Jair Bolsonaro, capitán del ejército retirado en 1988 y su vice, Hamilton Mourão, general del ejercito retirado en febrero de 2018, ganaron las elecciones prometiendo que colocarían a “un montón” de militares en el gobierno. Y así lo hicieron. De los cinco ministros que tienen su oficina en el Palacio del Planalto junto a la del presidente, cuatro son militares. En total, de sus 20 ministros Bolsonaro tiene 7 de origen militar. Además, han nombrado más de cien militares en puestos de segundo y tercer nivel jerárquico, muchos en lugares clave y que les ofrecen el control de diversas áreas y actividades del gobierno. En su amplia mayoría se trata de militares retirados, en otros casos licenciados para ocupar cargos en el Ejecutivo. Los ministros y las cabezas más visibles son militares recientemente retirados, con excepción del porta voz oficial que es general en actividad.
Bien quisieran estos militares ser considerados simples civiles en el gobierno con paso por las fuerzas armadas. Sin embargo la sociedad los percibe como “los militares en el gobierno”. El general Augusto Heleno, Ministro de Seguridad Institucional y principal asesor de Bolsonaro, una vez graficó esa dualidad con una frase: “No creo en esa historia de sociedad civil y sociedad militar, eso es un invento de la izquierda”.
A pesar de esa distinción entre militares y civiles, las Fuerzas Armadas brasileñas son muy bien valoradas por la sociedad y tienen un lugar destacado en la formación de la identidad brasileña. El prisma de los argentinos puede resultar sesgado para ver una relación entre sociedad civil y militar muy diferente a la nuestra, como es la que tienen los brasileños con sus militares. Las diferencias entre Argentina y Brasil tienen que ver en primer lugar con lo que sucedió en las dictaduras de cada país. En Brasil esta tuvo lugar a partir de 1964 (dos años antes del golpe de Onganía) y hasta 1985. Fue mucho menos represiva y sangrienta (la Comisión de la Verdad contabilizó 434 muertos y desaparecidos) y con un programa considerado desarrollista. Tampoco tuvo una guerra como la de Malvinas.
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Sin embargo, eso no inhibe los recelos y temores ante la enorme participación de los militares en el gobierno. Ciertos interrogantes pululan en la opinión pública, desde cuáles son los motivos para tamaña participación hasta el extremo de si se trata de una tutela militar. Lo que subyace y promueve a esa preocupación provocada por la participación militar es la cuestión de la subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil, requisito este de la democracia y el respeto de la soberanía popular. La diferencia entre militares de la activa y militares retirados es importante. No se trata de miembros de las Fuerzas Armadas, sino de ex-miembros de estas. Pero en otro sentido, ¿hasta dónde esa diferencia es significativa?
Con más poder que nunca desde el retorno de la democracia, la cuestión de la subordinación de las Fuerzas Armadas es la pregunta más compleja de un interrogante más amplio: ¿cuál es el rol de los militares en el gobierno de Jair Bolsonaro?
En primer lugar cabe analizar el rol de los militares en la candidatura y el gobierno de Bolsonaro a partir de lo simbólico y la capacidad de generar legitimidad en un contexto de crisis de representación. Con los políticos profesionales fuertemente cuestionados por la corrupción y sobrepasados por las demandas de la sociedad las Fuerzas Armadas y por extensión los militares ganaron espacio al ser percibidos como una intitución confiable. Una encuesta de Datafolha de junio de 2017 situaba a las Fuerzas Armadas como la institución con más confianza por parte de los brasileños, en contraste con el Congreso y el Ejecutivo. A lo histórico, mencionado más arriba, se le sumó una coyuntura de crisis que enalteció a los militares a partir de su imagen de rectitud. Bolsonaro supo capitalizar ese escenário incorporándolos a su proyecto como símbolo de la anticorrupción.
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Además, los militares le sumaron una importante dosis de nacionalismo y este fue uno de los componentes simbólicos más fuertes de la candidatura de Bolsonaro. Ya desde antes se había visto el verdeamarelo en forma de marea durante las manifestaciones pro impeachment y contra la corrupción de 2016. Mareas verdeamarelas que tuvieron su continuidad en las manifestaciones de apoyo a Bolsonaro, como el Ele Sim. La camiseta de fútbol del seleccionado se transformó en declaración de apoyo a la candidatura de Bolsonaro. También la bandera de Brasil colgada en balcones y ventanas de los edificios. En suma, en los últimos años se produjo la apropiación de esos “simbolos patrios” por parte de aquellos pro Lava Jato, pro impeachment a Dilma y antipetistas pertenecientes a las clases medias y altas y la incorporación de los militares reforzó ese nacionalismo en el proyecto de Bolsonaro.
