un puerto estable.
Lo que observamos esta vez basados en la evidencia es que, si no puede reconducir la crisis CFK en una perspectiva popular democrática, no podrá hacerlo ahora ningún dirigente que se ofrezca como alternativa. La poscrisis sin conducción supone la materialización del clinamen, donde domina la aleatoriedad. Por este motivo, desafiar la conducción de CFK es una mala idea. Dada la irreductible incertidumbre de múltiples aspectos de la vida humana, debemos admitir los límites de la razón que la razón misma nos marca, evitar el confortable autoengaño de creer que en todo momento es posible saber con certeza qué hacer, y estar abiertos a la posibilidad de usar conscientemente el azar en la toma de decisiones.
En este sentido sostener el liderazgo y la conducción de CFK es el intento de, en la medida de lo posible, suspender la aleatoriedad que domina la práctica política y electoral, muy particularmente en épocas de crisis.
*Director de Consultora Equis.
** Doctor en Ciencias Políticas.