En un contexto de suma tensión social e institucional en los Estados Unidos, fruto de un proceso electoral plagado de clivajes, es necesario también un espacio de reflexión sobre lo que significa un liderazgo como el de Joe Biden para la institución presidencial de ese país.
En rigor, la historia del rol del mandatario norteamericano ha sufrido una serie de cambios por las necesidades del gobierno de los EE.UU. de dar respuesta con velocidad y centralidad a las dificultades de gestión a nivel nacional e internacional, con casos paradigmáticos como Lincoln, Roosevelt, Johnson y hasta Bush hijo. Sin embargo, esta expansión del rol presidencial también encontró una simétrica demanda o recepción por parte de la población estadounidense en forma de apoyos electorales y por parte de las elites políticas enquistando los liderazgos en las estructuras partidarias preexistentes.
Cuando Donald Trump accedió a la Casa Blanca con un perfil contestatario propio de un outsider, todas las miradas estaban puestas sobre las implicancias de un personaje tan único en el poder en tiempos tan sensibles. A cuatro años de esas dudas, la administración Trump resultó ser, por lo menos, controversial. El presidente Trump destacó negativamente con su impronta personal como núcleo de una escena política con más de 200 años de tradiciones.
A pesar de un vínculo dificultoso con el establishment de Washington D.C., el liderazgo trumpista cortó transversalmente sobre la población norteamericana, apelando al hombre medio cuyo bienestar se vio postergado a pesar de ser la mayoría del país más poderoso del mundo, siempre en pos del bienestar de minorías, desde la óptica demócrata, o del dinamismo económico, desde la plataforma republicana. Tal vez el aspecto más peculiar del estilo Trump no fue su núcleo de representación política, sino lo polarizante desde lo discursivo, que exacerbó aún más la situación subyacente en la sociedad americana.
Ahora bien, la duda hacia los próximos cuatro años es qué puede significar Biden luego de Trump. Claramente Biden no lleva adelante una agenda política propia e individualista, él mismo afirmó su intención de solo cumplir un mandato y llegó como figura que retoma un rol público luego de haber servido como vicepresidente. Biden no se caracteriza por su carisma o por pertenecer a un grupo social postergado como Obama, o por enarbolar una bandera político ideológica transformacional, como Bernie Sanders.
Podríamos considerar que el factor de neutralidad, de mínimo común denominador es la fortaleza del liderazgo de Biden. Hay que remarcar que dentro del partido demócrata es clave tener una figura dialoguista, ante un complejo de identidades de difícil conciliación en una sola plataforma política, con una agenda para los colectivos LGTB, para las mujeres, para las identidades étnicas, entre otras.
¿Qué implicancias tiene la dicotomía entre liderazgos dialoguistas o personalistas sobre Estados Unidos y más profundamente sobre la sociedad norteamericana en su conjunto? Hay que tener en cuenta no solo al presidente como la cara ejecutiva del gobierno de la principal potencia mundial, sino también el líder que tiene que gobernar en un país atravesado por una gran cantidad de diferencias.
Algunas características del ecosistema político de EE.UU. nos dan un pantallazo de lo difícil de conciliar en una persona los intereses que garanticen la gobernabilidad. Factores tales como una población heterogénea demográficamente y con brechas crecientes en riqueza y polarización política; una economía crecientemente globalizada y vulnerable a shocks exógenos y sistémicos; un sistema de gobierno federal con fuertes componentes localistas y de representación fragmentada; la presencia de una burocracia federal a cargo de la formulación de políticas públicas crecientemente especializada y fragmentada, que cada vez encuentra mayores dificultades en traducir sus iniciativas en bienes públicos para la sociedad; y finalmente todo ello para una potencia global, primera en poder militar y artífice del sistema internacional, que debe destinar recursos materiales y simbólicos para su sostén.
En gran medida, el momento actual de los Estados Unidos demanda un perfil que reencauce las transformaciones de la sociedad norteamericana de forma institucionalizada y ordenada en un sistema político que requiere consensos para avanzar. Eso requiere un insider, pero no uno radical y transformador en su imagen individual. Por el contrario, necesita un liderazgo que invite a ser parte de su círculo y familia, simbolizado por el vínculo con su esposa, Jill Biden, una unión que mantiene su fe en las instituciones democráticas norteamericanas.
En suma, lo que necesita EE.UU. de Biden es el Average Joe, que pueda apelar a todos sus sectores de forma conciliadora y hasta casi paternal mirando al futuro, contrapuesta a la perspectiva revanchista del America First.
*Coordinador académico del Programa de Estudios de EE.UU. en la UCA.