“¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”. El general José Millán Astray, mutilado, cubierto de cicatrices y rodeado de militares, vomitó su odio en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Miguel de Unamuno lo miraba desafiante, blandiendo su única arma: la palabra: “Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir”, contestó. Más de ochenta años después, las armas que desafían a las democracias ya no son los fusiles, sino los liderazgos nacional populistas que corroen desde dentro las instituciones liberales. Y la disputa por convencer se libra en el centro del ring de la pandemia.
“El que es de derecha toma cloroquina, el que es de izquierda toma Tubaína (gaseosa paulista)”. Las carcajadas del presidente Jair Bolsonaro, que retumbaron en los 1.179 hogares brasileños que perdieron ayer a un familiar por el brote de coronavirus, y los bailes de sus seguidores en las calles portando ataúdes lucieron ayer como una burda y anacrónica glorificación la muerte. Esa actitud, sumada a la absoluta indiferencia con respecto a la suerte de sus conciudadanos, amenaza con convertirse en un boomerang para el Palacio del Planalto.
Bolsonaro imita el estilo de liderazgo de Donald Trump. Los dos mandatarios son los líderes que peor reaccionaron frente a la pandemia. De los cinco millones de infectados en todo el mundo, Estados Unidos reporta un millón y medio de casos y 92 mil muertos, mientras que Brasil registra más de 271 mil contagios y casi 18 mil víctimas fatales. Esos trágicos datos, sin embargo, no deben precipitar el análisis y aventurar el fin del nacional populismo. El republicano y el ex capitán del Ejército son maestros del relato y la diversión y batallarán hasta el final por sobrevivir a la pandemia.
¿Hay relación entre los estilos de liderazgo de Trump y Bolsonaro y el récord de infectados? Las semejanzas están en su reacción inicial ante la pandemia, mientras que se diferencian en la segunda fase de la crisis. En un primer momento, el republicano minimizó el brote al igual que su par brasileño, que lo llamó una “gripecita”.
Bolsonaro y Trump están en guerra contra el aislamiento
Luego, sus estrategias se bifurcaron. Trump apostó por el juego de la culpa, acusando a China y la Organización Mundial de la Salud (OMS) por la propagación del virus. Bolsonaro, en cambio, continuó minimizándola y llegó a aventurar que los brasileños estaban inmunizados. Cuando los hospitales y las funerarias colapsaron, millones de trabajadores perdieron sus empleos y se desplomó la actividad económica, la reacción también fue distinta. La Casa Blanca, con más poder de fuego fiscal y monetario, promulgó un mega plan de estímulo de 2 billones de dólares y se apalancó en el “privilegio exorbitante” del dólar. Brasil, en cambio, sufrió una masiva salida de capitales de su país, la devaluación del real, la incapacidad para adquirir respiradores artificiales en el mercado internacional, y una falta de liderazgo nacional que coordinase las cuarentenas ordenadas por los gobernadores.
Más enfocados en la formulación de relatos para conmover a la opinión pública que en las políticas públicas para sacar a sus países de la crisis, Trump y Bolsonaro coincidieron en la continuidad de la guerra narrativa y cultural para reforzar su base electoral. Sus prioridades no son la verdad, la ciencia, ni los hechos, sino reforzar lo que los llevó al poder: la polarización, la desafección por la política tradicional, y, en último término, la degradación institucional.
Coronavirus: la OMS cede a las presiones de Trump
En el libro Nacionalpopulismo, los académicos británicos Roger Eatwell y Matthew Goodwin identifican cuatro transformaciones sociales profundas en la ciudadanía de Occidente que estos liderazgos han sabido interpelar: desconfianza hacia las elites y las instituciones liberales; temor a la destrucción de sus identidades por la inmigración; privación (real o temida) provocada por una globalización que los dejó rezagados; y debilitamiento de los lazos entre los partidos tradicionales y el pueblo.
Estos liderazgos irrumpen durante la crisis del orden internacional liberal y del multilateralismo, pero no logran formular un modelo alternativo de gobernanza global. Ellos son la consecuencia de la crisis (la fiebre del liberalismo). Tienen éxito en tanto y en cuanto se vinculan con ella. Pero cuando otra crisis –sanitaria y económica- los sorprende en el ejercicio del poder, las fragilidades de sus liderazgos quedan al desnudo.
Aún es pronto para saber si sus electorados comprarán sus narrativas en la próxima elección o, por el contrario, los condenarán a los libros de historia. Según el promedio de encuestas de Real Clear Politics, Trump se mantiene en el mismo nivel de aprobación que cuando llegó a la Casa Blanca, con el 45% de respaldos. Sin embargo, aumentó su rechazo, que subió del 44 al 52%. En Brasil, en tanto, un 50% considera que el gobierno de Bolsonaro es pésimo, mientras que un 25% lo evalúa positivamente y un 23% dice que es regular, según el último sondeo de XP Investimentos.
Trump y Bolsonaro son “lujos” que las democracias se pueden dar cuando no hay pandemias, pero resultan muy costosos en ellas. ¿Encarnan fenómenos políticos que se reforzarán o perderán atractivo? Por lo pronto, hay dos fechas en el calendario que aportarán una respuesta: el 4 de octubre Brasil celebrará las elecciones municipales, y el 3 de noviembre Trump competirá por la reelección. ¿Vencerán? ¿Convencerán?
LD/MC