También puede asociarse a los militares con la idea de orden. La crisis económica, política e incluso ética, sumado a la creciente violencia con 60.000 homicidios por año, generaron una sensación de caos entre los brasileños. El discurso por momentos autoritario de Bolsonaro fue también en esa dirección, generar la idea de que podía poner orden. La rectitud de los militares (traducida en anticorrupción), el nacionalismo y el orden son tres cosas simbolizadas por los militares. De allí su protagonismo actual de la mano del voto popular.
En segundo lugar, el propósito declarado de la participación de militares en el gobierno es el de garantizar el combate a la corrupción. La rectitud y la honestidad de los militares es puesta en contraposición a la política y los políticos, para quienes el bien del país no sería la guía de su comportamiento sino en todo caso la búsqueda de beneficios personales y políticos. Los cargos ocupados por los militares serían la garantía de la “limpieza ética” del Estado de la que algunos pro intervención militar hablaban hace unos años. Ese rol es el que el propio gobierno arguye, colocando a los militares como protagonistas de la antipolítica.
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En tercer lugar hay una carencia de partido própio y cuadros para la gestión de Bolsonaro que ha sido suplida por los militares. El partido por el cual fue electo es el PSL, un partido minúsculo y al que ingresó recién en marzo de 2018. En 2014 el PSL obtuvo un solo diputado nacional; en 2018 de la mano de Bolsonaro fueron 52, la mayoría novatos en la Cámara. Aunque pueda ser limitada a su visión del mundo, los militares tienen una formación técnica, en gestión en general y en áreas de gobierno en particular (como ciencia y tecnología, comunicaciones e infraestructura) realizada dentro y fuera de las Fuerzas. Tampoco existe de parte de Bolsonaro confianza suficiente en el PSL. Incluso, la reciente salida de Gustavo Bebianno del gobierno, quien fuera presidente del partido hasta 2018, produjo rumores de que Bolsonaro podría migrar a otro partido. La “falta de un partido propio” es suplida por los militares, en quienes Bolsonaro deposita confianza.
Además de estos motivos Bolsonaro se siente identificado con la coorporación militar, por lo cual es natural que los convoque a su gobierno. Sin embargo, militares y Bolsonarro no son lo mismo. De hecho los militares lo ven como un político con pasado militar, lejos de ser uno más de ellos. Bolsonaro no fue un militar destacado e incluso tuvo un paso por un consejo de disciplina luego de protagonizar un reclamo por mejoras salariales. Claramente Bolsonaro es una cosa y los militares en el gobierno otra. Llegamos al último punto y el más importante respecto al rol de estos en el gobierno y la democracia brasileña en general.
Bolsonaro es el presidente y del cual el único círculo de confianza plena son sus tres hijos mayores: Flavio, Carlos y Eduardo. Los militares son un grupo dentro del gobierno. ¿Por qué considerarlos un grupo y no simplemente militares retirados en el gobierno? No sólo hay cohesión para considerarlos un grupo por su procedencia militar y en consecuencia su formación y valores. Hay una trayectoria de formación de grupo al menos desde inicios de 2018 y dos liderazgos definidos. Quien más cumple el rol de articulador político entre los militares es el general Augusto Heleno, principal asesor de Bolsonaro y miembro del gobierno con el que más suele mostrarse. Él estuvo involucrado en formar candidaturas militares en todo el país desde inicios de 2018. También coordinó al equipo de militares que elaboró un programa de gobierno a pedido de Bolsonaro, grupo que inicialmente se reunía una vez por semana en un hotel de Brasília y antes de las elecciones pasó a reunirse diariamente. Aunque los militares no son un grupo totalmente homogéneo y de hecho algunos periodistas comentan diferencias al interior de este, las principales figuras que asumen el liderazgo son: Augusto Heleno, Secretario de Seguridad Institucional, del cual depende entre otras cosas el servicio de inteligencia y Hamilton Mourão, el vicepresidente.
