Hambre, sueño, trabajo mal pago y desplazamiento de la vida social: escenarios cotidianos en la vida de un residente de Medicina que empalidecen, sin embargo, ante un cuadro aun peor, que incluye recetar mal un antibiótico por agotamiento o cabecear mientras se asiste en una operación en el quirófano.
Entendida como “el método de formación por excelencia”, en la Argentina la residencia dura, según la especialidad, entre tres y cuatro años.
Es un plan de formación riguroso, sin dudas, pero que a la vez está sobresaturado: el Ministerio de Educación señala que aproximadamente se reciben 6 mil médicos por año, lo que excede las vacantes en hospitales públicos y privados y así, sólo la mitad de los egresados tiene posibilidades de residencia.
Mano de obra barata. En Médicos: la salud de una profesión, publicado por el ex ministro de Salud Ginés González García junto con Claudia Madies y Mariano Fontela, se indica que en 2009 en la Argentina se retribuía a los residentes menos que en Brasil, Chile, Costa Rica y El Salvador.
“Nos tratan como mano de obra barata porque saben que si nos quejamos hay una fila dispuesta a cumplir nuestro lugar”, explica a PERFIL Melisa (26), residente de oftalmología.
El reglamento de las residencias de Buenos Aires indica que los días laborales son de lunes a viernes de 8 a 17 y los sábados de 8 a 12 (sin contar los días de guardia); pero estos horarios no se respetan, sobre todo los primeros meses. Por otro lado, si bien existen marcos reglamentarios para moderar las condiciones de trabajo, en general éstos tampoco son aplicados. Por ejemplo, los residentes deben contar con un día de descanso después de cada guardia, pero este es un lujo con el que no se cuenta en casi ningún hospital; lo alarmante es que, además de privar a los médicos de la cantidad de horas de sueño básicas que necesitan, la ART no cubre el seguro de ningún accidente –que puede incluir desde el pinchazo de una aguja hasta un choque de ambulancia– si el médico está trabajando cuando debería estar en su casa.
De frente, march. Las residencias en la Argentina –en especial las que corresponden a especialidades prácticas– están diseñadas de un modo tal, que los médicos se ven sometidos a regímenes que ellos definen como “militares”: tratos dictatoriales por parte de sus superiores y falta de horas de sueño y comida que no contemplan sus necesidades básicas, lo que pone en jaque la vida de los pacientes, amén de la propia. Por ejemplo, “una vez un compañero tuvo un accidente en la Panamericana mientras volvía del trabajo después de 38 horas sin dormir”, detalla Francisco (30), hoy cirujano general.
Otro punto del que se quejan los residentes de primer año o “R1” alude a que sus superiores les delegan tareas que exceden su capacidad. “En mi primer día ni siquiera sabía nebulizar” –dice a PERFIL Justina (27), residente de clínica– “no manejaba nociones básicas para tratar algunos casos y tomé decisiones irresponsables por no haber estado supervisada”. Camila (26), residente de cirugía general, precisa que esto en general pasa los domingos, cuando los médicos se van a sus casas y dejan todo el trabajo para el R1. “A veces, uno comete errores que hubiera evitado de haber dormido dos horas más. Por otro lado, en las guardias suelen escucharse comentarios del tipo ‘hoy les doy el alta a todos con tal de tirarme media hora’. Es que no podemos más…”.
Camila relata que en las guardias de algunos hospitales son los R1 quienes atienden las ventanillas. Una vez llegó un paciente con un politrauma. “La tomografía mostraba el bazo roto y pensé en mandarlo al quirófano. Quise consultarlo con el médico de planta, pero él dormía y jamás me contestó: apareció recién cuando el paciente ya estaba intubado y con anestesia general”.
Dormir y dormir. Cuando Francisco hizo su residencia, los primeros tres meses debía cumplir una guardia cada dos días. Se quedaba dormido en el quirófano, bajó 15 kilos y si cometía algún error lo sometían a las famosas “guardias castigo” que implicaban permanecer en el hospital hasta nuevo aviso. Quedarse dormido sobre un plato de ravioles en una cena familiar; tomarse el contenido de una bolsa de suero por no soportar el hambre; o almacenar comida en el techo de durlock para poder comer a escondidas: “Eso es moneda corriente para los R1”, afirma Francisco. Julia (27, egresada de la UBA), decidió aplicar a la residencia de psiquiatría en Estados Unidos, porque “en la Argentina se piensa en el médico como si fuera una herramienta que no necesita comer ni dormir. Es canibalismo, no medicina… Y yo quiero poder vivir gracias a mi profesión, no a pesar de ella”.
Otro de los puntos a considerar es el maltrato entre los propios residentes. “Acordate: vos no sos persona, sos R1” es una de las frases célebres que Camila recibe de sus superiores.
Las especialidades más prácticas son las más competitivas. Muchos se olvidan de que alguna vez estuvieron en el lugar de los residentes de primer año y hacen todo lo que odiaban que les hicieran a ellos: “Nos denigran, nos gritan delante de otros médicos, dejan todo el trabajo pesado para nosotros”, se queja Melisa.
“En general, cuando uno es R1 promete que jamás va a abusar de sus inferiores; hoy, admito que estoy esperando pasar a segundo año para delegar todo mi trabajo a los de abajo”, confiesa Justina.
Ahora sí. Ahora que Francisco ya es cirujano, concede a PERFIL que son muchas las ventajas del sistema y que a la larga “es un mal necesario: tanta exigencia forjó mi actitud”.
Para Francisco, en la actualidad la residencia de algunos hospitales es más laxa que hace unos años; se cumplen los horarios de almuerzo y ya no existen las guardias castigo.
A su juicio, eso ha hecho que se pierda el “respeto a la autoridad. A veces los residentes no acatan órdenes y eso da lugar a muchos errores”.
Por su parte, Camila rescata que trabajar tan presionada le enseñó a reaccionar en situaciones límite, lo cual hace a su formación; “sin embargo, aprendería aun más si tuviera la contención de mis superiores”, matiza.
Verónica Giubergia (45, pediatra neumonóloga del hospital Garrahan), explica que ella no se arrepiente de haber postergado muchas cosas de su vida durante un tiempo para completar su educación profesional.
“Si uno considera que son tres años que lo preparan para siempre, entonces queda claro que el sistema es muy intenso, sí, pero muy productivo”.
Además, destaca que la residencia está pensada para hacerse entre los 25 y los 30, cuando se tiene el tiempo y las condiciones físicas para soportar un método tan demandante.
Son muchos los médicos que al terminar la facultad se plantean si hicieron bien en elegir su profesión. “A veces pienso, ¿para qué fui médica si no soy feliz?”, admite Camila a PERFIL. Según Giubergia, esta frustración actúa como un buen filtro que pasan sólo quienes tienen verdadera vocación.