INTERNACIONAL
opinión

La guerra de la conectividad

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Valla. Niños en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, rehenes de una disputa política. | cedoc

Muchos observadores asumieron durante mucho tiempo que el futuro de la geopolítica se decidirá en una batalla marítima sobre el Estrecho de Taiwán o en algún afloramiento rocoso o atolón en el Mar del Sur de China. Sin embargo, es probable que podremos aprender más al examinar el tratamiento dispensado a unos pocos miles de refugiados desesperados en los remansos geopolíticos del siglo XXI.

Empecemos por el Canal de la Mancha. Este lugar que en el pasado fue el escenario de algunos de los enfrentamientos más dramáticos de la historia (para mencionar algunos: aquellos librados por la Armada Española, las Guerras Napoleónicas e incluso el Desembarco de Normandía), ya no es el teatro en el cual se desarrolla la política entre las grandes potencias. En cambio, la reciente muerte de 27 civiles cuyo bote inflable volcó después de partir desde la costa francesa ha convertido a este canal en un sitio de tragedia humanitaria.

En lugar de trabajar de manera conjunta y solidaria con Francia para erradicar a los traficantes de migrantes, quienes son los responsables de las mencionadas muertes, el primer ministro británico, Boris Johnson, buscó inmediatamente dirigir su discurso con el propósito de influir en los ánimos de una audiencia política nacional, ya que culpó a los franceses por lo ocurrido en una carta abierta publicada en Twitter. Lejos de constituirse en simplemente otra inmadura maniobra política, la falta de liderazgo de Johnson tendrá probablemente consecuencias terribles y de gran alcance.

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Debido a que el presidente francés debe enfrentar comicios para su reelección durante la próxima primavera, y teniendo a la vista una campaña electoral en la que la migración será un tema delicado, Emmanuel Macron rechazó la grosería de Johnson y retiró la invitación que había sido cursada al ministro del Interior británico para que participe en una reunión de ministros del Interior europeos en Calais. Debido a la falta de confianza en ambos lados del canal, cada gobierno cree que el otro está utilizando el conflicto como parte de un juego de poder más grande que se extiende al comercio, la defensa y la política exterior.

La migración se ha convertido en un balón de fútbol político en Europa occidental, mientras que en una oscura franja de tierra entre Bielorrusia y Polonia la migración se ha convertido plenamente en un arma. Bielorrusia es un destino que no es de ninguna manera popular para los viajeros de Oriente Medio, pero este es un país que ha estado transportando por vía aérea migrantes provenientes de Irak, Afganistán y Siria, y luego los ha estado canalizando hacia la frontera con la promesa de que ellos lograrán ingresar a la Unión Europea. El motivo del presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, para estas acciones es claro: presionar a los gobiernos europeos para que relajen las sanciones impuestas a su régimen tras las elecciones presidenciales fraudulentas del año pasado, sanciones que fueron endurecidas después de que Lukashenko obligó a aterrizar a un avión comercial en su país con el propósito de arrestar a uno de sus pasajeros.

Lukashenko no se hace ilusiones sobre que unos pocos miles de migrantes sean suficientes para abrumar a Polonia, o incluso a Lituania. Más bien, él entiende que el campo de batalla más importante hoy en día son las mentes de las personas, no el territorio. Con el objetivo de recrear las imágenes de la crisis migratoria de la UE del año 2015, el uso de los migrantes por parte de Lukashenko es, en última instancia, un acto dentro de una guerra de la información.

La politóloga Kelly M. Greenhill ha demostrado que Lukashenko está lejos de ser el primero en convertir a los migrantes en una herramienta de la política gubernamental. Ella documenta más de 75 ocasiones en que los gobiernos, incluidos los de Marruecos, Rusia, Libia y Turquía, obligaron a los civiles a abandonar sus hogares (o los alentaron a huir) para lograr algún objetivo político, militar o económico. La conversión de la migración en un arma se ha tornado en un complemento frecuente de otras formas de presión, como por ejemplo, de las sanciones, las guerras cibernéticas y las guerras de la información, así como de las políticas comerciales y de infraestructura.

En este contexto, tanto la campaña bielorrusa como el forcejeo en el Canal de la Mancha son sintomáticos de un entorno de política exterior cambiante, un entorno en el que las guerras están siendo reemplazadas por nuevas formas de agresión. Las conexiones entre las personas y los países son las nuevas monedas preferidas en el juego por alcanzar el poder.

El teórico militar Carl von Clausewitz describió la guerra como la continuación de la política por otros medios. Pero en una era nuclear, la guerra es a menudo una opción inconmensurable, por lo que la política global tuvo que continuar mediante otros medios; a dichos medios  yo los denomino como “los conflictos de conectividad”. Los gobiernos están manipulando las propias cosas que unen a los países: las cadenas de suministro, los flujos financieros, el desplazamiento de las personas, las pandemias, el cambio climático y, sobre todo, la red de Internet.

Si bien la pandemia de coronavirus enfrenta a toda la humanidad ante una sola enfermedad contagiosa, otra pandemia está siendo deliberadamente avivada desde las sombras. Los comportamientos tóxicos se están tornando en contagiosos a medida que los líderes nacionales responden a la conversión de la conectividad en arma, al ellos hacer lo mismo, es decir al actuar de manera recíproca.

La espiral descendente resultante será difícil de revertir debido a que los conflictos de conectividad tienden a desarrollarse bajo una nube de hipocresía y negación verosímil. Lukashenko puede argumentar, aunque sea de forma poco convincente, que los inmigrantes de Oriente Medio viajaron a Bielorrusia por su propia voluntad. Del mismo modo, la UE puede alegar que su decisión de suspender la certificación del gasoducto Nord Stream 2, el cual conecta a Alemania directamente con el suministro de gas ruso, se tomó por motivos de procedimiento que no tienen nada que ver con razones vinculadas a la política.

La naturaleza informal de tales conflictos hace que sea difícil averiguar las razones por las que se tomaron ciertas decisiones. Los gobiernos y las empresas aún no han encontrado los marcos adecuados para evaluar incluso las opciones que ellos mismos eligieron adoptar. Por ejemplo, cuando se trata de decisiones sobre migración, ¿cómo debe un gobierno priorizar el derecho internacional, la seguridad de los seres humanos y su propia influencia? ¿Están destinadas las políticas comerciales a aumentar las ganancias o a aumentar el poder nacional? ¿Las políticas comerciales deben tener como objetivo minimizar el costo para el consumidor a corto plazo, o proteger a los productores locales de la competencia desleal (dando de esa manera a los consumidores una mayor variedad de opciones a largo plazo)?

En lugar de eliminar las tensiones entre países, la conectividad ofrece nuevos medios para competir y entrar en conflicto. No es de extrañar que la línea entre la guerra y la paz sea cada vez más difusa. Atrás queda el mundo de Tolstoi, donde se delineaban claramente períodos alternos de conflicto abierto y de armonía. Hemos entrado en una era de conflicto perpetuo, en la que la mayoría de los combatientes y casi todas las víctimas serán civiles. Hemos entrado en la era a la que yo denomino como “la era de la no paz”, en la que los infortunados de la Tierra se han convertido en involuntarios artefactos de artillería.

*Director del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales. Copyright Project-Syndicate.