Hace unos años leí en un diario matutino una nota acerca de la existencia del Movimiento Familiar Cristiano, que en la época de la dictadura militar (1976-1983) se encargaba de distribuir bebés entre las familias católicas cercanas o amigas de los militares, y comencé a pergeñar el texto teatral que culminaría en la obra La Fundación.
Luego de mi espectáculo Esa extraña forma de pasión, que mostraba aspectos de esa década y sus resonancias actuales, se fue acrecentando mi interés por las heridas abiertas, por las marcas originadas en esa época singularmente violenta y excesiva.
En el momento de embarcarme en la escritura de La Fundación, asumí que era un desafío dramatúrgico forzar el vínculo entre el precepto católico de “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y el secuestro, el robo y la aniquilación de seres humanos. También suponía un reto para mí indagar sobre un tema en el que la Justicia estaba poniendo especial interés: la ampliación del radio de complicidad, que hasta ese momento había estado concentrado en las Fuerzas Armadas, incluyendo ahora la participación civil y clerical.
Los cuatro personajes de la obra, que se desarrolla a mediados de los años 70, son civiles y pertenecen a una clase media alta, acomodada. Un matrimonio que desea adoptar una criatura y dos integrantes de la Fundación: un abogado y una señora que realiza las entrevistas. Entre ellos no hay diferencias ideológicas. Ningún atisbo de crítica sobre lo que está sucediendo en el país. El conflicto se revela desde el afecto. Desde lo más visceral y entrañable. Ella, la solicitante, tiene una amiga íntima que fue “detenida” y estaba embarazada.
Quiere averiguar, simplemente porque la quiere mucho. No hay otra razón. Y es ahí donde lo privado, lo íntimo, se transforma en un poderoso gesto político de resistencia y rebeldía.
Intenté comprender la lógica de afecciones de los cuatro personajes para poder argumentar así desde sus particularidades: sentimientos, códigos de amistad, fuertes creencias religiosas. Resulta inquietante a la hora de crear no sólo explorar lo aceptable, lo ya transitado, sino ponerse en la piel de lo que una desea evitar, como el ejercicio del mal, del horror, entre seres comunes, ordinarios. Con quienes, incluso, podemos identificarnos.
Al emprender este camino tengo muy presentes las palabras de Tato Pavlovsky cuando decía que era fundamental para todo dramaturgo, y escritor en general, conocer la lógica de las pasiones de aquellos a quienes deploramos. Condenarlos éticamente, y al mismo tiempo revelar estéticamente su tormentosa ambigüedad. Animarse a explorar a los personajes desde sus complejas subjetividades encarnando las tensiones y las contradicciones de lo humano, aun en los casos en que resulta casi intolerable.
Presenciar una obra artística, cualquiera sea el género, donde como espectador/ participante somos invitados, inducidos a internarnos en la mente de los personajes y establecer empatía con sus dilemas, por más brutales que éstos sean, es siempre una experiencia fructífera que amplía los límites de nuestra dimensión cotidiana, de nuestra comprensión tan hecha a medida. Una de las grandes donaciones que nos brinda el arte.
Los tiempos en que vivimos son tiempos ligeros, vertiginosos, de fácil y rápida asimilación. Nuestras vías de comunicación nos habitúan a la inmediatez. A un exceso de estímulos volátiles. Y esta tendencia también es visible en nuestra actividad. Se alienta un quehacer artístico mayormente focalizado en el entretenimiento. Y en personajes fácilmente reconocibles, que no revelan grandes misterios ni oscuridades. No hay inquietud ni perturbación en lo que se presencia, tan solo un refuerzo, un subrayado de lo que ya se conoce. De lo estandarizado. Tampoco hay espacio para reflexionar sobre aquello que ha quedado enmarañado en nuestro interior. Un significativo porcentaje de los espectáculos teatrales captan muy bien cuál es la modalidad adecuada, y la reproducen hasta el hartazgo.
Atenta a eso, mi inquietud como artista es seguir investigando y ahondando en la práctica de la complejidad como herramienta esencial del proceso creador. Y La Fundación es un buen ejemplo de ese intento.
*Autora y directora de La Fundación, NÜN Teatro, Juan R. de Velasco 419, viernes a las 21.