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El último tango for export

Buenos Aires se convirtió en un destino para los amantes del espectáculo tanguero. De todas partes del mundo llegan turistas al IX Festival Internacional que comienza el viernes 23 y termina el 4 de marzo. Orquestas en vivo, desde el legendario Sexteto Mayor hasta Yotivenco, el grupo de Rodrigo de la Serna, son parte de las opciones que incluyen cena-show, milonga, clases de baile y café concert.

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SENSUAL. Las parejas, con ms o menos arte, se lanzan a la pista. |

De gauchos, bailarines y orquestas aggiornadas. La fórmula es simple: brindar una cena en un gran salón a cuyo término comienza un espectáculo de tango que incluye coreografías y cantantes con orquesta. En muchos casos, la propuesta forma parte del paquete de ofertas para los turistas que no quieren irse de Buenos Aires sin llevarse alguna imagen sobre su principal producto for export. Por lo tanto, para este visitante, generalmente en familia, que busca, además de una rica comida, ver y escuchar tranquilo desde su mesa mientras bebe y charla, se prepara un show cuyo objetivo es representar sintéticamente a la ciudad y su arte.

“Queremos que nuestros clientes se vayan con una idea de lo que es la Argentina”, dicen los responsables de Señor Tango, en el barrio de Barracas (Vieytes 1655), dirigido por el cantante Fernando Soler y declarado de interés turístico por la Secretaría de Turismo de la Nación. De lunes a lunes, en un ámbito decorado como un lujoso cabaret de los años 30, a las 20.30 comienza la cena, con espacio para 1.200 comensales. Hay dos opciones de menú, con varios platos a elección incluidas las bebidas: por persona, 240 pesos, en mesa compartida, y 450 pesos, en palco privado. También existe la posibilidad de disfrutar solamente del show y tragos, a partir de las 22, por 150 y 300 pesos, según la ubicación. Para los turistas alojados en hoteles, está incluido el transporte ida y vuelta.

En cuanto al espectáculo, con 40 artistas en escena vestidos por Jorge Ibáñez, se prolonga aproximadamente por dos horas, sin interrupciones y con nivel desigual aunque sin decaer el interés debido al intenso colorido y la variedad de propuestas: abre con gauchos y aborígenes a caballo; siguen varios números de bailarines de tango, siempre con orquesta en vivo (desde la tradicional dirección del maestro Ernesto Franco hasta la aggiornada Juventango); el cantante Fernando Soler y las mellizas Marcela y Fernanda Pereyra; sin faltar un toque de música andina y otro de coreografía de music-hall, con las chicas en portaligas negros; por último, el final conjunto con No llores por mí, Argentina, el aclamado tema de la ópera Evita. Por supuesto, el que quiera puede sacarse fotos con los artistas y llevarse un disco compacto con las interpretaciones de Soler. “ Es muy bueno”, dice Alberto, un brasileño acompañado por su mujer, que asiente con el CD en la mano y exclama: “ Me encanta Fernando”. Un combo al que no le falta nada para el turista que busca brillo, atención esmerada y cierta ampulosidad estilo Las Vegas.

El arte de enamorar con talento. Para los que quieran escuchar tangos artesanalmente, con los intérpretes abrazados al bandoneón, el violín y el piano, es continua y renovada la agenda de excelentes espectáculos. Por ejemplo, hace poco la Orquesta típica de Rodolfo Mederos tocó en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575) mientras que el Sexteto Mayor pasó por la Confitería Ideal (Suipacha 380).

De regreso de París y antes de viajar a China, el grupo fundado en 1973 por Luis Stazo y José Libertella, está integrado actualmente por Mario Abramovich (violín), Eduardo Walckzak (violín), Oscar Palermo (piano), Enrique Guerra (contrabajo), Matías González (bandoneón) y Horacio Romo (bandoneón y dirección). Surgida en 1912, visitada por Vittorio Gassman y Robert Duvall, entre tantas figuras, fueron multitud los turistas que asistieron a la tradicional confitería porteña para escuchar al prestigioso conjunto.

