ESPECTACULOS
Crítica televisión

Emboscada final: una persecución aburridísima y carente de ideas

A lo largo de 132 minutos, pareciera que más que la búsqueda de los delincuentes se trata de que el director encuentre qué es lo que quiere contar.

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Kevin Costner y Woody Harrelson son demasiado buenos para la película de Netflix. | Netflix

Calificación: Regular.

 

Hace pocas semanas, Steven Spielberg inauguró un sano debate para los tiempos que corren: los largometrajes de Netflix, que muchas veces no pasan por las salas de cine, ¿deben competir por el Oscar o son telefilms destinados a la contienda de los Emmy televisivos? Emboscada final, recién estrenada por el gigante de streaming, presenta elementos para disipar, o profundizar, el debate. ¿Qué hace a una película cinematográfica? ¿La producción? ¿La forma en que se filma? Vale decir que, si de producción e inversión se tratara, o por calidad técnica, series como Game of Thrones también estarían en condiciones de aspirar a una estatuilla de la Academia.

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Pareciera que Spielberg apuntaba a algo más: hay cuestiones que se filman pensando en la pantalla grande, y otras para la pequeña de un televisor. En una se aprecian las panorámicas, los paisajes, entre otros elementos, mientras en la otra se recurre a planos americanos para que el espectador pueda ver con claridad lo que ocurre. En una se da por sentado la concentración (si los ordinarios hacen silencio en la sala), en la otra se presumen las interrupciones. Si algo pensado para una se ve solo en la otra, se presentan dificultades para su apreciación. En Emboscada final, por ejemplo, se nota que se dirigió pensando en la pantalla grande, y muchos detalles de segundos planos pasan casi inadvertidos o confusos en un SmartTV.

Más allá de que pareciera que Spielberg tiene razón –por más que la mayoría de quienes en Hollywood trabajan para Netflix le saltaron a la yugular–, lo cierto es que Emboscada final es un film desafortunado. El director cuenta con dos grandes actores como Costner y Harrelson –uno en plan antipático (el que siempre le salió mejor), el otro en perdedor emotivo (que también es lo que siempre le rinde más)–, pero la travesía de esos dos ex rangers para dar con el paradero de Bonnie y Clyde se vuelve aburrida. A lo largo de 132 minutos, pareciera que más que la búsqueda de los delincuentes se trata de que el director encuentre qué es lo que quiere contar, indefinido entre road movie, crítica a los medios y su banalización del mal, lienzo de la crisis socio-económica de la década del treinta, la tensión entre legalismo y la mano dura, etc. Los temas son tantos que no profundiza en ninguno. Los tira, pareciera, a modo de dejar en claro que atravesaban el universo de lo que contaba, pero deja en claro, también, que no los entiende demasiado.