Oscar Martínez se encuentra con PERFIL en la productora K&S. Pese a la ansiedad y tensión lógicas que le genera que esté prohibido fumar en todo el edificio, habla con serenidad. Por una vez, cuando un actor dice que no se encuentra nervioso ante el estreno de la película donde trabaja resulta creíble. Es evidente que tiene mucha fe en Relatos salvajes, el film de Damián Szifrón que se estrena el próximo jueves, no sólo porque lo dice, sino porque lo explica a partir de la recepción que tuvo en el Festival de Cannes, donde participó. “Ya ir ahí era un privilegio”, dice. “Pero en nuestro caso la recepción fue apoteótica. Nosotros llegamos y éramos Los Beatles, aunque también es cierto que estaba Pedro Almodóvar con nosotros. La gente aplaudía durante la película, y al final fue una ovación de casi quince minutos por parte de 1.700 personas de pie”.
—¿Es verdad que en la gala vestías la pajarita de tu suegro, Tato Bores?
—Sí. Lo que pasó es que yo tengo un moño de smoking que es muy grande y se arma a mano, un poco trabajoso, y es de esos que quedan más lindos cuando están colgando que cuando están hechos. Mi mujer me dijo “llevate el de papá”, que guardábamos en casa junto con otras cosas de Tato. Me lo probé y la verdad que quedaba mucho mejor que el otro, y además tenía la practicidad de
que venía con un elástico, me lo ponía y ya estaba. Necesitaba esa practicidad porque me tenía que vestir solo en el hotel. Y además, por supuesto, lo elegí por la carga emocional de que me lo diera mi mujer.
En la película de Szifrón, Martínez compone a un millonario al que un día su hijo lo despierta llorando apenas sale el sol. “Atropellé a alguien con el coche”, escucha, y a partir de ahí se desespera por evitar que ese hijo vaya a la cárcel, por más que para ello deba apelar a diversos ilícitos.
—Mi personaje no es un inescrupuloso, un villano, un tipo acostumbrado a comprar gente. Es un hombre acaudalado que empezó desde abajo e hizo su fortuna con buenas armas. Si lo estigmatizara como un canalla, la historia se empequeñecería. Muchos de los que vieron la película me dijeron que se sentían identificados con mi personaje. Es un tipo que se juega la vida de su hijo. Si ese chico va a la cárcel, no dura un mes, ni dos días. El lo sabe.
—Lo que no quita que en esa situación, de todas las posibilidades, la que él elige es comprar impunidad.
—El elige salvar a su hijo. Para eso, sí, tiene que comprar impunidad. Con la salvedad, no menor, de que el hijo no cometió un crimen de lesa impunidad, ni de uno que corría una picada, ni de un violador. Por lo menos así lo piensa él.
—Esa sería la lógica del personaje. Desde el punto de vista social, o si preferís legal, el personaje elige impedir que se haga justicia.
—Sí, claro, eso sería así si la Justicia fuera igual para todo el mundo. Pero la ley no es igual para todo el mundo. Hay una Justicia para ricos y otra para pobres. Para empezar, una persona rica puede contratar un abogado que el de pocos recursos no. Amén de los vínculos y conexiones que tiene alguien así.
—¿Qué queda entonces para quienes no tenemos ese poder o ese dinero?
—Los que pueden hacer eso son una minoría. Al resto nos caben las generales de la ley. Que encima no parece ser muy absoluta, por lo menos en Argentina. No digo que por la interpretación de la ley la
Justicia sea falible, que lo es. Estoy hablando de que todos sabemos que muchas veces no se imparte justicia por muchos motivos: burocráticos, ineficiencia, ignorancia, impericia y en algunos casos directamente mala leche.
—Quizás lo que ocurre con tu personaje es que uno se identifica, pero no lo exculpa.
—Yo tampoco lo exculpo, pero lo entiendo con el alma. Yo creo que hay que enfrentarse a una situación como la de este tipo. Yo no podría hacer lo que hace él porque no cuento con esos recursos, con ese dinero y esos contactos, pero si los tuviera... (piensa) Y, a lo mejor si una hija mía estuviese en esa situación yo haría exactamente lo mismo.
