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Horizonte y democracia

La difusa realidad de Venezuela y la expectativa de una salida económica y política.

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protestas en venezuela | AFP

No hay dudas que todo es difuso en la realidad en Venezuela, desde el funcionamiento de sus instituciones políticas y los respectivos apoyos populares hasta las posiciones de la comunidad internacional. Lo cierto (tal vez lo único aceptado por unos y otros) es que el malestar ciudadano sobrevuela la República Bolivariana de Venezuela impulsado por las turbinas de una fenomenal depresión económica y la hiperinflación.

Desde la lejanía podemos ver calles y plazas convulsionadas, repletas de personas alzando a viva voz sus proclamas y exigencias. Sucede que a medida que uno se acerca al bullicio político y al sonido del reclamo, observa que este puede ser tanto a favor como en contra del gobierno de Nicolás Maduro. La fuerza del clamor en ambos casos es la misma.

El volumen de sus voces resuena al mismo nivel. No hay control remoto que pueda dejar en mute  el volumen de ninguna de ellas. Esto no significa que ciertos países como Estados Unidos o Rusia, no tengan capacidad y recursos para influir; pero más allá de injerencias extranjeras (la historia en innumerables ocasiones -sobre todo en nuestra Latinoamérica nos ha mostrado los diferentes niveles en que puede operar la comunidad de intereses internacional) lo cierto es que es imposible bajar o subir el volumen de un debate público que no existe.

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Esta realidad de conflicto y enfrentamiento es innegable y es parte de una transición nada novedosa en la política venezolana de los últimos años, que ha comenzado luego de la muerte de Hugo Chávez.

Ahora bien, la gente suele pensar que los enfrentamientos y las diferencias ideológicas fuertes son el punto de partida de las denominadas transiciones políticas, lo cual es correcto; el punto es poder diferenciar mediante que vías o de qué forma se articula dicha transición.

En las democracias modernas (sistema que entre otras cosas tiene por finalidad, no impedir ni anular los conflictos y las diferencias, sino que por el contrario se nutre de ellos) existen mecanismos institucionales diseñados especialmente para procesar e incorporar al sistema los conflictos que siempre, de una u otra forma, surgen en una sociedad abierta, deliberativa y por ello cambiante.

Sin embargo, el combustible vital de cualquier mecanismo institucional, es la legitimidad, es decir la creencia compartida por parte de una sociedad en la eficacia e imparcialidad de las instituciones.

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En definitiva, es la confianza que la sociedad tiene en sus instituciones aquello que hace que un simple mecanismo normativo o constitucional se convierta en un hecho real de poder.

Aquello que le sucede a la institucionalidad venezolana es que su tanque de combustible está -según puede verse- a la mitad (fenómeno que en la Argentina se conoció como grieta) y por ello algunos ya saben que no hay resto para cumplir el recorrido completo.

Ahora, rápidos de reflejos, saben que -como todo es fluctuante y confuso- si no se apuran ese tanque puede re abastecerse; recordemos que ya sucedió con el intento fallido de golpe en 2002 por parte de Pedro Carmona quien asumió la presidencia del país por 72 horas.

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En definitiva, Venezuela busca una salida (algo que todos aquellos que ocuparon el poder dijeron buscar) y que efectivamente hoy necesita frente a la brutal recesión económica que padece; el asunto es que las puertas de salidas siempre son  varias, de muchos colores ideológicos, con horizontes diferentes. Guaidó ofrece una, Maduro otra, lo importante es que más allá del color de cada puerta, está sea abierta siempre con las llaves de la democracia, del respeto a los derechos humanos y a la libre determinación de los pueblos y fundamentalmente, que al abrirla haya un horizonte posible para todos sin excepciones.