ESPECTACULOS
Teatro

Joaquín Furriel | El actor que no quería ser galán

Es la figura joven que más creció en popularidad en los últimos tiempos gracias a Soy gitano, Jesús, el heredero y el unitario Ambiciones. Pero desde los 13 años incursiona en el teatro, ámbito donde se formó y que reivindica como propio. Muy selectivo, seguirá el año que viene con La malasangre mientras espera su momento para el cine.

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2005 | Joaquín Furriel | MARIANO SOLIER

No hay que torcer demasiado hacia arriba el cuello para encontrarse con su mirada clara y amplia, el pelo en ondas, los rasgos afilados, ese daguerrotipo de su imagen entre franciscana y chopiniana, tan compasiva como atormentada. Hay algo dramático en Joaquín Furriel que el teatro no dejó pasar. O él no quiso que pasara, y desde muy chico supo que ese mundo le pertenecía. Si de algo está orgulloso, es de haberse animado a alejarse de su arbolado Adrogué para estudiar en el Conservatorio de Arte Dramático. La televisión y el galán para consumo adolescente vino después, pero el placer del público prêt-à-porter que tiene la actuación en vivo es un riesgo que no piensa amortiguar.

En La malasangre, la obra de Griselda Gambaro que hace en el Teatro Regina junto a Carolina Fal (siguen todo el verano y en abril salen de gira por el país), se pone el traje ajado del profesor jorobado, el papel que, en 1982, había protagonizado Lautaro Murúa.

—¿“La malasangre”, del ’82 a hoy, no envejeció?

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—La obra es un clásico universal: el poder, el amor, la hipocresía, el sometimiento. Puede ser que algunos pasajes tengan algo de otra época, pero en su totalidad tiene actualidad y por eso la quise hacer. Conozco gente que la vio en el ’82 y ahora y le pasan cosas muy distintas porque el país es distinto. Pero sigue resonando, y eso lo veo por los comentarios de los adolescentes.

—Hacés del jorobado. ¿Querías correrte del lugar del lindo?

—En la tele, al comienzo, no elegís dónde estar y a mí me ubicaron en un lugar estético. Pero me dio la posibilidad económica de hacer lo que quiero en teatro, de mantener ese espacio como sagrado.

Joaquín Furriel: "Hago teatro desde los 13 años, la tele vino después, así que no tuve que correrme de ningún lado, son espacios diferentes"

—¿Ves diferencias al trabajar con actores formados y con autodidactas?

—Eso no existe. Los pingos se ven en la cancha, actuando. Pueden convivir Iván de Pineda y Jorge Marrale, y eso no tiene nada de malo.

—¿Cómo se hace ese salto del teatro a la tele?

—Nunca creí en los castings sino en que el hacer teatro me iba a ubicar mejor. Así es que empecé a hacer tele “recién” a los 24 años porque me vio una colaboradora de Estevanez. No me fue bien en esos primeros intentos pero me sirvió para aprender todo lo que pasa en la tele cuando las cosas andan mal, y que la vanidad, la omnipotencia y la egolatría te llevan a prender fuego a tu propio imperio.

Por esos incendios bochornosos es que tal vez Joaquín, a los 31, prefiere la charla con artistas de generaciones anteriores. “A ellos les tocó jugar otros roles que el de promocionar cosas”, dice con su tono de chico amado por las abuelas. Para la pelota y mira el juego, sin apuro:

“Ya llegará el guion de cine que me convenza. Me gustan mucho Adrián Caetano, Lucrecia Martel, Lisandro Alonso y, por supuesto, me parten la cabeza Favio y Hugo del Carril”

¿El éxito? Ah, sí, esa palabra que lo incomoda. “Después de tantas inseguridades, logré hacer un poco de pie. Lo que siento es que crecí, que dejé la adolescencia, estoy hecho un hombre”, define sin pudor y, sin abandonar la convicción dramática, remata el cierre: “Actuar es un trabajo, ser un artista es una meta a la que no muchos llegan y yo, con ser un buen artesano, me siento feliz”.

Los otros “no” del gitano

Ambiciones sigue hasta fin de año. Pero Furriel no decidió si en el 2006 participará de El conde del Montecristo, con Pablo Echarri y Paola Krum, su actual pareja (con quien ya trabajó en Sueños de una noche de verano, en el San Martín).

De lo que sí está seguro es de que nunca intervendría en una sitcom: “No me siento reflejado con ese humor, tampoco en su original. Poné a Francella me hace reír muchísimo, el Puma Goity, Pinti, Olmedo, la figura del capocómico. La sitcom es Bandana, es un lavaje cultural, es Gran hermano, lo mismo acá que en Suecia”.

—¿Qué otras cosas no harías?

—No bailaría vals en ningún cumpleaños de 15, no jugaría al payasito de la torta, no iría a mover el culo al VIP de ningún boliche y no haría algo con lo que no concuerde ideológica y éticamente. Trato de no ubicarme en un lugar ingenuo, de purpurina y flashes, para analizar mi carrera.