Por trayectoria, una vez que se retiró, Paloma Herrera podría haber bajado la intensidad que la caracterizó como figura mundial de la danza, pero eso no pasó. Como directora del ballet estable del Teatro Colón está presente en todos los ensayos y en cada función desde 2017. Hoy seguirá la reposición de El Corsario con la misma atención que recibirá el programa de la Noche clásica y contemporánea (del 5 al 9 de junio) o el variado repertorio del Ciclo Danzas de compañía (del 14 al 16 de junio en el Teatro de la Rivera), que cuenta con, además del ballet inspirado en el poema de Lord Byron, con Clear, Don Quijote, La bella durmiente y A Buenos Aires.
—¿Qué balance hacés del ballet estable desde que está bajo tu dirección?
—Definitivamente, tomé la compañía de una forma y hoy se ha logrado un montón. No es porque sea yo, porque no tomo nada personal, sino que soy parte de un equipo muy valioso que trabaja súper en conjunto. La cantidad de funciones, viajes y títulos que se han logrado… Es increíble la diferencia de compañía y eso el público creo que lo ve, porque también es impresionante cómo cambió la venta de entradas. Antes costaba muchísimo vender una entrada y ahora todos los títulos que se hicieron estuvieron “sold-out”. El público nota la diferencia y se forma un círculo, un ida y vuelta, porque también así el bailarín está más en training, porque están bailando muchísimo más. Para un bailarín no hay nada mejor que bailar. Eso te da un nivel que no se puede conseguir de otra forma que trabajando en un escenario. Se tiene que conseguir una “segunda piel” y si se para mucho, es como volver a empezar. Ese training que han logrado, teniendo un repertorio tan variado, con los coreógrafos que han venido especialmente, sumado a los repositores, dan un todo muy rico.
—¿Dónde se ve más tu mano?
—Estoy todo el tiempo en los ensayos. Siempre. Creo que esa es la gran diferencia. Para un bailarín es muy importante todo el coaching, por eso también traje maestros, coreógrafos o repositores de afuera. Es importantísimo estar siempre. Mis maestros (Irina Kolpakova y Kevin McKenzie) estaban todo el tiempo ahí, y eso es fundamental. No es solo enseñar pasos, sino marcar adónde llegar. Eso es justamente el arte. Para mí es fundamental eso, pero por supuesto, toda la parte de programación, el qué se elige y cómo, qué versión, quiénes vienen a reponer, son cosas en las que estoy totalmente involucrada. También la forma de trabajo. Todo el cronograma tiene que estar muy pensado y ajustado en todos los salones, para que se pueda ensayar bien. Ahora estamos haciendo Corsario y un programa mixto. Eso es un gran desafío. Antes era impensado.
—¿Cómo elegís el programa?
—Sigo la línea de las compañías más importantes del mundo. Es un teatro de ópera clásico, tradicional. Por eso siempre van a estar en el repertorio El lago de los cisnes, Corsario, El Quijote, pero por supuesto todos tienen coreógrafos nuevos o creaciones y es importantísimo tener eso en el teatro. Entonces, no es tan raro. Tomo el modelo y quiero estar a la altura de las mejores compañías del mundo. Todos tienen un repertorio clásico, pero al tener nuevas funciones uno puede poner nuevas coreografías. Es importantísimo y se logró por el training que tienen los bailarines y porque todo está fríamente calculado, para llegar a la función y todo esté perfecto. Ahí se ve mi mano. Estoy totalmente atrás de toda la parte artística, las 24 horas disponible.
—¿Tu intensidad es aceptada?
—Tal vez costó un poco al principio, porque venían de otro ritmo, pero es muy gratificante cómo se ha visto la diferencia por esa disciplina, en el sentido de que está todo organizado. Los maestros vienen, los ensayos salen, las funciones están programadas. Está todo pensado, no es que “pintó hacer equis cosa y como no tenemos nada mejor para hacer, ponemos este ballet”. Los bailarines tienen que tener un abanico de estilos para que les sirva de inspiración y que no hagan siempre lo mismo. Toda esa dedicación creo que se ve. Es lindo ver que está funcionando, que la cosa fluyó. El público y los bailarines están contentos. Mi forma de ser es la misma desde que era chiquita. Me mandan mails a las tres de la mañana y los estoy contestando en el momento. Desde estudiante fui siempre muy intensa y no falté nunca a las clases, como bailarina y maestra fui igual y ahora como directora también. Me encantan las clases, el coaching y para eso también hay que estar completamente compenetrada. Para la dirección es lo mismo. Estoy totalmente a full, esa siempre fue mi idea de cómo vivir la vida. Una le pone todo.
