Don Manuel García Ferré (Almería, España, 8 de octubre de 1929) finalmente se convirtió el jueves en lo que estaba destinado a ser: la leyenda detrás de los personajes infantiles fundacionales y eternos de la Argentina. Se reía, siempre amable, usualmente de boina, con anteojos intensos (gracioso o paradójico para el hombre responsable, justamente, de Anteojito, pieza vital de nuestra cultura popular), de la conexión con Walt Disney: una teoría, pirata, sostiene que Disney nació en la península ibérica como García Ferré. Y el legado animado (seis largos, desde Mil inventos y un intento, con su Anteojito hasta la reciente Soledad y Larguirucho) se presta al nexo. Pero más allá de esa fama propia del mundo del espectáculo, Ferré arrancó en la prensa escrita como historietista, y de los salvajemente buenos. De hecho, hablaba de Las aventuras de Pi-Pío, su primera historieta publicada (mientras trabajaba también en animación) en una entrevista inédita con el diario PERFIL de la siguiente forma: “De todo lo que he hecho, Pi-Pío es lo que tiene un valor de autenticidad más noble: volcaba ahí todos los recuerdos, todas las sensaciones” (tanto es así que quizás no sea casualidad que se venga una edición de esta historieta muy pronto).
Ferré supo del éxito, pero también de caerse de boca: su Anteojito se vendía de a miles de ejemplares, El libro gordo de Petete se tradujo a varios idiomas, su Hijitus es hasta el día de hoy uno de los grandes logros de la animación nacional (él mismo decía: “La animación en la Argentina no es industria, porque nuestra ficción necesita igualdad de condiciones, pero ésa es la lucha por la vida, y la lucha tiene su encanto. Si no se lucha, no se vive. El marketing de los productos con los que tengo y tuve que competir es mucha inversión, pero no hay individualidad. Y el arte es individuo, no es una máquina. Los que tenemos la suerte de tener esa individualidad tenemos que resistir eso. El talento perdura más allá de todo eso”).
Ferré se diferenciaba de Hollywood, al que supo ganarle cuando estrenó Manuelita (1999), film que hizo más de dos millones de espectadores, de la siguiente forma: “Es una quijotada hacer una película animada en Argentina. Es mucho. Todas las hice con mucho esfuerzo, con mucho entusiasmo, con mucho cariño. He competido localmente con muchos tanques. Pero mis películas son más humanas que las de ellos. Es donde me siento fuerte, porque es lo que vivo. Yo no tengo presión. La tecnología fabulosa a veces esconde muchas falencias”.
Sin embargo, más allá de ese remar contra la corriente, no era resentido: amaba a Miyazaki, los dibujos de Harold Foster, o el sentido del negocio de Roy Disney, hermano de Walt: “Si hay algo que no tengo, y no lo digo por soberbia, es miedo. No le tengo miedo a la muerte, incluso, porque la acepto como un hecho real. Como decía San Agustín, ‘la realidad es la única verdad’. El miedo implica cierta cobardía; lo que hice lo hice de corazón, con la mucha o poca inteligencia que Dios me ha dado. Y por eso no me molesta la situación que tenía enfrente. Estoy seguro de que la humanidad siempre da un paso adelante, nunca un paso atrás. Incluso cuando se pierde a veces en el camino”.
Sobre el fin de Hijitus, Ferré se frenaba y, calmado, reflexionando sobre ese nicho no sólo de calidez pero también de nombres en extremos vitales de la historieta nacional, sostenía: “Cuando cerró, cuando tuve que cerrar, fue como si se me hubiera muerto un hijo. Quedé inválido dos o tres años, muy mal. Y tuve que resurgir, porque mientras Dios me dé claridad mental y energía, seguiré adelante”.
Sabía del afecto, y sostenía que el motivo de que sus personajes sean prácticamente eternos tenía que ver con que “mis personajes tienen sensibilidad, captan el mundo que nos rodea, captan la verdad, captan todo lo que hay: caracteres, humanidad, lucha por la vida, supervivencia. Todo eso es el caldo de cultivo de mis películas. Es la humanidad”. E insistía en que nunca hubiera podido elegir entre alguno de ellos, ya que “es como preguntarme a qué hijo quiero más”.
Sobre su legado, sobre cuál creía que sería, decía don Manuel: “Espero que sirva para ayudar a mostrar que con corazón se pueden muchas cosas, muchas. Que no importan los porrazos. Importa el cariño, creer, contar. Y eso es lo que he elegido creer en esta vida. En mí hay un Quijote en forma de Hijitus, y a veces me revelo contra los molinos de viento”.
Ser niños para siempre
García Ferré es la persona que nos enseñó a ser siempre niños, sin importar la edad. Ese va a ser su legado cultural. Es el creador de las películas infantiles no sólo de una generación, sino de todos los argentinos de todas las épocas. Cada producto que hizo, cada cuento, eran películas que transmitían su espíritu, su impronta, y también la nuestra: en sus películas está nuestra forma de hablar, de ser argentinos, están nuestras familias. El creía fielmente en los sueños y las ilusiones. Mientras hacíamos Soledad y Larguirucho, hablaba de próximos proyectos de películas pendientes. Su creencia en lo que hacía era profunda, era su forma de vivir la vida. Vivía la vida como un niño. Cuando filmé con él, yo no era una niña como él. Me costó ponerme a jugar. El confiaba en el niño. Y además creía en sus relatos, en sus legados, que fueron producto de su perseverancia, fueron los lugares donde confirmar sus creencias en la infancia. A veces, incluso, llegando a la locura de enfrentar productos más grandes, pero siempre convencido de que lo que importaba en un relato era el corazón.
*Soledad Pastorutti
El sueño de ver a Hijitus
Ese día de 1967 yo tenía 7 u 8 años. Hijitus se venía anunciando en el Anteojito hacía meses (como Metegol, mi película a estrenarse). Decían “A las 11, 13, 17 y 19 horas”. Nunca habíamos visto un dibujo animado argentino. El comentario en las escuelas era Hijitus, Hijitus, Hijitus. A las 13.02 yo ya había vuelto del colegio y estaba plantado frente a la tele. No empezaba. Y no empezaba. Y no empezaba. Yo me pongo a llorar desconsoladamente, porque me había perdido Hijitus. Mi vieja me decía que qué raro, que no importaba porque a las 17 lo daban de nuevo. A las 16.30 estaba ahí plantado, y a las 17 en punto empieza Hijitus. Y a las 17.01 termina Hijitus. Ahí nos dimos cuenta de que Hijitus era un minuto por día, cinco veces por día, todos los días. Y los domingos, en El club de Hijitus, daban los cinco minutos.
Aventuras, frases que quedaron para siempre, y decenas de personajes. El shock cuando se descubrió que El Gran Hampa ¡¡¡era Serrucho!!!! El Boxitracio, Kechum. Gold Silver, el Dragoncito Cantor, ¿alguien se acuerda el nombre del Cabo que laburaba con el Comisario? ¿O era Sargento? Y me mando a las historietas también: Vil El Servil, Pata Ata, Ratonius Ratus, La Familia Panconara… Mi hijo dice “palomitas”, “canicas”, y yo me vuelvo loco. Para mis viejos era más fácil. A ellos los ayudaba García Ferré y sus creaciones. Ferré tuvo muchos críticos, y últimamente, críticos severos. Hoy nadie se acuerda.
*Juan José Campanella