Desde que asumió la presidencia en enero de 2011, Dilma Rousseff forjó una imagen de mujer capaz, severa con sus colaboradores y eficaz en la administración pública. Madre y abuela, la jefa de Estado brasileña no necesitó portar apellido o ser la mujer de nadie para acceder a los cargos públicos más relevantes del gigante sudamericano.
Pero, aunque logró mayor preeminencia que sus dos ex esposos, de los que se divorció mucho antes de llegar al Palacio del Planalto, fueron ellos quienes la introdujeron en la política: primero en la lucha armada y, luego, en la competencia partidaria electoral.
Tanto Claudio Galeno Linhares, un periodista y ex guerrillero, y Carlos Araujo, otro ex compañero de armas durante la dictadura militar que ahora es consejero político de la jefa de Estado, aún conservan una buena relación con la presidenta. Aunque ya no viven bajo el mismo techo, siguen siendo las dos personas que más marcaron a la mandataria en su vida personal.
Dilma conoció a Galeno cuando militaba en COLINA (Comando de Libertad Nacional) y se casó con él en 1968, con tan sólo 20 años. “Ella tenía una formación intelectual precoz. Leía a Marcel Proust y a Jean Paul Sartre”, recordó Linhares, cinco años mayor que Dilma. “Yo fabricaba cajas con dispositivos electromagnéticos para guardar documentos secretos. La idea era que si la caja se abría, explotaba”, agregó el ex esposo presidencial sobre su actividad durante la dictadura. Ahora, Linhares es funcionario en la municipalidad de Porto Alegre y se transformó en un hombre muy cercano a Fernando Pimentel, ministro de Industria y Comercio de Dilma.
La historia amorosa tuvo un abrupto final. Tras la convivencia en Río de Janeiro, Linhares fue enviado a Porto Alegre por la organización, mientras que su mujer se quedó en la Cidade Maravilhosa, donde conoció a Carlos Franklin Paixao de Araújo.
El abogado de 31 años y líder de un grupo disidente del Partido Comunista brasileño la cautivó instantáneamente y, a los pocos días, Rousseff le pidió el divorcio a su marido. Se trató de una ruptura pacífica, ya que, según aseguró el primer esposo de Dilma, “en una situación tan difícil” no existían “muchas posibilidades de ser una pareja normal”.
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