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víctima de dos genocidios

Víctima de dos genocidios, Vera, “partigiana” de la memoria

Un conmovedor encuentro entre Vera Jarach, madre de Franca, desaparecida a los 18 años durante la dictadura argentina, y estudiantes italianos. A sus 95 años, esta madre Línea Fundadora les dejó un mensaje: “Nunca quedarse callados”.

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Madre e hija. Vera, en una de sus tantas intervenciones a lo largo de los años por verdad y justicia sobre su hija Franca, desaparecida en la dictadura. | cedoc

El frío invernal se siente duramente en las calles céntricas de Roma el 24 de enero pasado. Alrededor de las 10 de la mañana el viento agita las palmeras de la gran Piazza Cavour, donde nadie circula entre el monumental “palazzaccio”, sede de la Corte Suprema de Casación, por un lado, el antiguo Teatro Adriano ahora convertido en multisala de cine, por otro y, lateralmente, la Iglesia Valdense inspirada en basílicas paleocristianas.

Las puertas del templo permanecen cerradas cuando llega una mujer anciana, ciega, ayudada por una acompañante que, solícita, empuja la silla de ruedas. Esperan unos instantes y se abre una pequeña puerta al costado de la iglesia. Las dos mujeres entran.

En la columna de un farol callejero, un afiche anuncia en italiano “Las palabras de la Memoria, las dos historias de Vera Vigevani Jarach, de las leyes raciales a la dictadura argentina”. Una foto de Vera, madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, sobre fondo rojo ocupa la izquierda del cartel. Por supuesto, es ella la persona que ingresó al edificio poco antes.

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Algo después llegan dos grupos de estudiantes secundarios, rumorosos, sonrientes, charlando entre ellos. También los chicos y chicas entran por la puerta lateral junto a una joven que parece ser la profesora.

Varios fotógrafos, un operador televisivo y personas de distintas edades se acercan al lugar e ingresan a la sala contigua al templo que se va llenando poco a poco. A las once, hora fijada para la charla con Vera, no quedan sillas disponibles.

Partigiana. “Partigiana” de la memoria se define esta mujer que el 5 de marzo próximo va a cumplir 95 años. “Partigiana”, es decir luchadora, dice y aclara que prefiere esa palabra a “militante”. Así se presenta, en su silla de ruedas, vestida con sencillez, sin maquillaje alguno, con el pañuelo de las Madres que cubre sus cabellos blanquísimos, y la foto de su hija Franca Jarach en el pin prendido en su campera de abrigo.

Habla con lentitud y en voz baja durante unos minutos hasta que le acercan un micrófono. Dirigiéndose en especial a los jóvenes italianos recuerda su nacimiento en Milán en 1938, a su familia judía, y a su hija, una de los 30mil desaparecidos en Argentina a manos de la última dictadura.

“Franca fue secuestrada a los 18 años en Buenos Aires”, recuerda. “Era una estudiante brillante, defendía la justicia y la verdad… yo me llamo Vera, ella se llamaba Franca… Vera y Franca”, nombres que las unen e identifican una línea de pensamiento compartido.

Otro hilo conductor de esta víctima de dos genocidios es su sentido de la Justicia.

“Mi padre era abogado. Un día le pregunté qué era la Justicia y me respondió que ‘justicia es el respeto de la dignidad de los otros’”, cuenta emocionada.

“La dictadura de Mussolini sancionó leyes raciales en 1938. Ante el peligro mi familia decidió abandonar el país. Yo cumplí los 11 años a bordo de la nave Augustus que nos llevaba del puerto de Génova al de Buenos Aires. Al iniciar la travesía yo era una niña, pero cuando llegué a la Argentina ya no lo era” espiritualmente.

“Mi abuelo materno no quiso irse de Italia en el ‘39. Era un italiano honesto, trabajador y patriota. No comprendió el peligro de quedarse bajo la dictadura nazifascista. Y cuando decidió partir ya era tarde. Fue deportado a Alemania en 1943, al campo de exterminio de Auschwitz, donde lo asesinaron”, relata.

Vera tuvo una infancia serena hasta 1938, igual que su hija, que nació en 1957 y que en junio de 1976 fue secuestrada.

“Mi historia y la de mi familia la pueden leer en internet. Me importa escuchar ahora sus preguntas. Yo no los veo, pero quien quiera hacer una pregunta que venga y se siente a mi lado, cerca, para poder darnos la mano”, invita.

Con timidez algunas chicas alzan la mano y comienzan las preguntas sobre el miedo, el abatimiento, la resistencia. 

“Pero todas las que preguntan son chicas. ¿Y los chicos no preguntan?”, azuza Vera. Se hace un silencio y un adolescente se sienta junto a ella.

