Las conversaciones reveladas por el sitio The Intercept entre el entonces juez Moro y los fiscales del Lava Jato marcan el inicio de un nuevo capítulo de la crisis política brasileña. Las primeras semanas posteriores a las revelaciones han estado marcadas por el reavivamiento de la polarización de la sociedad brasileña. Si para muchos se trata de un hecho que evidencia el lawfare y la prisión de Lula sin pruebas, para otros es un intento de terminar con la Lava Jato y garantizar la impunidad. Así, cualquier decisión judicial (suspensión o no de la condena a Lula, por ejemplo) será totalmente rechazada por alguno de los lados.
La crisis política en la que aún se encuentra Brasil puede analizarse en dos niveles, el institucional y el de la opinión pública. En el institucional, tanto por medio del impeachment a Rousseff como por las prisiones e investigaciones a numerosos políticos, el sistema político ha visto vaciado los espacios de poder. Falta de gobernabilidad e inestabilidad política son las consecuencias de ello. En el nivel de la opinión pública la crisis es de representación, definida como la falta de confianza de los representados en sus representantes. El discurso de la antipolítica y las ansias por nuevas formas de hacer política son el resultado natural.
Aunque afectados por la crisis, Lula y el PT son los que más mantuvieron su representatividad entre los brasileños, mientras que el antipetismo encontró en Bolsonaro a un candidato “no salpicado por la Lava Jato”. Sin embargo, el mayor referente de este campo sigue siendo Sérgio Moro (aún a medio camino entre la política y la Justicia). Por ello, este nuevo capítulo de la crisis, al situar a Moro y la Lava Jato en el centro de la escena, activa la polarización de manera mucho más eficaz de lo que el propio gobierno de Bolsonaro podría hacer por sí solo. A continuación algunos puntos para profundizar lo dicho e intentar divisar posibles tendencias.
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Bolsonaro es producto de la crisis
Jair Bolsonaro llegó al poder “para acabar con todo lo que está ahí”, como acostumbraba a decir. “Todo lo que está ahí” es el establishment político, principalmente el Congreso de la Nación, institución política con peor imagen en Brasil desde hace algunos años. Como resultado de su estilo confrontativo a casi siete meses de iniciado su gobierno Bolsonaro no cuenta con apoyo en el Congreso y su agenda de reformas avanza en la medida que partidos del centro y la derecha lo desean. Si bien las elecciones ya pasaron y puede que parte del clima que le dio el triunfo a Bolsonaro se haya disipado, entre los motivos que inclinaron la balanza a su favor en 2018 se encuentra el hecho de no haber aparecido nunca en el escándalo de la Lava Jato ni estar identificado con alguno de los varios partidos involucrados. Nostálgico de la dictadura, Bolsonaro es resultado de la crisis de representación política brasileña y esa crisis está relacionada directamente con la Lava Jato y los esquemas de corrupción develados por ella. El triunfo de Bolsonaro fue posibilitado porque además de existir un fuerte antipetismo existe la mencionada crisis, traducida en las ansias por la llamada “nueva política”. Bolsonaro conjugó ambos elementos: antipetismo extremo y promesas de una nueva forma de hacer política.
Si bien a cada lado de la polarización las revelaciones fueron interpretadas según las opiniones previas, (lawfare de un lado, impunidad del otro) también despiertan el sentimiento antisistema que Bolsonaro representa y que va más allá del antipetismo. El 19 de junio pasado Sérgio Moro se presentó a un audiencia en el Senado por las revelaciones en cuestión. Tuvo en frente de sí a varios legisladores involucrados en la Lava Jato y en otras causas. La foto para muchos fue la de los políticos “corruptos” cuestionando al juez de la operación anticorrupción más grande la de historia brasileña. Consciente de ello Bolsonaro lanzó nuevas ofensivas contra el Congreso, denunciando que las iniciativas del Ejecutivo son bloqueadas por el aquel. “Quieren convertirme en la reina de Inglaterra”, que reina pero no gobierna, dijo Bolsonaro y fue titular de todos los diarios del sábado.
La crisis de legitimidad de los partidos y del Congreso es la más notable, pero también se ha diseminado un discurso contra instituciones como la Corte Suprema (STF) e incluso contra medios de comunicación como el gigante Globo (paradójicamente fuerte defensor del Lava Jato). El bolsonarismo, que salió a las calles el pasado 26 de mayo con consignas contra el Congreso y la Corte Suprema, es el sector que más encarna ese discurso, pero no el único. El escándalo develado por The Intercept será interpretado en clave de polarización en torno al PT, pero también como parte de la crisis política y el cuestionamiento al funcionamiento de las instituciones. El STF y cada uno de sus jueces en tanto institución que deberá dirimir la cuestión, sea en agosto o más adelante, se convertirá a los ojos de muchos en cómplice de la impunidad o en cómplice del lawfare. Esta falta de matices existe sobre todo entre los admiradores de Moro y Bolsonaro, a quienes les resulta inaceptable cualquier cuestionamiento a la Lava Jato. Si el pasado 26 de mayo los bolsonaristas salieron a la calle en número considerable a apoyar al presidente ante el bloqueo del Congreso, es de esperar que la convocatoria de este 30 de junio bajo la consigna de defender a la Laja Jato sea aún más numerosa.
