“Si liberaron a Fujimori, ¿por qué no a Abimael Guzmán?”, se preguntan por estas horas los abogados de quien supo ser el hombre más temido de Perú. El histórico líder de la guerrilla Sendero Luminoso acaba de cumplir 25 años recluido en una base naval de la Marina peruana, bajo régimen de aislamiento absoluto. No tiene ningún contacto con otros presos. Su familia ya no lo visita. Su psoriasis empeora. Tiene 83 años. Y quiere salir: igual que su viejo adversario.
“Al margen de la escandalosa negociación por el indulto humanitario [ver nota aparte] al señor Fujimori, pensamos que esto puede abrir una puerta hacia una reconciliación nacional y una amnistía general a todos los civiles, militares y policías involucrados en la guerra interna en nuestro país –le dice a PERFIL el abogado de Guzmán, Alfredo Crespo, desde Lima–. Mi patrocinado ya pagó su responsabilidad. El también está enfermo, y tiene diez años más que Fujimori”.
Hacía tiempo que en Perú no se hablaba tanto de Guzmán como este año. El 25° aniversario de su recordada captura, lograda en 1992 por un grupo de elite de la policía peruana sin disparar un solo tiro, fue excusa para tres libros, varios especiales periodísticos y hasta una muestra en el Congreso. Y el propio Guzmán, que no pierde las mañas, parece empeñado en salir en los diarios.
Hace un par de meses, tuvieron que echarlo de una sala judicial, donde lo procesaban por un atentado que dejó 25 muertos civiles, luego de que insultara a gritos a los jueces y a la procuradora antidrogas. “Me estoy yendo porque no puedo escuchar más, ¿me entendieron? –vociferó–. Señora, vaya a difamar a otros, nosotros no somos mafiosos. Usted no sabe con quién se mete”. Según la procuradora, Guzmán le apuntó con su dedo índice mientras levantaba el pulgar, como emulando una pistola.
Guzmán no es lo que se dice un personaje popular en Perú. Según estimaciones oficiales, entre 1980 y 2000, la acción armada de Sendero Luminoso dejó más de 40 mil muertos en nombre de la revolución maoísta. A diferencia de lo que ocurre con otras ex guerrillas latinoamericanas, hoy senderismo es sinónimo de terrorismo para la mayoría de los peruanos.
Con Sendero desmantelado, el legado de Guzmán aún pervive en el Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), que pretende inscribirse como partido legal pero no puede hacerlo porque se niega a rechazar la violencia como instrumento político. Guzmán ya no tiene contacto con sus antiguos camaradas. Apenas se ve una o dos veces por año con su esposa, la ex jefa senderista Elena Iparraguirre, también presa.
Paradoja o no, Guzmán se ilusiona ahora con atar su destino al de su verdugo, Fujimori. Con salir a la calle y volver al ruedo. Con aquello que cantaban los Redonditos de Ricota en ese viejo tema inédito e inspirado en el líder senderista: “El regreso de Mao”.