Todo acto teatral está ceñido por una incógnita común: de qué manera se representa algo. ¿Qué es “eso” que se pone en escena? Allí radica su condición política: preguntarse de qué manera se representa algo es preguntarse por cómo y qué se representa en una cultura determinada. Hoy, la pregunta por los modos de representación está a la orden del día en todos los ámbitos: desde si un actor/actriz con tal rasgo debe representar tal o cual papel en una serie, hasta si en los billetes deben ser representados próceres o animalitos.
Me pregunto: ¿qué representa hoy el teatro independiente de Buenos Aires? ¿A quién representa? Parece ser una pregunta con trampa.
Desde su origen como concepto en los primeros textos de Leónidas Barletta, el teatro independiente se ha definido como una forma de producción -simbólica y económica- alternativa a las formas oficiales o hegemónicas. La definición de independiente tiene hoy algunos otros matices; los de una escena sin centro, donde todo y nada convive al mismo tiempo, en la que la imagen de lo oficial -en términos económicos y artísticos- es más bien difusa; donde algunos proyectos independientes persiguen desde su concepción otros intereses más bien comerciales u oportunistas en detrimento de la propia obra; donde los teatros municipales son ocupados por personajes de la farándula.
El mercado es quien hoy pide representar a otros sectores, traer otras miradas, pero como mera estrategia de venta. Representar para visibilizar, pero sobre todo para calmar las conciencias: ir al teatro a escuchar lo que ya sabemos. Resulta tautológico: no se busca representar la cosa, sino representar la voluntad de representar algo. La escena independiente de Buenos Aires parece haber tomado en los últimos tiempos esa difícil tarea de tener que representar para vender.
Lo importante entonces ya no es la forma en que algo se representa, sino que aquello que se represente -un tema de agenda, una minoría, un hecho biográfico- se corresponda con algo que alguien quiera comprar o atesorar. Incluso aunque ese objeto sea el mismísimo teatro independiente. Y es que después de la pandemia se ha producido un extrañísimo fenómeno -suerte de efecto nostalgia- donde obras, ideas y procedimientos de hace veinte años han vuelto con mote de novedad. Tal es ese afán del mercado por representar, que podríamos afirmar que el teatro independiente de Buenos Aires -ese semillero de oro, variopinto y único en el mundo- se está representando a sí mismo.
La pregunta sería, ¿qué reflexión artística hay al respecto de ese objeto que se representa? ¿De qué manera se opera sobre aquello? ¿Ejemplificándolo, tensionándolo, poniéndolo en conflicto? ¿En qué medida la obra está generando pensamiento al respecto?
La representación es también fundar una óptica otra desde donde vernos, es inventar formas de pensarnos. La representación propia -sea cual sea su cariz- es un empoderamiento político, pero sobre todo artístico. Esa irreverencia de poder representarnos a nosotrxs mismxs como queramos: el teatro como una asamblea infinita, llena de gritos y barullo, llena de ideas y contradicciones, llena de puntos de vista. Es desde allí de donde surge este monstruo de tres cabezas que titulamos sonoramente Toma Tres. La obra es una indagación poética de un territorio sinuoso y esquivo para la ficción: la toma de un colegio secundario. La pregunta por los modos de representación -como problemática, en toda su dimensión- es inevitable y necesaria: ¿qué tipo de representación -teatral, política, cultural, mediática- es la que se corresponde con una toma? Es bajo esas premisas que hemos trabajado todos estos meses, buscando, intentado trazar un camino hacia una forma más abierta, hacia una forma propia: que posibilite preguntas, reflexiones; que postule una hipótesis de relectura, en tanto a la realidad, pero también a las propias convenciones del teatro.
*Dramaturgo y actor.
