Su nombre es de origen sirio-libanés y muy poco frecuente: Nayi. Su apellido, en cambio, tiene peso propio: Awada.
Este joven de hablar muy pausado es uno de los dueños del teatro independiente Hasta Trilce en el barrio de Almagro. Es allí donde estrenó Los ciegos, de Maurice Maeterlinck. “El estudio más serio lo hice con Agustín Alezzo –recuerda–. Después pasé por Ricardo Bartis. Más tarde me abrí de la actuación y empecé a mirar el teatro desde otro lado. Me recibí en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires”.
—¿Cómo nació la idea de tener un teatro?
—Nosotros veníamos trabajando en ciertas poéticas con mis socios: Tomás, Sebastián y Paula Bradley. Quisimos tener nuestro propio espacio, para tener otras herramientas. Hay una cuestión pragmática y política al tener tu teatro, con otro poder de decisión a la hora de gestionar y para discutir ciertas hegemonías. Es un compromiso mucho mayor a nivel físico, hacés un montón de cosas y negociás con gente con la que no quisieras hacerlo. En estos tres años Hasta Trilce se ubicó con un perfil distinto. Vamos avanzando de a poco.
—¿Por qué eligieron el nombre de un poema de César Vallejo?
—Nos interesa mucho lo latinoamericano. Sentimos respeto por este poeta peruano y lo que significó su libro, adelantándose a las vanguardias europeas.
—¿Cómo fue la elección de dirigir “Los ciegos”?
—Ya no hay un mundo para representar, no hay una sola verdad, se muere el sujeto y aparecen los sujetos. Siento que Maeterlinck plantea un problema, sin solución. No sólo le pasa al teatro, también les ocurre a la filosofía y a la física. No pretendo cortar tickets.
—¿Tuvieron problemas para la habilitación?
—Tomamos muchas precauciones, pero no nos quieren dar la habilitación definitiva, como les sucede a casi todos los teatros independientes. Del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ya vinieron cinco veces en dos semanas y les presentamos todo. Cada vez te exigen cosas nuevas. A la cuarta visita le pregunté al inspector: “¿Qué pasa?”. Y la respuesta que obtuve fue: “Es un rubro complicado”.
—¿Tu apellido ayuda o perjudica?
—Las dos cosas. Te ayuda y te perjudica. Es una carga, a veces no sé si pedir perdón o permiso. Pero a la larga cuando tratan con nosotros se dan cuenta de cómo somos y quiénes somos. Uno viene cargado de muchos prejuicios. Yo desconfío de mí. Por eso mismo Trilce. Hay un aparato armado para que cierta gente triunfe y hay que buscar un desafío mayor. Nadie es santo ni demonio.
—¿Cómo es tu relación familiar? ¿Vivís la grieta?
—Es muy buena mi relación con mi tía (Juliana) y con mis abuelos. Saben lo que pienso y conocen las diferencias políticas que tenemos. Vivo la grieta. Quiero mucho a mi familia, me dieron todo: estudio y libertades. Discuto con ellos. Son excelentes personas. No tengo conflicto.
—¿Te llamó la atención que ganara Macri? ¿Y las decisiones para el sector de la cultura?
—No lo esperaba, creo que ninguno de nosotros lo esperaba y eso fue parte del error. Pero no nos vamos a amedrentar por una cuenta de luz, si tenemos que bajar el consumo lo haremos y si hay que comprar velas lo vamos a hacer. Se nos complicará más. El sistema es complejo y nosotros debemos ser inteligentes. Son discusiones de fondo, hay distintos proyectos de país. El teatro no es el más perjudicado, es sólo un bien simbólico para la clase media.