Los brasileños se enfrentan este domingo -y probablemente el 28 de octubre, fecha de la eventual segunda vuelta- a dos escenarios posibles: Francia o Italia.
Francia, porque en ese país, y más de una vez, la derecha más recalcitrante, aquella que amenaza y subvierte la esencia misma de la convivencia democrática, pudo ganar en primer vuelta, cabalgando sobre el descrédito de los partidos "tradicionales", pero fue derrotada en el ballotage, gracias a un pacto no escrito entre las restantes fuerzas políticas.
Italia, porque en ese país la antipolítica y la supuesta lucha contra el establishment, representada por el movimiento Cinco Estrellas, fue la fuerza más votada, se alió a un partido de ultraderecha -que hoy es quien realmente ejerce el gobierno- y encamina al país al aislamiento, la salida de la Unión Europea, la xenofobia y hasta los resabios nazis, como un nuevo "registro de gitanos", similar al que en su momento impulsaron Hitler y Mussolini.
Como toda comparación, por supuesto, es injusta: Italia no tiene seguna vuelta, que ha revelado ser una herramienta fundamental para evitar el gobierno de los extremos. Sobre todo, la verdadera segunda vuelta, la que exige más de la mitad de los votos en la primera. Estados Unidos no sería gobernado hoy por Donald Trump si Estados Unidos tuviera segunda vuelta.
¿Llegará el descontento de los brasileños con su clase política -a la luz del Lava Jato y otros escándalos- al punto de ungir ya este domingo a un fabulador que se proclama el antiestablishment cuando es diputado hace años? Es la inquietante incógnita.