El triunfo de Donald Trump en las elecciones que lo transformaron en el 45° Presidente de los Estados Unidos es, para mí, el resultado de la combinación de dos mecanismos: por un lado, la identificación generada por él y por su espacio político con cierto electorado, y por otro, la dinámica acusatoria que dominó la campaña hasta último momento.
El lingüística cognitivo George Lakoff piensa que la adhesión que un ciudadano hace por un candidato y su decisión de voto por él están determinados, fundamentalmente, por el grado de identificación del primero con el segundo. La identificación es un mecanismo psicológico muy poderoso. Identificarse con alguien es percibir en ese otro algo similar o idéntico a mí. Es un mecanismo psicológico que actúa en los fans de un conjunto musical, de un actor, o del personaje de una película. Trump logró generar identificación con su persona, su posición y su espacio político, en un grupo de votantes que comenzaron a ver en él una opción para cambiar ciertos aspectos de su vida y de su país. Este proceso fue elaborado sobre las dos emociones políticas claves de Baruch Spinoza: el miedo y la esperanza. El miedo fue la base que usó Trump para activar la esperanza del cambio, cambio que no depende de Trump, sino del funcionamiento del sistema económico global, del que también Estados Unidos depende.
El segundo mecanismo que dio identidad a la campaña fue la dinámica acusatoria contra Hillary Clinton. Las acusaciones fueron efectivas en la medida en que debilitaron su posición más fuerte: la de una profesional de la política, entregada con esmero y dedicación al trabajo por el bien común de millones de personas. Las acusaciones sobre el uso dudoso de un servidor privado para la gestión de sus correos electrónicos la dejó como una advenediza de la política. La dinámica acusatoria comenzó con la “problematización” que la prensa (The New York Times) realizó acerca de la posibilidad de que la secretaria de Clinton hubiese “violado leyes federales” en el uso de su correspondencia electrónica; a esto le siguió una “crítica”, de parte de Trump y sus voceros, a la manera en que se comportó Clinton, y luego adquirió su máximo nivel de intensidad cuando la “crítica” se transformó en una “acusación” en plena campaña: “Hillary violó la ley federal al no separar sus correos privados de los públicos”. Finalmente, esto produjo una “crisis” en el equipo de Clinton: la sacó de su eje y debió defenderse en lugar de dedicarse a la campaña. Estas acusaciones fueron un mecanismo clave para producir dudas sobre la posición de Clinton: su experiencia en la política nacional e internacional de los Estados Unidos, ante un Donald Trump, poco experimentado en el ámbito público.
Trump le agradeció a Clinton lo que hizo en la campaña y lo que hace por los norteamericanos. Esto muestra que la política-teatro es una realidad y que quien puede ser el personaje más creíble en el drama presentado tiene sus recompensas.