—El episodio además muestra la corrupción de la Justicia...
—Mirá, no voy a decir dónde filmamos, por lo que te voy a contar. Nosotros rodábamos en un barrio muy caro, en una casa que sale más de US$ 10 millones. Las de por ahí ninguna bajaba de los US$ 3 o US$ 4 millones. Había una callecita sin salida, y me contaron que un señor muy amable se asomaba. Muy simpático. Un vecino lindante. Y resulta que ese vecino era un ex juez. Todos sabemos lo que cobra un juez. Con el sueldo de un juez no te podés comprar una casa de 3, 4 o 5 millones de dólares. Salvo que los haya heredado. Es imposible que con su sueldo se haya comprado
esa casa.
—Más allá de tu episodio puntual, ¿cómo creés que el público va a ver la película?
—Relatos... tiene una potencia comunicacional enorme, va a tener un impacto seguro y va a andar de puta madre. Yo tengo muchos años de carrera, y no digo eso de cualquier proyecto que haga. Va a ser una película que va a producir un hito.
—¿ Y con la violencia que muestra la película?
—Ahí hay para todos los gustos. Yo no creo para nada que tenga que ver con una cuestión local. La película tiene que ver con la violencia del ser humano, y por eso en Cannes la compraron para el mundo entero: Estados Unidos, Latinoamérica, países asiáticos, europeos. Al público que no era argentino en Cannes le llegó, así que no es algo sólo de acá.
—¿Creés que el ser humano fue siempre tan violento?
—El hombre fue violento siempre. El siglo pasado fue atroz, ahora mismo hay violencia y guerra en más de un lugar. Está en el ADN, en la naturaleza del hombre.
—¿Vos sos violento?
—No, para nada. En absoluto. Lo que te reconozco es que le temo a mi violencia. Nunca me agarré
a trompadas en mi vida y no sé qué tendría que ocurrir para que me agarre a trompadas, pero a lo que le temo es cómo me puedo poner yo si me agarro a trompadas. Me puedo descontrolar a un punto terrible. Como todos.
La crítica como práctica. Hace unos meses, Oscar Martínez le confesó a Alfredo Leuco que cuando el elenco de Relatos salvajes fue a saludar a Cristina, ella lo había pasado por alto, quizás por ser crítico. Días después, en el programa de Mirtha Legrand –con quien almorzará mañana–, hizo explícitas sus críticas.
—Acá no importa lo que yo pienso, lo que importa es que se estigmatiza al que disiente. Lo que me sorprendió durante los días sucesivos fue la cantidad de gente que me paraba por la calle para agradecerme haber dicho lo que dije. Y lo que yo pensé es “qué mal que estamos si lo que yo dije es tan infrecuente que se diga como para que me agradezcan”.
—¿Creés que hay gente con miedo de hablar?
—Seguro. Hay gente que prefiere no exponerse y no jugarse. También lo que pasa es que se le dio notoriedad a muchos colegas que han adherido a este gobierno con fervor, y se piensa que todos somos iguales. Si yo quisiera llenar un estudio de televisión con actores críticos del kirchnerismo, lo podría hacer sin problema. Obviamente no se me pasaría por la cabeza hacerlo.
—¿Hay actores que se quedan sin trabajo si critican al Gobierno?
—No creo que eso pase ni de un lado ni de otro. Me han llamado de la Televisión Pública, y dije que no. Y en Pol-ka trabajan muchísimos actores que claramente se identifican con el kirchnerismo. Digo: Pol-ka, “la corpo”.
—Hablando de Pol-ka, ¿cómo es el programa que vas a hacer con ellos?
—Va a ser un policial. Tira diaria, ya no se hacen unitarios.
—Hace mucho que no hacés tira diaria...
—Decí que ya no hay unitarios, si no, obviamente hubiera preferido eso.
—¿Tu personaje cómo va a ser?
—Un villano terrible, tremendo. Un policía corrupto, muy corrupto. Un tipo muy poderoso y muy jodido. Empezamos a grabar el 6 de octubre. Supongo que para empezar a salir al aire en enero. A lo mejor lo guardan y lo largan en marzo.