Tres años después de su rodaje, atravesando una crisis económica histórica, y luego una pandemia mundial, estrenamos en salas de la Argentina nuestra querida película Inmortal.
Este hecho de ver y escuchar el film proyectado en una sala no es algo menor para nosotros, que siempre entendimos así el cine. Es casi un acto místico, en un templo que es una puerta a innumerables mundos personales, diferentes y únicos. Pocas experiencias artísticas tienen esta característica de un viaje con otros y una reflexión compartida que nos hace revivir la experiencia a través de nuestra propia subjetividad.
Y si de viajes se trata, Inmortal es uno muy particular; un viaje a otra dimensión, a la que accedemos de la mano de la protagonista Ana Lauzer, encarnada por Belén Blanco. Ella va a esa ciudad de Buenos Aires llamada Leteo (como uno de los ríos del Hades, que al beber de sus aguas provocaba el olvido) a encontrarse con su padre muerto (Patricio Contreras). No sabe que allí conocerá un hombre del cual se enamorara (Diego Velazquez) tampoco sabe que está siendo manipulada por el científico que descubrió la puerta a esa otra dimensión (Daniel Fanego), ni que su vida corre peligro a manos de la Ingeniera Isadora, a la que da vida Analia Couceyro.
Inmortal es una película fantástica construida de manera artesanal, y decir artesanal para el fantástico es muy complejo, casi una contradicción porque el universo fantástico que ha instalado Hollywood está cada vez más ligado sobre todo a la espectacularidad. Y digo artesanal con mucho orgullo. De ningún modo me refiero a algo hecho a medias: todo lo contrario. Para citar un ejemplo en las actuales películas grandes del género solo en los procesos de postproducción de VFX participan cientos de empresas y personas. En Inmortal, en cambio, esos mismos procesos los realizó una sola persona en su departamento, y lo hizo a lo largo de casi dos años. Eso convierte a nuestra película Inmortal en una rareza, y eso mismo es lo que le da una identidad única, exponiendo de manera evidente nuestro deseo de contar maravillas fantásticas con muy escasos medios. Haciendo algo pequeño con tremenda pasión. De algún modo pienso, con gran admiración, en la mejor literatura fantástica rioplatense, la de Borges, Bioy Casares, Cortazar, Oesterheld, Mario Levrero o el mismo Ricardo Piglia, y lo que veo allí es mucho más que espectacularidad: es ingenio humanidad y universos únicos.
Justamente Ricardo Piglia, con quien tuve el privilegio de escribir el guión de mi primera película La Sonámbula, decía que la ciencia ficción es uno de los géneros más políticos que existen. Basta pensar en algunas de las grandes películas que iluminan el género como Metrópolis de Fritz Lang, Solaris o Stalker de Tarkovsky, La muerte en directo de Bertrand Tavernier, Alphaville de Godard, Fahrenheit 451 de Truffaut, Blade Runner de Ridley Scott o La Jetée de Chris Marker por citar algunas de un largo listado.
Para Inmortal me inspiró mucho el film de Jean Cocteau, Orfeo de 1950. Me intereso mucho el modo simple en el que el protagonista acceden al mundo de los muertos y la idea del amor entre los muertos y los vivos.
Hacer ciencia ficción en Argentina no es nada sencillo. La dificultad estuvo en hacer la película en una coyuntura económica muy difícil, y en sostener la convicción de contar una historia fantástica con muy pocos medios. Fue muy divertido filmar en un estudio todo pintado de verde croma, con los actores en medio de la nada, para luego en los fondos ir aplicando como un rompecabezas imágenes de Buenos Aires hasta construir esa ciudad vacía, y luego ver durante la fase más dura de la pandemia que esa ciudad se había convertido en real .
*Director de cine.