“Conocemos a todos los compositores y músicos. Tenemos muchos discos y mi mujer toca el acordeón”, dice Teodoro, un holandés de 55 años que no suelta ni por un momento la cámara para registrar cada momento de la orquesta. Más jóvenes, una pareja de suizos, en cambio, confiesa no saber nada de tango y que sólo se animaron a la visita por recomendación. “Lo que pasa es que ver este espectáculo en Europa sale muy caro y acá para nosotros es barato”, apunta sobre los 60 pesos por persona que pagaron por el acceso al show. La única crítica que se merecería este gran espectáculo es la excesiva cantidad de gente apiñada en las mesas.

A su vez, de martes a domingo, los milongueros pueden bailar al ritmo de la orquesta (van cambiando según la fecha), como antes en los clubes de barrio. Una opción para los que gustan del corte y la quebrada, como los que sólo quieren escuchar y mirar sentados.

Zapatitos de tacón para hacer firuletes. Todos los días, Buenos Aires abre multitud de puertas para vibrar cuerpo a cuerpo ese sentimiento triste que es el tango, parafraseando al compositor Enrique Santos Discépolo. La milonga es la reina de las opciones preferidas por los turistas que arriban atraídos fundamentalmente por la danza. Muchas veces la práctica se efectúa después de las clases con profesor y con todas las ganas de llevar a los hechos lo aprendido. En algunos casos, la música es ejecutada en vivo (ver aparte) pero en general, se trata de grabaciones, a las que se suma como condimento del show, la exhibición de elegancia y sensualidad de las parejas de bailarines profesionales.

En el barrio de Balvanera, la milonga Bien pulenta (Juan Domingo Perón 2543) ofrece la posibilidad de cenar o tomar algo, mientras se bailan tangos tradicionales, todos los sábados desde la medianoche hasta las 5 de la mañana. Los organizadores son la rubia Helen, una islandesa conocida por todos como “ la Vikinga” y que eligió a la Argentina como patria, y Miguel Angel Romero. La entrada al salón, amplio, señorial, con un escenario al fondo, cuesta 12 pesos y las consumiciones tienen un valor aceptable. El plus a destacar es que el lugar es gay friendly.

Destacable es el número que realizan los bailarines Mariana Flores y Eduardo Capussi, de coreografía y parodia cómica. También pueden aprovecharse los seminarios y clases de tango que se dan el mismo sábado antes de que se largue la milonga.

El público se divide 50 y 50 entre extranjeros y argentinos. Renato es un italiano de 60 años que desde hace años pasa los veranos porteños bailando tango y jugando al golf. Invita a Marion, alemana de 34, a la pista. Minutos antes, ella se había puesto los zapatos de taco aptos para el firulete. En otra mesa, todavía espera María, sueca y pelirroja de 59. “ Vine a Buenos Aires sola. Estoy divorciada y me gusta mucho el tango. Es como hacer el amor espiritualmente”, explica en su breve castellano. Tiene una bolsa de papel que reza “ Vida mía”, el nombre de su boutique en Gotemburgo, donde vive. “ Vendo ropa de tango”, cuenta mostrando sus medias red, el vestido strapless negro de chifón y los guantes largos: toda una producción a la espera de un dandy a su medida.

El café Homero toma y obliga. Tanto el Café Velma (Gorriti 5520) como el Homero (Cabrera 4946), ambos en el barrio de Palermo, permiten la posibilidad de sentarse, comer y tomar algo mientras se disfruta de un show ahí nomás, bien cerquita de las mesas. En el tradicional café Homero todos las noches hay algo que invita a quedarse. Por ejemplo, la voz de Jorge Bloise, acompañado por Alfredo Molina (bandoneón), Paco Berón (guitarra) y Eduardo Balidari (guitarra), y la coreografía muy estilizada de una pareja experimentada (Paula Cepeda y Daniel Reynoso, entre otros), por 30 pesos que incluyen una consumición. Alrededor de las 21.30 comienza a calentarse este lugar pequeño y colorido adonde los turistas se acercan confiados, tentados al pasar “por ahí”. Por ejemplo, como Adam y Jackie, un matrimonio de treintañeros de Inglaterra, que no hablan una palabra de castellano ni tienen idea del tango; o como un grupo de amigos franceses, instalados en un hostel cercano; o las dos brasileñas de cuarenta y pico, que aprovechan para comer empanadas y vino, y de paso, conocer otro ritmo; o las holandesas que degustan una tabla de quesos y fiambres y se ríen porque una patada voladora de la bailarina estuvo a punto de tirarles todos los vasos de cerveza.