“Cómo te llamas?”. “Sebastián”. “¿Sos español?”. “No, soy argentino”, responde el muchacho y Vera ríe. Pero fue el único varón que se animó a preguntar. Es casi natural: el relato de lo sucedido en Argentina, la atrocidad de los niños robados a las madres cautivas y luego asesinadas es demasiado conmovedor para quienes nacieron hace sólo 17 años en una Italia democrática.

El testimonio de Vera es útil precisamente en este sentido porque evidencia que el pasado se repite una y otra vez si se olvida la Historia.

“Que no desaparezca la Historia, este es el mejor deseo que puedo hacer para el futuro”, enfatiza Vera y agrega que se trata de “defender la humanidad. Nunca quedarse callados. Nunca. Usar todos los medios, las llamadas redes sociales también, pero prestando atención a los engaños de las redes. Sirven, pero hay que estar atentos. Se busca la luz, no las sombras”.

“Soy una escaladora, cuando se está subiendo en una montaña y no se sabe cómo seguir, la voz de quien está más arriba o de quién viene detrás te dice de dónde agarrarte. Y el miedo pasa y se sube”, explica.

 “El empuje es siempre el corazón”, subraya esta mujer que durante un mes recorrerá distintas ciudades de su tierra natal para pasar el testimonio de lucha pacífica a los estudiantes de hoy.

Migrantes. Desgraciadamente, el Mar Mediterráneo “el Mare Nostro, es hoy la tumba de los desaparecidos del siglo XXI”, se emociona Vera y mientras ella se recompone, toma la palabra el abogado italiano Arturo Salerni, presidente de la Comisión Verdad y Justicia para los Nuevos Desaparecidos. Esta entidad no gubernamental nació en el año 2014 para enfrentar el drama de miles y miles de migrantes que mueren al tratar de llegar a Europa con medios precarios, como balsas y botes de goma. Uno de sus promotores ha sido el ex cónsul de Italia en Argentina Enrico Calamai, que durante el inicio del régimen de Videla, Massera y Agosti, y a pesar de las órdenes “de sus superiores”, alojó en el edificio consular a numerosas personas perseguidas por la dictadura argentina.

Actualmente, todos los jueves, en Roma, Calamai y su grupo Manos Rojas contra el Racismo marchan en silencio en el centro de la ciudad siguiendo el ejemplo de la Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. Ni Vera ni Calamai han bajado los brazos para exigir “Memoria, Verdad y Justicia”, donde sea que estos derechos humanos sean violados.

En coincidencia con la gira de Vera, el 27 de enero la conmemoración del Holocausto incluyó una extensa entrevista televisiva a la senadora vitalicia Liliana Segre, judía, que padeció en el campo de exterminio de Auschwitz al que fue deportada cuando tenía 13 años de edad, y de donde logró sobrevivir luego de la derrota del nazifascismo.

El tren de las deportaciones partía del Binario 21 (Andén 21) de la estación central Milán. Ese andén subterráneo es ahora un Sitio de Memoria que incluye una biblioteca y un gran muro en el cual por sugerencia de la senadora se ha tallado la palabra “Indiferencia”.

Sin lugar a dudas, el Nunca más debería incluir un Mai Piu a la Indiferencia.

 

Sobrina de la hermana Leonie Duquet

D.S.

Menuda, aparentemente frágil, sor Genevieve Jeanningros escucha con mucha atención la charla de Vera Jarach en la Iglesia Valdense.

Es una monja obrera, que siguió las enseñanzas del sacerdote Arturo Paoli, fallecido centenario luego de una prédica incansable en América Latina y Europa, amigo del asesinado obispo argentino Enrique Angelelli.

Sor Genevieve, francesa, vive en un carromato en el parque de diversiones de Ostia, a unos 25 kilómetros del centro de Roma. Allí ayuda a las familias de los trabajadores del Parque, comparte las inclemencias del lugar y los problemas de ese grupo de personas.

Sor Genevieve es reconocida por papa Francisco no solo por su labor en Ostia, sino también por su trágico vínculo con la Argentina, pues es sobrina de Leonie Duquet, una de las dos monjas francesas víctimas del Terrorismo de Estado de la última dictadura militar. Leonie fue secuestrada con el grupo de Madres de Plaza de Mayo que se reunía en la Iglesia de Santa Cruz. La tía de Genevieve fue arrojada al Río de la Plata luego del secuestro en diciembre de 1977. Las olas devolvieron los restos de Leonie a la costa y ahora reposan en el jardín de la iglesia porteña. En el viaje que una de las Madres, Angela Lita Boitano, realizó a Roma en 2019, sor Genevieve compartió con ella una larga entrevista privada que les concedió el Papa Francisco.

 

*Periodista. Desde Roma.