Desde que un grupo de terroristas masacraron a más de un centenar de personas en París, el islam volvió ser cuestionado por los defensores de los valores occidentales. Es necesario recordarles a estos profetas de la paz judeo-cristiana que ningún Dios tuvo la culpa de la masacre de Francia. Leer el Corán no implica empuñar un arma. La locura de los fanáticos que gritaban “Alá es grande” mientras disparaban, no convierte en asesinos a los que rezan en dirección a La Meca. La islamofobia desatada por los atentados del viernes pasado recuerda el odio hacia los musulmanes tras los atentados a las Torres Gemelas en Estados Unidos, cuando solo el fascismo se vio beneficiado. Nada aprendió la humanidad de ese retroceso, la locura ahora se repite en Europa.
“El 11 de septiembre de 2001, día en que Al Qaeda secuestró los aviones con el fin de atacar a Estados Unidos, intentó secuestrar también el mensaje de mi religión, la religión del islam. Al hacerlo, los fundamentalistas encendieron la gran batalla, algunos la han llamado guerra global, del nuevo milenio. El asesinato de tres mil personas inocentes en nombre de la yihad no es sólo la antítesis de los valores del mundo civilizado, sino también de los preceptos del islam mismo”. Las palabras de Benazir Bhutto reflejan lo que muchos musulmanes sintieron tras el golpe macabro al World Trade Center: los atacantes eran “fanáticos” que “secuestraron al islam”. Alá no tiene la culpa de que le recen esos bárbaros.
Bhutto escribió esas palabras en Reconciliación. El islam, la democracia y el mundo occidental, un trabajo que fue publicado en 2008, muy pocos días después de que la autora falleciera en un atentado cuando buscaba convertirse en primera ministra de Pakistán, el mayor país musulmán del mundo, tras regresar del exilio obligado luego de que los terrroristas la amenazaran de muerte.
El rechazo contra el islam ha logrado sus frutos. En la actualidad, son muchas las personas que consideran que se trata de una religión violenta, que interpreta la “guerra santa” como algo glorioso y que desde las propias páginas del Corán se realiza un llamamiento a la realización de actos terroristas. Nada de esto puede ser cierto en un texto de sagradas escrituras, tan trascendente y espiritual como la Biblia o la Torá. Pero no debe ser muy agradable para un musulmán confesar su fe en muchas partes del mundo occidental, que fue construido, paradójicamente, sobre el pilar de la libertad de culto, de ideas y de expresión.
El Corán no habla de muerte. De hecho, confiere un valor superior a la vida, como todos los principales libros de las religiones monoteístas. “Y reanudaron ambos la marcha, hasta que encontraron a un muchacho y lo mató. Dijo: ‘¿Has matado a una persona inocente que no había matado a nadie? ¡Has hecho algo horroroso!”, dice, textualmente, el Corán. Y también allí se advierte: “Todos los hijos del Libro han sufrido a manos de aquellos que han querido usar la fuerza en nombre de Dios, a fin de lograr objetivos políticos”.
Los últimos Premios Nobel de la Paz fueron otorgados a islámicos. Este año, lo ganó el Cuarteto por la Paz de Túnez por su decisiva contribución a la construcción de una democracia plural tunecina, tras la Revolución de los Jazmines, en lo que representó el mayor éxito de la Primavera Arabe. El de 2014 fue otorgado a la paquistaní Malala Yousafzai, la joven a la que los talibanes dispararon a la cabeza en 2012 por defender la escolarización de las mujeres. “Los niños deben ir a la escuela y no ser explotados”, dijo Malala en Oslo cuando recibió su galardón. Mientras que en 2011 lo ganó la yemení Tawakkul Karman, valiente periodista, política y militante musulmana por la defensa de los derechos humanos en el mundo árabe.
La designación irreflexiva del islam como “nuevo enemigo” prefigura la ignorancia de los preconceptos, la sinrazón del temor y el desatino de la soberbia imperialista de crearse culturalmente superior. Sin atender que el islam ha participado de la emergencia del mundo occidental moderno, tal como lo afirmó el gran intelectual francés Jacques Derrida, en una de sus últimas conferencias realizada en 2003, poco tiempo antes de su muerte.
Derrida, que nació en el país islámico de Argelia durante la ocupación francesa, lo explicó en esa conferencia que buscó promover el diálogo intercultural y se publicó en el libro Islam y Occidente, encuentro con Jacques Derrida. “La herencia que recibí de Argelia es algo que probablemente haya inspirado mi trabajo filosófico. Todo el trabajo que desarrollé, respecto del pensamiento filosófico europeo, occidental, como suele decirse, greco-europeo, las preguntas que me vi llevado a plantear desde cierto margen, desde cierta exterioridad, sin duda no habrían sido posibles si, en mi historia personal, no hubiese sido una suerte de hijo del margen de Europa, del Mediterráneo, que no era ni simplemente africano, y que pasó su tiempo viajando de una cultura a la otra”, sostuvo el pensador francés.
Derrida, quizá el más influyente filósofo contemporáneo, catalogado por algunos autores como el nuevo Kant y por otros como el sucesor de Nietzsche, rescató su pensamiento de la deconstrucción en el marco de su formación dentro del mundo musulmán.
Al islam se lo debemos.