ESPECTACULOS
El ángel de la muerte

Luis Ortega y Lorenzo Ferro: cómplices del film que sedujo la taquilla con sangre

El director y el protagonista El Ángel recorren el proceso de filmación de la película que va primera en el ranking.

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Hermandad. El director y el actor debutante construyeron el personaje a partir de un meticuloso proceso de ensayos, documentación y de reinterpretación. | Grassi

Nos salimos con la nuestra" dicen Luis Ortega, director, y Lorenzo "Toto" Ferro, actor. Y se miran cómplices, hermanados. Hablan de El Ángel, la película, su película, que se ha convertido, en términos de taquilla, en la posible ganadora del gran agosto argentino (salud), donde cuatro grandes películas compiten ¿involuntariamente? estrenándose de a una por semana, al ubicarse primera en el ranking desde su estreno y con la esperanza de llegar como la primera argentina al millón de espectadores. El Ángel, con su uso de la figura y la historia de Robledo Puch, el asesino serial baby face, se da en 400 salas (récord para una película nacional), y hasta el jueves 16 llevaba 452.785.

Aun así, Luis Ortega, que la filmó recién salido de Historia de un clan el clan Puccio–, sostiene: “Creo que lo único que hace mainstream a El Ángel es el lanzamiento y la productora que tengo atrás, KyS. Yo me di cuenta de que aprendí mucho en Underground y en KyS. Me ayudaron mucho a crecer en el lenguaje del cine. Es importante que un productor te haga una devolución de un libro. Comunicar algo con claridad no te vuelve mainstream. A lo sumo te vuelve comprensible. Pero no le quita valor al misterio. Ese es uno de los motivos por los que Toto Ferro encabeza el film. Es alguien a descubrir. Es mucho más que un actor interpretando. Es alguien siendo. A mí me pone muy alta la vara en cuanto a actuación y en cuanto a la próxima película”. Y Ferro, de 19 años, hijo de Rafael Ferro, con mucha menos gravedad pero igual intensidad, agrega: “A los dos. Nos pone la vara alta a los dos”.

—¿Cuánto te sirvió “Historia de un clan” para llegar a este relato basado en hechos reales pero que se despega, a conciencia, del material de base?

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Ortega: Historia de un clan fue donde empezamos a manejar un lenguaje más cercano a esta película, que reunía las condiciones para que yo pudiera homenajear mi adolescencia. Pasó el suficiente tiempo para que pudiera hablar de mi adolescencia, de esta idea de que la muerte no existe, que estuvo conmigo mucho tiempo y sigue estando. Lo que pasa es que ya toqué muchos cadáveres, se me murieron muchos amigos. Me rompieron el corazón. Pasaron un montón de cosas que hacen que no pueda ver el mundo con esa pureza. Pero sí quería rescatarlo. Para mí, hacer cine es que sobreviva mi mundo infantil, hacerlo valer de nuevo. Es como la libertad cuando sos chico y se van tus padres, hacer lo querés. Para mí es seguir con eso, salirme con la mía.

"Nunca me sentí parte de la industria, de los colegas". (Ortega)

—¿Cómo se ve eso en una película tan grande?

O: Nunca me sentí parte de una industria, de los colegas. Para nosotros, para la película, la idea del lenguaje cinematográfico es algo radical. En mi caso he fallado bastante en esa búsqueda, en muchos casos, y creo que acá dimos el salto al vacío más grande y acertamos. La película tiene una vitalidad que tiene que ver con todo este trabajo que hicimos previo. No es una película con un lenguaje realista, tiene una propuesta que trabajamos mucho.

Ferro: Fue un trabajo tremendo, muchos ensayos, pensar hasta el último detalle. Hasta la forma de fumar de estos personajes.

—¿Dónde apareció entonces Carlitos, como ustedes le dicen a su versión de Robledo Puch?

O: Fue un trabajo de hormiga. Y hubo muchos momentos románticos. No podemos decirlos todos.

F: Hubo momentos, cuando faltaba una semana para filmar, en que ya dijimos que por ahí venía la cosa. Pero fue mucho trabajo, la previa fue donde más sufrimos. Las cosas no salían como queríamos y yo me volvía pensando si era para mí todo este quilombo, toda esta presión. Pero hubo un momento clave en el que me reuní con y Alejandro Catalán en su casa, después de una clase de piano, y me dijeron: “Si querés podés decir que no, no estás obligado a cumplir mis sueños”.

