ELOBSERVADOR

¿Qué hacer?

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La insólita redacción y firma del memorándum con Irán, que resultó ser una patraña en tiempo y forma, ha sido defendida por el oficialismo con la misma ambigüedad manipuladora que las mediciones del Indek o la inocencia de Boudou:     “Sí, creemos en la Justicia argentina y, como los iraníes no se entregaban, decidimos arreglar que declaren en Teherán”, al mismo tiempo que aseveran: “La sospecha sobre los iraníes era una maniobra de la CIA, que alienó a Nisman”; pero finalmente reformulan: “Continuar pidiendo las detenciones de los sospechosos iraníes es una maniobra del Mossad, que incluso se opone a  la CIA”. Del mismo modo que la Presidenta primero nos conminó a creer en la teoría del suicidio de Nisman, para luego advertirnos en su Facebook que se trataba de un homicidio, para finalmente hacer silencio al respecto, también la defensa retrospectiva del memorándum es una acumulación de teorías contrapuestas que en definitiva tienen un único objetivo: ocultar las negociaciones secretas con Irán por lo menos hasta el fin del mandato K. Pero ¿existe alguna alternativa a la decisión gubernamental de simplemente amnistiar de hecho a Irán y Hezbollah respecto a las acusaciones de invadir nuestro país y asesinar un centenar de personas en nuestro suelo? La historia de los países y de las naciones demuestra que sí: la resiliencia y la perseverancia en la búsqueda de los responsables de crímenes de lesa humanidad no sólo rinde en cuanto a resultados concretos, como ocurrió con tantos criminales nazis capturados décadas después del fin de la guerra, sino que también conforman la matriz ética y ciudadana de la comunidad agredida. Condonar a los victimarios de los peores atentados sufridos por nuestro país no nos garantiza un lugar de igualdad entre las naciones; por el contrario, erosiona el respeto propio y ajeno. No serán los norteamericanos quienes se encarguen de resolver nuestro conflicto no buscado con la República Islámica de Irán. Ni carecemos de los medios para proseguir en la búsqueda de justicia. No se trata de medios bélicos, sino de voluntad política. La denuncia ante las Naciones Unidas, la exigencia de que el resto de las democracias, en especial las latinoamericanas, sean solidarias con nuestro reclamo, la utilización de cada foro internacional para reiterar el pedido de entrega de los sospechosos, el mantenimiento de una misma estrategia contra el terrorismo fundamentalista como política de Estado, podrían situar a la Argentina en un lugar destacado dentro de Latinoamérica y en el mundo respecto de la defensa de los derechos humanos, en vez de en de las tristes portadas internacionales a las que nos llevó la aún no aclarada muerte, por un tiro en la cabeza, del fiscal Alberto Nisman.