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Crítica televisión

¡A ordenar con Marie Kondo!: Aprender a doblar la ropa como si fuera algo importante

El reality show de Netflix es solo efectivo para verlo como manual de cómo se opera paso a paso en la chantada.

Marie Kondo 20190510
Chantada. La japonesa Marie Kondo enseña autoayuda. | Netflix

Calificación: Mala.

Dadas las necesidades y coeficientes intelectuales de los posibles lectores, hay manuales de autoayuda para todo. El último grito de la moda editorial es el manual de autoayuda para doblar la ropa. Adornado con supuestas reminiscencias japonesas (las culturas lejanas siempre obraron como paraguas para las chantadas, porque al ser poco difundidas se puede sostener con aire de autoridad cualquier estupidez), es básicamente eso. Y hay que reconocer que para doblar la ropa está bastante bien. El problema es, tan solo, todo lo que se le agrega a ese esquema original que ocupa, a lo sumo, una página.  

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Montada en ese best-seller internacional, la japonesa Marie Kondo desembarca en la televisión (bueno, en Netflix) con la espada del formato reality show. Como pocos casos, ¡A ordenar con Marie Kondo! (nótense los signos de exclamación en el título del show, hay que ponerle entusiasmo a la pavada) habla más por lo que trasluce involuntariamente que por lo que aparenta contar. Por ejemplo, la traductora/esclava de Marie Kondo, que se comporta con aire servil (y así es tratada), y que deja en claro que la protagonista posee ínfulas. Otro ejemplo, la forma en que aconseja agradecerle a los hogares, y que un participante de un programa lo haga y luego diga “es curioso (sic), nunca se me había ocurrido agradecerle a mi casa”, es decir que encuentre asombro en que jamás le hubiera surgido la iniciativa de mantener un diálogo telepático con un conjunto de ladrillos y hormigón.

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La única riqueza que posee la serie de Netflix es que, sin buscarlo, se transforma en un manual prístino de cómo obran los chantas o estafadores: se manejan con tono imperioso que no deja espacio para las dudas (esa jactancia de los intelectuales), inventan ceremonias que permiten extender en el tiempo el engaño, maximizan las debilidades emocionales y/o intelectuales de sus presas (ni qué hablar si son viudas), y todo gracias a haber encontrado un hueco en la crisis económica que obliga a los seres humanos a vivir en lugares cada vez más pequeños (como sus salarios) y con menos objetos porque nada entra en ese cuchitril. Algo así como aconsejar comer basura porque ya no habrá plata para comida.

Un programa tan pobre como los tiempos que nos tocan vivir. Y que vale como prueba irrefutable de cuán bajo puede caer el ser humano.