—¿Te lo terminás reprochando en algún momento?
—Disfruto siempre lo que hago. Muchísimo, por eso lo hago con pasión y la disciplina es con total amor. Soy opuesta a la idea de que el ballet es sangre, sudor y lágrimas. Nunca creí en eso. No me sirve obligar al bailarín a ensayar, tiene que salir de él. Por eso, lo que tengo que darle es inspiración para que quiera hacerlo. Esa es la huella que quiero dejar: la danza tiene que ser puro placer. Tuve una carrera que fue puro placer, para la que trabajé un montón, pero siempre con pasión, amor e inspiración. El amor fue mi llave maestra.
—¿Por qué elegiste en medio de tantas posibilidades, trabajar aquí?
—Yo adoro mi país. Viví 25 años afuera y fui la persona más feliz del mundo. Me dieron todo en bandeja en una ciudad súper power como Nueva York, mucho más de lo que podía soñar en la compañía que siempre había querido estar. Yo veía videos de Baryshnikov desde chiquita… Estoy agradecida a la vida de todo lo que me dio esa ciudad, pero mi país es mi país. Siempre volví a mi gente y a mi escuela, el Teatro Colón. Mucha gente me decía que estaba loca por volver, pero yo estaba totalmente convencida, y hoy estoy feliz. Con las cosas buenas y malas que tiene el país, éste es el lugar en el que quiero estar. A Nueva York vuelvo un montón y me siento en casa, pero no extraño. Es muy lindo sentirse acogida en los dos lugares.
“Es lindo saber que no estoy sola”
—Hablabas de la huella que querés dejar. ¿Estás viendo el final de tu camino como directora?
—Nunca viví así mi vida. Uno está hoy, mañana no sé. No hago planes más allá de mañana, así fue siempre mi estilo de vida. Tal vez por eso nunca me pesó la carrera, y cuando me quise retirar fue porque cumplía 40 y me quería ir feliz y disfrutando, pero jamás lo planifiqué.
—¿Cómo ves culturalmente al país?
—Con una calidad increíble. Hay un montón de propuestas desde las más under a las más clásicas. Hay de todo.
—El Colón es un lugar precioso en un contexto difícil. ¿Cómo se vive ese contraste cuando se pasa tanto tiempo en este “palacio”?
—Es un palacio, pero la escuela es totalmente gratis. Accede todo el mundo por igual y eso es maravilloso. Yo soy un ejemplo, porque hice toda la escuela acá. La audición para ingresar al instituto es libre y entra el que tiene talento, no el que puede pagar. Nada es más justo que eso. Después, siempre quise atraer al público de diferentes formas. Trato de abrir puertas. El teatro está haciendo mucho por eso. Hemos ido a giras y no lo hacemos con cualquier cosa, sino con toda la compañía y su vestuario. A todos se les da lo mismo y el agradecimiento del público es lo más. Una vez que lo ven, se dan cuenta que el Colón no es “intocable” ni las obras difíciles de entender.
—¿A quién le prestás el oído?
—Dentro de mi equipo hablamos el mismo idioma y somos muy apegados. Después, mis padres han estado siempre, son mi amor incondicional, con quienes puedo hablar de todo. Es lindo saber que no estoy sola. Tengo un equipo que me contiene y lo siento. Afuera, mi familia estuvo siempre.
—¿Con Julio Bocca hablás?
—La verdad que no. El vino el año pasado a montar Corsario y estuvimos todo el día juntos. Fue un placer, pero en el día a día no. Tal vez sí cuando él estaba en el Sodre, hablábamos de la programación, pero ya no está ahí. Cuando estuvo acá fue muy lindo y tengo muy buena relación, pero la verdad es que no tengo un trato cotidiano con él.