Una primera lectura del rechazo del Senado al proyecto sobre el aborto parecería ratificar su imagen ampliamente difundida como un espacio tradicional y conservador. Sin embargo, si comparamos los porcentajes de votos emitidos en cada cámara, observamos pocas diferencias. Entre los diputados, un 50% estuvo a favor y un 48% en contra, mientras que entre los senadores el 43% apoyó el proyecto y el 52% lo rechazó. Aunque terminaran siendo decisivos, estos márgenes tan pequeños hacen difícil caracterizar sin más al Senado como un refugio de las oligarquías provinciales destinado a mantener el statu quo.
Si bien allí las provincias demográficamente más pequeñas se encuentran sobrerrepresentadas, entre sus senadores hubo tantos partidarios como opositores al proyecto. A su vez, en los distritos más grandes también encontramos las dos posturas. Es que las creencias e imaginarios imperantes en las distintas regiones del país no se traducen automáticamente en votos a favor o en contra, sino que atraviesan distintas mediaciones. Se hacen presentes a través de las trayectorias y sociabilidades de cada senador, pero también en el modo en que estos interpretan al electorado al que buscarán captar en la próxima elección. De este juego complejo entre creencias personales y estrategias políticas nacen las tomas de posición sobre un tema determinado y la decisión de cómo votar. Por ello, vincular los resultados de la votación al origen geográfico de los legisladores resulta necesario pero insuficiente.
En las distintas regiones, con diferentes rasgos y acentos, asistimos a un proceso que la sociología entiende como destradicionalización. Éste supone la modificación del estatus de las tradiciones en el marco de una sociedad que se cuestiona sus propias prácticas y creencias. Costumbres, ideas, legitimidades e instituciones ya no son incuestionables y quedan expuestas a un constante examen y debate públicos, pudiendo producir como resultado tanto movimientos emancipadores como nuevos tradicionalismos de cuño reaccionario. Así, en el debate de ayer no asistimos tanto a un enfrentamiento entre lo moderno y lo arcaico, como a un choque entre dos posturas igualmente modernas, pero que se apropian de significados distintos y se construyen por mutua oposición.
(*) Sociólogo, doctor en Ciencias Sociales y en Estudios Políticos (UBA-EHESS), profesor en la Universidad Nacional de Lanús y la Universidad de Buenos Aires.