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El lulismo vino primero y la polarización, después
Lula dejó el poder el primero de enero de 2011 con una aprobación que rondaba el 85%. Siete años después, en enero de 2018, según Datafolha el 53% de los brasileños opinaba que Lula debía ser preso en virtud de lo investigado por la Lava Jato hasta entonces. En el medio, a partir de 2014 el inicio de la Lava Jato y la crisis económica hicieron de catalizador del antilulopetismo y la polarización actual terminó por tomar forma en torno al proceso de impeachment contra Dilma Rousseff. Anteriormente la polarización estaba más bien restringida al período electoral y en la disputa para presidentes, con el PT y el PSDB como protagonistas. Pero a partir de la Lava Jato, a medida que se fue desnudando la corrupción del Partido de los Trabajadores, la polarización fue más allá de los períodos electorales y pasó a formar parte de la cotidianeidad de los brasileños y el antilulopetismo adquirió una intensidad que no tenía en períodos anteriores. El quiebre ya se observaba antes, con las protestas de junio de 2013. La Lava Jato terminó de consolidar el escenario de fuerte polarización.
Del otro lado, el politólogo André Singer analizó el surgimiento del lulismo y el quiebre que significó la reelección de Lula en 2006. Según Singer hasta entonces el PT tenía su núcleo de votantes en la clase media de mayor nivel educativo y de las regiones sur y sureste, pero el escándalo del mensalão hizo perder buena parte de ese apoyo histórico. En simultáneo, las políticas sociales impulsadas en el primer mandato de Lula, con el programa Bolsa Familia a la cabeza así como el aumento del salario mínimo, entre otras, produjeron la reducción del 27,7% de la pobreza en esos cuatro primeros años. De allí que a pesar del fuerte escándalo del mensalão y la pérdida de varios de sus votantes del año 2002 Lula ganó las elecciones, arrasando en las regiones norte y nordeste, las de menor índice de desarrollo humano. Desde entonces el Partido de los Trabajadores domina en el norte y sobretodo nordeste de Brasil y entre los sectores de menores ingresos. En su estudio sobre los orígenes del lulismo André Singer también marca una tensión en el electorado popular brasileño. De un lado una tendencia a ser conservadores, rechazando las amenazas al orden, tendencia de la cual Singer encuentra un indicador en el rechazo a las huelgas. Por otro lado una tendencia igualitarista, de deseo de mejorar las condiciones de vida. El primer mandato de Lula habría satisfecho ambas tendencias, igualitarismo sin alterar el orden. Así, mientras perdió votos entre su base tradicional de clase media del sur y sureste de las grandes ciudades ganó el voto de los más pobres, históricamente volcado a caudillos conservadores. A partir del fenómeno conocido como lulismo se explica que la polarización brasileña instalada con fuerza a partir de 2014 esté tan marcada por clases y regiones (y consecuentemente por etnias).
El protagonismo del antilulopetismo
Con las manifestaciones de 2016 contra el gobierno de Rousseff y la corrupción el antilulopetismo se consolidó como protagonista de la política brasileña. Pero su consagración fueron las elecciones de 2018. El antilulopetismo fue el gran ganador de las elecciones más allá de las claves del fenómeno Bolsonaro que hicieron que el representante de ese sector sea él y no por ejemplo Geraldo Alckmin del tradicional PSDB. La imposibilidad de que Lula compita, no por su prisión sino ya antes al ser condenado en segunda instancia y conforme a la ley de la Ficha Limpia impulsada por su gobierno, ha dejado abierta la incógnita de qué hubiera sucedido si hubiese sido candidato. De todos modos, es innegable el hecho de que la imagen negativa de Lula y la del PT es próxima al 50% y de gran intensidad.
La pregunta entonces es hasta qué punto las revelaciones sobre el accionar de Moro y los fiscales fortalecerán la polarización y en qué medida puede haber cambios en la opinión pública. En qué medida estas revelaciones debilitarán al antilulopetismo, protagonista de los últimos años y vencedor de las elecciones pasadas.