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El grupo de los militares ha extendido su poder dentro del gobierno. El caso emblemático es el del Ministerio de Relaciones Exteriores, cuyo titular es el antiglobalista Ernesto Araújo. Las decisiones del canciller entraron desde la primer semana en conflicto con las preferencias de los militares. No hubo allí puja de poder ni negociaciones, directamente se impuso el criterio de los militares para por ejemplo vetar la instalación de una base norteamericana en Brasil o el traslado de la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén. La crisis venezolana (donde los militares fueron el elemento moderador) fue el último episodio de lo que es una clara injerencia de los militares en la política exterior.
Los militares rodean a Bolsonaro ocupando casi la totalidad de ministerios y secretarias ubicadas en el Palacio del Planalto. Además, luego de un inicio de gobierno con falencias graves en la comunicación y que tuvieron a Bolsonaro como protagonista, se decidió colocar a un porta voz oficial, otro militar, el general del ejercito Otávio Rêgo Barros. Y luego del famoso tuit de carnaval respecto a la lluvia dorada se dispuso incorporar a un coordinador de redes sociales, también proveniete de las Fuerzas. Claramente los militares rodean a Bolsonaro y tienen preponderancia sobre los otros grupos del gobierno.
La propuesta de reforma previsional es el mejor ejemplo de la preponderancia de los intereses militares, ya que los cambios para los integrantes de las Fuerzas son insignificantes. Además, según declaraciones en off de un miembro del equipo económico al portal de noticias UOL, la reforma de los militares fue elaborada por ellos mismos y no por el equipo de Paulo Guedes.
Sin embargo, algunas decisiones de Bolsonaro parecen ir en sentido de buscar un equilibrio entre los distintos grupos al interior de gobierno así como de mantener cierta autonomía. Por ejemplo la remoción de algunos funcionarios del Ministerio de Educación favoreció a la citada ala antiglobalista en detrimento de los militares. También el renovado protagonismo otorgado a Carlos Bolsonaro a pesar de las críticas de los militares luego de la salida de Bebianno, entonces Secretario General de la Presidencia. La persistencia de la influencia del gurú del antiglobalismo, Olavo de Carvalho, sin peso político y cuando critica al propio gobierno e insulta al vicepresidente sin filtros parece no tener sentido a no ser por la afinidad de Bolsonaro con sus ideas, así como precisamente por representar un contrapunto al general Mourão.
Al análisis respecto a la influencia de los militares en el gobierno y sobre Bolsonaro habría que sumarle el análisis de la relación entre esos militares retirados y las Fuerzas Armadas. Ni subordinación de los comandantes de las tres fuerzas a los militares en el gobierno, ni total desconexión de estos con aquellos. La capacidad de influír y actuar coordinadamente no puede ser desconsiderada. Además, la mayoría de quienes integran el gobierno pasaron a retiro solo recientemente. También debería considerarse la ascendencia que esos militares tuvieron y la posibilidad de la politización de los cuarteles (expresada como un temor incluso por Villas Bôas, General del Ejército hasta enero pasado).
Pero además de esa fotografía de los miltares en el gobierno de Bolsonaro hay que ver la película de los últimos años. Desde el impeachment contra Dilma Rousseff los militares, tanto activos como retirados, vienen tomando protagonismo en el debate público. Las declaraciones de apoyo a las manifestaciones pro impeachment, la presión ejercida sobre el Supremo Tribunal Federal (STF) cuando en abril de 2018 debía juzgar el habeas corpus para Lula, o la reciente reunión de emergencia del Alto Comando de las Fuerzas Armadas frente a una determinación del STF que podía dejar en libertad a Lula a fines de diciembre pasado (decisión anulada posteriormente), son algunos de los hechos que sucedieron en la supuerficie. Por debajo, las Fuerzas Armadas fueron un sostén del débil gobierno de Michel Temer. Pero sobre todo, Fuerzas Armadas y militares retirados han dejado en claro su acérrimo antipetismo, encontrando en la corrupción del PT la justificación para su renovado protagonismo.
Hasta dónde llegará el poder de los militares en el gobierno y la injerencia de las Fuerzas Armadas aún no está claro. Sin dudas el llamamiento vía sufragio a los militares, como si se tratase de la reserva moral de la pátria, erosionará la relación de subordinación de estos a los civiles. La injerencia de los militares en la política al nivel alcanzado en el gobierno de Bolsonaro producirá cambios significativos en la relación de estos con la política y la democracia, incluso más allá de sus intenciones. El resultado no se verá en tanto exista cierta normalidad, sin crisis de gobernabilidad, y probablemente mientras Lula siga preso y el PT lejos del poder. La historia de militares y política en América Latina no es alentadora. El film justifica los miedos.
@IgnacioPirotta