INTERNACIONAL
¿Líder eterno?

El enigmático Vladimir Putin

El presidente ruso acaba de promulgar la ley que le permite permanecer en el Kremlin, al que llegó en el 2000, hasta 2036. Aún no dio indicios de lo que hará.

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Descripción. “Un judoca pragmático que aprovecha las oportunidades que se le presentan para desequilibrar a su adversario y para preservar su poder”. Occidente no lo comprende. | afP

A principios de esta semana Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, firmó una ley que, entre otras reformas aprobadas por el referéndum constitucional de julio de 2020, le permite presentarse a dos nuevos mandatos presidenciales de seis años. Después de 19 años de ejercer la presidencia y 21 años de estar en el poder, la aprobación de esta ley le permitiría extender su mandato hasta 2036. Pero Putin aún mantiene una postura ambigua sobre si se presentará a una elección para continuar ejerciendo la presidencia más allá de 2024.

Ambigüedad. Esta ambigüedad hay que analizarla a luz de un interesante perfil de Putin desarrollado por el analista Mark Galeotti en un libro que lleva por subtítulo How the West gets him wrong, o Cómo Occidente se equivocó con él, en donde lo caracteriza como un judoca pragmático que aprovecha las oportunidades que se le presentan para desequilibrar a su adversario y para preservar su poder, más como un jugador táctico que estratégico.

Poco proclive a mostrar sus cartas antes de tiempo, en esta coyuntura Putin debe calibrar con exactitud si la oportunidad es propicia para que quede en los libros de historia como un líder que llevó a cabo una transformación exitosa del país o –como lo reflejan los medios y analistas occidentales– como un autócrata que se benefició y benefició a su entorno con un enriquecimiento inédito y que, particularmente a raíz del caso Navalny, ha profundizado el autoritarismo y la represión en Rusia.

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Más allá de la mirada sesgada de los kremlinólogos, hasta ahora su desempeño ha sido mixto. Desde su elección a la presidencia en 2000, alcanzó altos niveles de popularidad en tanto, al calor de los precios internacionales del gas y del petróleo, principales recursos de la economía rusa, impulsó un crecimiento económico sostenido y un fondo de reserva, una restauración de Rusia como potencia en el concierto global luego de la implosión de la URSS, y una mejora del bienestar y la calidad de vida de los ciudadanos rusos, hasta que Rusia fue golpeada por la crisis global de 2008. 

Popularidad. Sus altos niveles de popularidad se sostuvieron posteriormente con el recurso de un discurso patriótico y nacionalista cuya culminación se produjo con la crisis de Ucrania en 2014 y la “reincorporación”, para un amplio sector de la población rusa, de Crimea a la Federación. 

Pero su popularidad desciende en febrero de 2021, en el marco del caso Navalny y de la represión de las protestas recientes en torno al envenenamiento y a la detención de este líder opositor, a un 53%, un índice de popularidad aún envidiable según los parámetros de algunas democracias occidentales. En este descenso de su popularidad no solo influyen los acontecimientos en torno a Navalny como catalizador de la oposición, y sus denuncias acerca de la corrupción del gobierno y del entorno de Putin, sino también el recrudecimiento de la represión de la ciudadanía, el tratamiento de la pandemia y el deterioro de la economía. 

Por otra parte, estas etapas en la evolución de la popularidad de Putin no pueden disociarse de un hilo continuo de protestas en los años precedentes, relacionadas tanto con medidas impopulares, como la reforma del sistema jubilatorio, como con las denuncias de fraude electoral.

Cambios. Nuevamente la mirada occidental se concentra, consecuentemente, en el alcance de las actuales protestas, particularmente ante las próximas elecciones parlamentarias en septiembre, y en sus potenciales efectos sobre un reemplazo de Putin o un eventual cambio de régimen, en el marco del contrapunto entre el presidente y Navalny como principal figura de la oposición. 

Esta mirada responde, en muchos casos, a un fuerte sesgo que interpreta la historia y la cultura rusa como un continuum autocrático desde la época de los zares, pasando por el sistema soviético, pero que pierde de vista los cambios estructurales que ha vivido la sociedad rusa desde la desaparición de la URSS.

En primer lugar, pese al control estatal de los medios, el creciente monitoreo y eventual censura de las redes sociales y el incremento de la represión, Rusia ha vivido en los últimos treinta años un período de relativa estabilidad; con una libertad de expresión que, aunque acotada, supera la censura y las restricciones de la época soviética, y con una renovación generacional asociada a la renovación de un amplio espectro de valores. 

Todo esto es particularmente visible y se cristaliza en la emergencia y desarrollo de un sector de la ciudadanía joven, urbana, más abierta a Occidente y a la innovación tecnológica y, comparativamente con otros países, con mayores índices de educación superior, que, a su vez, configura el núcleo más importante de cuestionamiento al gobierno y a la corrupción. Sin embargo, este sector no necesariamente comparte plenamente los valores liberales que promueve Occidente y, desde la contestación antisistema, probablemente prefigura nuevas formas de democracia para controlar o eliminar las deficiencias del gobierno de Putin.

En segundo lugar, la base social de apoyo de Putin se ha conformado en torno a una burocracia estatal, a un sector empresarial que se ha desarrollado al calor de las prebendas presidenciales, desplazando a la antigua oligarquía surgida durante el gobierno de Yeltsin, y a las fuerzas de seguridad, los siloviki, de las cuales proviene el mismo presidente. 

En el marco de la creciente represión y de agudización de las tensiones internacionales que se desarrolla en la actualidad, este último sector se ha convertido en el bastión en que se apoya Putin en un complejo entorno de intereses y de rivalidades entre diversos grupos cuyo futuro depende enteramente de él, pero cuya supervisión y control se encuentran mediatizadas.

Y, en tercer lugar, un entorno externo también complejo, cambiante y, por momentos, hostil, que se refleja en la política exterior. En primer lugar, Moscú debe lidiar con un Occidente cada vez más tensionado entre la Unión Europea, en particular Alemania y Francia, y los Estados Unidos que, bajo la presidencia de Biden, despliegan una política más agresiva hacia Rusia. También vive una integración cada vez mayor, pero no por eso menos preocupante, en una Eurasia donde se impone China, que deviene así un socio mayor complementario y potencialmente cada vez más invasivo, e India, que fluctúa entre la ambigüedad y la renuencia, porque busca equilibrar sus relaciones con los Estados Unidos y con Rusia frente a la amenaza china. 

Y esto solo para mencionar algunos de los actores protagónicos de este difícil entorno, donde Moscú se asume como una isla sin aliados en un mundo policéntrico. 

Pero los dilemas que enfrenta Putin frente a estos cambios, junto a las dificultades y desafíos que le imponen la geografía, la economía, el cambio climático, la revolución tecnológica y la demografía, son los mismos dilemas que deberá enfrentar Rusia, más tarde o más temprano, en una eventual fase post-Putin.  ¿Un Putin eternizado o una Rusia eterna que cambia, pero que sigue siendo un enigma?

*Presidente de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (Cries).