Retomando la cuestión del lulismo. Quizás un lugar donde puedan observarse cambios rápidos sea entre los históricos votantes populares del PT. Entre ellos hay quienes han votado a Bolsonaro, volviendo a un voto conservador, cargados de bronca o con resignación, hastiados de la corrupción y esperando soluciones a la crisis económica que se inició con el PT en el poder. En su libro “Cuál Fue la Influencia de la Lava Jato en el Comportamiento del Elector” el politólogo brasileño Adriano Oliveira traza la correlación entre el desarrollo de la Lava Jato y la caída de la imagen PT recurriendo a encuestas de opinión y relacionándolas con los eventos puntuales de la operación. En un breve pasaje llega a mostrar la relación inversamente proporcional entre la imagen de Moro y la de Lula. En encuestas de fines de 2017 observa que al caer la imagen del entonces juez la de Lula subía en la misma proporción. La imagen de Moro ya ha caído. Según Atlas Político pasó de 61,5% de aprobación a 50,4% entre mayo y junio. Quienes consideran justa la prisión de Lula siguen siendo mayoría, pero pasaron del 57,9% al 49,9%.
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Moro es más que Bolsonaro
Moro y Lula son las figuras que mejor encarnan la polarización brasileña. Moro es una especie de héroe nacional para muchos brasileños. Incluso, entre los fervientes seguidores de Bolsonaro, Moro es una figura con más prestigio. Sin embargo el actual ministro de Justicia y Seguridad, de mejor imagen que el propio presidente, con esta crisis pasó de ser una fuente de legitimación del gobierno a ser un problema inminente. La pérdida de popularidad de Moro tal vez sea lo de menos porque en función de la polarización el piso de Moro continuará alto. Tampoco parece ser problemático para las siempre agitadas internas del gobierno. El escándalo, al ser en torno del prestigioso ex juez y de uno de los leitmotivs del gobierno Bolsonaro (la lucha contra la corrupción) parece servir para amenizar las fuertes internas. La bancada del PSL (oficialismo) por estos días parece más unida que nunca.
Las dificultades que Moro puede representar para Bolsonaro tienen que ver con el propio potencial del denominado héroe anticorrupción. La buena imagen de Moro ronda el 50% y siempre ha sido mejor que la del presidente. Se trata de dos referentes del mismo espacio y para el antilulopetismo acérrimo Moro es intocable. De ahí que, si bien muchos salieron rápidamente a pedir la cabeza de Moro, resulta más probable que Lula salga en libertad a que Bolsonaro se desprenda de su superministro. Sin embargo, el hecho de que sea justo Ministro de Justicia y Seguridad y tenga bajo su órbita a la Policía Federal (encargada de llevar adelante las investigaciones) hacen potencialmente insostenible la situación en caso de que se abra una investigación. Pero sobre todo, con este escándalo Moro se aleja de su sueño de ocupar un asiento en el Supremo (STF) en 2020, conforme lo acordado con Bolsonaro cuando este le ofreció el cargo de ministro. Si hasta acá muchos hablaban de Moro candidato en 2022 mientras el exjuez insistía en que ser ministro de la Corte sería como ganarse la lotería, el actual escándalo lo empuja para seguir su carrera como político.
Democracia, militares y privatización de Petrobras
El documental recientemente estrenado “Al Filo de la Democracia”, de Petra Costa, muestra cómo al perder las elecciones de 2014 Aécio Neves del PSDB manifestó: “No perdimos contra un partido político, perdimos contra una organización criminal”. Luego pidió auditar las urnas y al ver que ello no modificó el resultado comenzó a instalar la idea del impeachment. En su narración Petra Costa dice: “yo me pregunto si Aécio, al cuestionar las reglas del juego democrático, imaginaba las fuerzas oscuras que estaría despertando”. Cuatro años después, ya con el propio Aécio Neves involucrado en la Lava Jato, Jair Bolsonaro llegó al poder rodeado de militares y reivindicando la dictadura militar.
En otro artículo de esta columna al indagar respecto al rol de los militares en el gobierno de Bolsonaro se afirmaba que el poder y el protagonismo otorgado a estos quedaría en evidencia cuando la libertad de Lula o el regreso al poder del Partido de los Trabajadores fuera una posibilidad real. Ese es el escenario actual, por lo que no sorprendería ver un renovado protagonismo de los militares que están dentro del gobierno. De hecho fueron los primeros en salir a apoyar a Moro, incluso antes que el presidente. Moro y los militares tienen en común el hecho de que representan el discurso de la moralidad y la antipolítica. Desde ese lugar hay un fuerte vínculo entre ambos sectores. Sin embargo, una de las conversaciones entre el jefe de los fiscales de la Lava Jato, Deltan Dallagnol y el entonces Juez Moro publicadas por The Intercept menciona que parte de las operaciones dependían de la “articulación con los americanos”. Como bien recuerda el documental citado, Petrobras fue blanco de espionaje por parte de Estados Unidos pocos años antes de que comience la Lava Jato. Habría que ver si nuevas revelaciones que fortalezcan las sospechas de la interferencia norteamericana no afectan los planes del superministro liberal Paulo Guedes de privatizar Petrobras. Los militares, conscientes del valor estratégico de la compañía estatal petrolera, siempre se opusieron a la privatización.