O: Es muy difícil explicar la rigurosidad por la que pasó Toto para hacer este personaje. En la pantalla lo ven resuelto. Pero hubo días de amor y dolor en igual medida, donde para los dos era una sensación muy abismal: ¿lo lograremos? Y se nos fue la vida ahí. Llegó un momento en que nos entendíamos como si fuéramos siameses.

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—¿Qué es lo que sienten que encontraron en este personaje, considerando que has dicho en una nota que era un “agujero donde pusimos cosas personales”? ¿Cómo llenaron ese agujero?

F: Con amor.

O: Sobre todo.

F: Amor y hermandad.

O: Es una historia de amor, de amor amistoso, ese compañerismo de cuando sos adolescente y también le querés demostrar algo. Es un romance fantástico el de la amistad a esa edad. Muy utópico todavía. Lo veo en Toto y sus amigos. Hay gente que por ahí quiere ir a buscar la realidad y la realidad es una pálida. La realidad no merece una película, no tal cual es. La merece si estás en los zapatos de Carlitos.

—Para Carlitos la policía no existe, no es una presión cuando está robando, a diferencia de otros personajes. ¿Qué querían mostrar con eso?

F: Tiene otra percepción del mundo. Es como si fuera un marciano. Todos los ladrones entran a robar para llevarse todo y después venderlo, y él como que no sabe que eso es ser ladrón. Para él es lo que hace: entrar a robar, parar la pelota, probarse unos aros, mirarse al espejo y después regalar eso.

O: La policía también existe en tu cabeza. Y después se materializa en la paranoia que viene con la adultez, en el perseguidor. Tuvimos que despegarnos de la idea de gozar con hacer daño al prójimo. En el expediente aparece que su compañero violó a dos mujeres y él las mató después. No mostramos algo que a mí particularmente no me interesa ni ver ni mostrar en el cine, como una violación o asesinatos de ese tipo.

—¿Cómo viven el estreno junto a otras cuatro grandes películas?

F: Para mí es una pena.

O: Aparentemente es un mes muy deseado. Creo que al final se armó un embudo y no sé si la gente elige ver todas las películas. Es un momento a considerar del país, y quizás la gente no está para ver cuatro películas en un mes.

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Soñar con Carlitos

—¿Cómo encararon todo lo que fue el rodaje de los crímenes?

O: Dialogamos mucho con películas. Yo le di todas mis películas favoritas a Ferro. Dillinger, Midnight Cowboy, Drugstore Cowboy, Gummo, Crónica de un niño solo, Delicias turcas, Taxi Driver. Millones. Le tiré mi educación fílmica. Mucho hablamos de Milagro en Milán. Lo emparentamos más con eso que, no sé, con Henry el asesino, que te muestra los cadáveres después de cada crimen.

F: Carlitos es un actor también. Está actuando para Dios. Bah, eso es lo que me decía Luis. “Sos medio James Dean”.

O: Pensamos que Ramón (personaje del Chino Darín) y Carlitos se alimentaban también de cine. Entonces, esta idea de que la vida es una película cuando ves mucho cine también pasa.

—¿Qué sentías que estabas haciendo al interpretar a este Puch?

F: No te lo puedo explicar. Estaba siendo Carlitos. Una vez que entré en el baile ese, no dejaba de bailar ni cuando soñaba. Me iba a dormir y seguía pensando todas esas cosas.

O: Antes de rodar, aceptamos que él me podía responder con cierta irreverencia en el set, por el crédito que le estábamos dando para hacer este personaje. No pedíamos que después del corte fuera una persona normal. De hecho no lo es, en el mejor de los sentidos.

—¿Qué pasa con quienes buscaban un film más truculento?

O: Hay dos tipos de cine. El más cassavetiano, donde la historia es el personaje, ¿no? Y hay otro donde la historia lleva al personaje y uno sigue la historia. Acá está la historia, casi todos la conocemos. Pero es más de personaje, una cosa magnética. Si el diablo existe, es un muchachito encantador. Es esto. Tampoco el mal opera de una forma tan evidente.