ESPECTACULOS
Julieta Zylberberg y Damián de Santo

“Los cambios de paradigma se extienden a todos”

En Me gusta, la dupla de actores es dirigida por Javier Daulte, para contar la historia de una pareja que se replantea el amor monogámico frente a una alteración de su vida cotidiana.

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Julieta Zylberberg y Damián De Santo. | Nestor Grassi

El teatro tiene el potencial de espejar el mundo; a veces, también, de manera más específica, hacerlo con realidades contemporáneas. Esto sucede con la propuesta que se acaba de estrenar en el Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660), y va de viernes a domingo. Se trata de Me gusta, obra de Alberto Rojas Apel, en la que Javier Daulte dirige a Damián de Santo, Julieta Zylberberg y Lu Grasso. Allí, los dos primeros componen una pareja consolidada, que cría a su pequeña hija. La niñera que entra a la casa desestabiliza el formato de matrimonio tradicional, y allí se origina el conflicto que la obra transita desde el humor. La desconstrucción del amor monogámico es el tema central; con él, esta producción de Pablo Kompel estima llegar a mucho público. Para Zylberberg: “Creo que la obra atraviesa muchas generaciones, en distintos lugares. Seguramente verla va a ser bien distinto para alguien de 20, para alguien de 40, o para alguien de 60, pero finalmente los cambios de paradigma siempre se van extendiendo en los distintos rangos de edad”.

—¿Cómo sintetizarían los principales planteos de Me gusta?

—Julieta Zylberberg: La obra cuenta la historia de la pareja, de Martina y de Andrés, quienes tienen una hija, se aman, se llevan bien, pero empiezan a notar que les está faltando algo y eso no es la falta de amor. Les surge la posibilidad de cambiar la estructura que venían llevando. Esto sucede en este momento de la vida, de un cambio paradigmático sobre la familia y la pareja como instituciones. Nosotros somos de una generación que quedó un poco a mitad de camino: con capacidad de replantear y de escuchar, pero con dificultad para acceder a nuevas opciones.

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—Damián de Santo: Este matrimonio está inmerso en la rutina. Lo que sucede con la niñera es el disparador para la posibilidad de cambiar nuestra historia, la de nuestros padres, en las maneras de amar y ser amado. La niñera les propone una manera diferente de amar a la que uno viene viendo. Los centennials no tienen una pareja convencional como para la fuimos educados. En esta relación, pica el bichito de: “¿Qué pasa si probamos lo que nos propone la niñera?”. Los vaivenes al intentar convencerse conllevan conflictos. Frente a la idea de pareja, la posibilidad de una trieja: dios mío, ¿por dónde se empieza? Aparece el qué dirán. Esta chica centennial tiene menos compromiso adulto, pero ellos dos tienen una hija, familia y amigos. La gran pregunta es qué decimos que somos, sin caer en ser fiesteros. Para mí, que tengo 50 y pico de años, es raro pensar en alguien que se incluya en la pareja. Pero el mundo está cambiando y uno no tiene que negarse al amor: esto es una nueva manera de amar.

—¿Cuánto afectan las redes sociales, donde quedan exhibidos los gustos personales y los vínculos, para estas transformaciones del amor?

—Z: No, no mucho. La red social es como si fuese un símbolo de algo generacional. En ese sentido, sí afecta, pero como un símbolo del factor que ingresa en esta pareja, que es el personaje de Jowy, que hace Lu Grasso, que es le niñere de la hija de ellos.

—DS: Las redes sociales colaboran, están armadas para difundir esto, pero está en el inconsciente de todos: permitís o no permitís que te pase, que te suceda. En la fantasía pasa. Hace un montón que estamos juntos; pasa esto; lo negamos o lo probamos; tenemos fundamentos para decir sí o no. 

—¿Javier Daulte plantea una dirección basada en el realismo; la obra es realista?

—Z: Estoy fascinada con Javier, no había trabajado nunca con él. Tiene muchísimo humor y muchísima agudeza, y sí, va desde la verdad, como ley primera. Hay muchos permisos para el humor, porque lo tiene la obra, pero sí, desde la verdad, desde el realismo, desde un planteo absolutamente humano y bien tangible para todos. Es una comedia, pero no deja de tener una verdad absoluta de los actores y para el espectador.

—DS: En ningún momento, la obra se corre de la verdad, del realismo. Es real, concisa, tiene estas tres patas; cada una tiene sus fundamentos y eso hace posible que la obra siga adelante. En esta comedia, hay amor, es ineludible. Uno no se puede correr a un costado y dejarlo pasar. El director hace que te enamores de esa pareja de tres. Javier es muy afectuoso para laburar, y eso es muy bueno. Es exigente, pero desde un lugar afable; no es un director que trabaje bajo presión.

—¿Qué otros proyectos tienen en el futuro mediato?

—Z: Estoy esperando el estreno de tres películas que hice el año pasado. Puan, de María Alché y Benjamín Naishtat, una comedia universitaria en la UBA. Un pájaro azul, de Ariel Rotter, que filmamos con Alfonso Tort, que es la historia de una pareja que está buscando un hijo hace mucho tiempo. Y El salto, que dirige Dani Goggi, con Rodrigo de la Serna; es un thriller político social. También estoy armando un proyecto junto a Mariana Chaud, mi amiga que me dirigió en La fiebre.

—DS: Tengo una película para septiembre, pero ahora estoy abocado a esta obra. Y también tengo un complejo de cabañas en Córdoba. Me gusta mixturar los trabajos acá y allá. En Villa Giardino, está Vanina Bilous, mi mujer, que tiene claro todo lo que hay que hacer. Por eso, me puedo tomar la libertad de hacer una tira, como el año pasado con El primero de nosotros, o en 2018, conducir La peña del morfi. Voy organizando con estar en Córdoba, un espacio donde me gusta y elegí estar. Cuando soy actor viajo para acá, y es muy reconfortante. Allá me dedico al mantenimiento; meto mano, soy un poco albañil, un poco técnico eléctrico, me dedico a arreglar pérdidas de agua, a pintar, a reparar todo lo que se rompa.

—¿Qué les resulta convocante de su profesión actoral?

—DS: Esta profesión me permite ser quien no soy. Me puedo poner en la piel de otros y defender al personaje a morir. La actuación me da libertad.

—Z: Me encanta poder interpretar otras vidas que quedan lejos de la mía. Me gusta la gente que trabaja en lo que hago y las historias que me llegan para contar. Tengo un vínculo muy lúdico con mi trabajo. Y siento que hacer cultura es muy importante para un país: habla de un país, de la identidad de un país.